viernes, 7 de diciembre de 2007

Responsabilidad compartida desde una perspectiva de género

Ponencia presentada en el II Foro Responsabilidad Compartida: Marco para el desarrollo integral de una participación paterna en la crianza de los hijos. Organizado por CEINDES/ Proyecto “Papá en acción” y MIMDES/ Dirección de Apoyo y Fortalecimiento de la Familia. 27 y 28 de noviembre de 2007. Lima, Perú.

Introducción

Al iniciar el proceso de reflexión que nos propone este tema, considero oportuno algunas ponderaciones.
Cuando hablamos de responsabilidad compartida desde una perspectiva de género, estamos hablando de relaciones humanas y, pese a que, como todas las relaciones humanas, reciben influencia desde lo público, se llevan a cabo a partir de contratos explícitos e implícitos muy particulares dada la singularidad inherente a la condición. También dentro de los diferentes contextos se encuentran dimensiones que influyen en las formas de ser familia y que permiten visiones de acuerdo con el corte que se proponga. O sea que pese a que hablaremos de macros contextos, es importante puntuar el cuidado en las generalizaciones.
Por otro lado en el campo de los estudios de las relaciones familiares, aunque se pretendan conseguir muchas respuestas, en realidad es frecuente encontrar cada vez más interrogantes.
Se trata entonces de que al interrogarnos encontremos las mejores respuestas posibles para cada situación. Siendo así, este artículo es una propuesta para ver de que manera y juntos, entre interrogantes y respuestas, podemos aprovechar al hecho de que deseamos lo mismo: “hacer de la familia el mejor lugar para crecer”(MIMDES).

¿Porque es necesario que se piense en la responsabilidad compartida?

Podríamos abordar la respuesta desde varios prismas: uno podría ser el hecho de que cada vez más las mujeres han conquistado el derecho a tener proyectos de vida personales[2] adicionales a los proyectos familiares los cuales anteriormente eran los únicos posibles, o aceptables. Así avanzaríamos teniendo en cuenta la participación paterna como aporte dentro de esta realidad.
Otro prisma podría ser el creciente interés de los hombres en llevar una parte mayor de la crianza de los hijos. En este caso, llevaríamos el tema adelante desde la participación paterna y el rol materno en la permisión y promoción de este derecho.
Ahora considero, coincidiendo con la propuesta del mensaje “Mejores Padres, mejores hijos” (CEINDES/Papá en Acción), que el prisma adecuado para ver la responsabilidad compartida, es el de los derechos de hijos e hijas, ya que aquí independiente de las dimensiones culturales, de clases sociales y regiones[3] donde estén inseridas las familias, encontramos necesidades comunes propias de la condición de dependencia en las etapas tempranas de la vida humana. Por tal camino podremos avanzar en un lenguaje más universal y que nos permitirá abordar la perspectiva de género como dimensión necesaria.
Así propongo pensar la responsabilidad compartida desde la perspectiva de género, a partir de los derechos y necesidades de niñas y niños a tener acceso al capital humano de sus mamás y de sus papás.

¿Porque hijas e hijos necesitan de cuidados tanto de sus mamás, cuanto de sus papás?

Pese a ser una especie tan evolucionada, no conseguimos generar una descendencia rápidamente autónoma. De hecho somos la especie viva que necesita por más tiempo de cuidados para poder sobrevivir. Pero no nos basta la supervivencia, el ser humano necesita de calidad en los cuidados de tal forma a potenciar su desarrollo y evolución lo que repercutirá directamente en la calidad de autonomía que tendrá condiciones de vivir cuando completado su principal proceso de madurez.
Pertenecer y depender de adultos suficientemente buenos y responsables es condición necesaria, aunque no suficiente[4], para el pleno desarrollo.
Barudy (2005) habla de la necesidad de una “parentalidad social sana, competente y bien tratante”. Por parentalidad social, define “la capacidad práctica de un padre o una madre para atender a las necesidades de sus hijos”, no solo en lo dice a nutrición y cuidados, pero también a protección y educación de tal suerte que potencien el desarrollo de “personas sanas, buenas y solidarias”. Según el autor, la parentalidad social sana, competente y bien tratante ofrece a hijos e hijas modelos afectivos de apego seguro permitiendo que presenten desde pequeños capacidades de vincularse “en la confianza y la empatía” así como sea participantes en “prácticas sociales recíprocamente solidarias y altruistas”. (Barudy, 2005: 93)
Estos papás y mamás permiten que sus hijos e hijas sean capaces de amar y les ofrecen un entorno protector sea donde sea, lo que es especialmente importante en los estratos sociales de mayor pobreza económica.

“En efecto, las familias pobres que desarrollan dinámicas de buen trato desarrollan sus propios factores de protección contra los efectos perversos de la pobreza. Los padres de estas familias, con la ayuda de sus hijos y a través de una gran capacidad de trabajo, desarrollan con una enorme creatividad diferentes actividades que les procuran los medios de subsistencia necesarios” (Barudy, 2005: 94)

Características de la parentalidad fundada en el buen trato


Para avanzar en comprender las necesidades y derechos involucrados en la responsabilidad compartida, abordaremos lo que contiene y promueve una parentalidad bien tratante.
Lejos de existir un ideal de familia, es necesario derribar en el imaginario el modelo interiorizado e idealizado de familia que nos impide de ver lo que realmente se necesita para criar un buen ambiente para niños y niñas. Barudy refuerza lo decisivo existente en la naturaleza de las relaciones y afirma que papás, mamás o quien se ocupe de estos roles deben ser capaces de ofrecer contextos relacionales caracterizados por:
1. Disponibilidad múltiple/diversidad de experiencias en espacios diferenciados: Afectivos, donde hijos e hijas puedan ser sujetos de la relación (palabras, gestos, caricias); Íntimos, donde niñas y niños sean confirmados en su singularidad; Lúdicos, que permitan vivencia gratificantes además de las potencialidades del juego y el jugar; Espacios de aprendizaje, donde puedan encontrar modelos referenciales positivos, “no se puede no aprender de los adultos”.
2. Estabilidad: continuidad a largo plazo de relaciones que protejan y cuiden, además de socializar.
3. Accesibilidad: presencia y disponibilidad.
4. Perspicacia: percibir y mostrar alegría con los progresos y logros de hijos e hijas.
5. Eficacia: prácticas de crianza que permitan el cuidado, la protección y el desarrollo de una autonomía gradual saludable y responsable.
6. Coherencia: ofrecer un sentido coherente a sus actuaciones. Discursos y prácticas coherentes y consistentes desde los adultos sirven tanto de referencial, como de validación a la autoridad percibida y por ende, reconocida por niños y niñas.
Dentro de esta lógica y amparados en estudios desde otras disciplinas, podríamos llevarnos a reforzar la demanda de estas características y condiciones en las mujeres mientras su rol de mamás[5]. Además podemos, muchas veces motivados por el imaginario, creer que “apenas” las mujeres poseen “las capacidades” para ser “bien tratantes” en el cuidado con niños y niñas.
Barudy dice que si, que la maternidad biológica proporciona a las mujeres sensaciones que tienen relación con las capacidades necesarias para una maternidad social, pero también afirma que no bastará la biología, reforzando lo que Badinter (2002) y otros autores ya han estudiado y afirmado: no existe el instinto materno. Lo que existe son instrumentos ofrecidos por la naturaleza para que las mujeres puedan, al decidir, llevar a cabo el cuidado de sus hijos e hijas y encontrar satisfacción en ello. Aquí el ambiente juega un rol fundamental. (Barudy, 2005: 38).
Ya en el hombre, podríamos pensar que esto no existe, que no es “natural” de ellos. Barudy dice que aún falta mucho por descubrir pues los estudios siempre privilegiaron comprender a las madres, pero ya se saben puntos importantes: el padre es capaz – biológicamente hablando – de sentir placer en el cuidado de su prole. Desde su práctica, Barudy afirma que “en ciertos contextos las conductas paternales son parecidas a las maternales”.
Pese al poco estudio sobre la biología de la paternidad, el autor muestra que existen “pistas tentadoras” de la existencia de ella: las hormonas asociadas a la agresividad se reducen considerablemente cuando los hombres se ocupan del cuidado de sus hijos: se desconecta parcialmente el circuito neuronal de la agresión. (Barudy, 2005: 41)
La vasopresina, hormona existente en hombres y mujeres, es responsable por las respuestas dadas frente al estrés. En los hombres, las hormonas pueden duplicar los efectos de la vasopresina y “convertirla en una influencia potencial sobre la respuesta cuidadora de los hombres”. Es preciso reconocer que no siempre la respuesta al estrés dada por los hombres es el cuidar de su compañera y cría y que además, algunos recurren al ataque o a la huida. Pero el autor nos invita a la acción: “En la actualidad, los cuidados parentales, comparados con los de la maternidad, son más volubles, Talvez no estén tan determinados por la biología. Es posible que los factores culturales influyan más sobre la biología cuidadora de los hombres que en las mujeres” y sigue diciéndonos que los hombres son buenos padres porque decidieron serlo y que en esto “…han sido apoyados por mujeres emancipadas de la opresión patriarcal, que les han ayudado a perder el miedo a la ternura y a los cuidados corporales de sus hijos.” (Barudy, 2005: 42)
El ambiente tiene un rol muy importante para potenciar y permitir tanto la buena maternidad, cuanto la buena paternidad social.

El desarrollo de la responsabilidad compartida y bien tratante

Es evidente que, con las particularidades de cada situación, hijo e hijas tienen acceso a sus papás y mamás. El interrogante que nace entonces es: ¿cual es este acceso y como la perspectiva de género influye en las formas y posibilidades?
Al llegar a esta pregunta inicié un recorrido en busca de investigaciones que me dieran datos y me permitieran, a partir de una realidad, pensar en respuestas y nuevos interrogantes. En esta búsqueda encontré en el libro “La vida cotidiana en las nuevas familias” de Catalina Wainerman una interesante investigación realizada en Argentina en 2005 con familias de la región metropolitana de Buenos Aires que propone analizar el “grado de participación en la reproducción cotidiana[6]” de los hombres. Para medirlo divide la investigación en dos partes: tareas domésticas y de cuidado de los hijos e hijas.
En nuestro artículo nos interesan las dos: directamente y donde le daremos mayor atención y detalles la que dice al cuidado de la prole e indirectamente las tareas domésticas.
La investigación comparo 200 familias argentinas compuestas por parejas con por lo menos un hijo pequeño (máximo hasta 4 años de edad), divididas en dos grupos por estratos sociales (bajo y medio) y dentro de ellos en otros dos grupos: uno donde ambos cónyuges eran proveedores y otro donde el proveedor era exclusivamente el varón, obteniendo así 50 familias con un único proveedor varón, 50 familias con ambos cónyuges proveedores en cada estrato social.
La investigación entrega datos interesantes sobre la participación masculina, confirmando que los hombres realizan tareas en el hogar, las llamadas ocasionales, pero muy poco de las tareas domésticas cotidianas, según Wainerman, 77 %[7] de los hombres se abstienen de estas tareas a diario - el día-a-día es cosa de mujeres - lo que no quiere decir que no “ayuden” en los finales de semana o cuando están en casa. Sucede que en 50 % de estas familias sus parejas también no están en casa durante la semana, aunque las mujeres en general trabajen menos horas que los hombres[8]. Esto nos lleva a indagar: ¿quien lleva a cabo entonces estas tareas cotidianas? Muchas de las mujeres delegan tareas pero es importante separar la delegación de la tarea con la responsabilidad por la concretización, ya que esta también requiere energía. Aún delegando, será la mujer de la casa la que será cobrada, por si propia, por sus compañero y entorno, caso el servicio no se concrete a contento.
Sin una participación efectiva desde su compañero en las tareas del cotidiano, las mujeres también tienen menos tiempo para dedicarse a la maternidad responsable y bien tratante. No bastará una participación paterna más presente, se hará necesaria una equidad en todas las tareas reproductivas, para que se pueda garantizar tiempo que posibilite una participación materna de calidad, y la transmisión de modelos más equitativos de pareja.
En relación a las actividades de cuidados de los hijos e hijas la autora propuso evaluar la participación materna y paterna en 18 actividades, 11 consideras cotidianas y 7 ocasionales[9] y encontró datos interesantes sobre que es del cuidado de los niños y niñas. De las 18 actividades diferentes que investigó, encontró que 11 de ellas no son delegadas a terceros, en ningún grupo o estrato social, estas están asociadas a la instalación de hábitos de higiene, de responsabilidad o de obediencia, asistir a las reuniones de escuela, hablar con los maestros o llevarlos al médico. Entre las que se delegan están las tareas de ejecución simple como cambiar pañales, dar de comer, bañar y vestir y quienes las ejecutan son las hermanas o hermanos mayores, abuelas y tías, especialmente en los sectores sociales más bajos, u otras mujeres de servicio domestico contratado, en las familias de estratos sociales medios. La autora concluye que hay “un mayor consenso entre grupos sociales respecto a la maternidad-paternidad que de la domesticidad: los hijos no se delegan, la casa sí”. (Wainerman, 2005)
En lo que dice a la división de tareas de cuidado de los niños y niñas por género, de las 18 categorías investigadas por Wainerman, 8 fueron reconocidas como “no masculinas”, donde una gran parte o ninguno de los 200 investigados participa y 3 como “solo femeninas”, donde una gran parte o todas de las 200 mujeres participan.
Los hombres no se encargan o se encargan muy poco de las actividades cotidianas de cambiar pañales, dar de comer, vestir o decidir que ropa se habrán de poner los hijos y de ayudarlos con los deberes y de las actividades ocasionales de hablar con los maestros o quedarse en casa cuando están enfermos.


Para pensar: ¿Cuánto del hecho de que no se quedan en casa cuando los niños se enferman depende de lo que aprendieron y cuanto de la imposibilidad en sus medios laborales? ¿Cuanto a no hablar con los maestros, nos quedará la duda de cuanto es porque los maestros hablas con las mamás, cuanto es porque ni se enteran de las reuniones de colegio o de los problemas, o si tendrían como salir de sus trabajos para realizar esta actividad?


Como resultado de esta investigación Wainerman afirma que en el cuidado con niños, no existe ninguna actividad reconocida como principalmente de los varones.
Las actividades exclusivamente femeninas son: decidir que ropa usar, hablar con los maestros, quedarse en casa con el hijo/a está enfermo/a.
Datos importantes se revelan en 10 de las categorías investigadas, donde según la autora, ambos géneros son socios, aunque en proporciones desiguales:

Casi la mitad de los hogares, ambos papás comparten:
. reprender - esto ya fue algo exclusivo del mundo masculino - o imaginado como tal – 53,8 % de los papás dicen que reparten por igual con las mamás, y 54, 8 % de las mamás afirman lo mismo.
. conocer el nombre de los amigos - esto era algo femenino en el pasado, envuelve la preocupación con la vida social de los hijos – 41,3 % de papás y mamás dicen que reparten por igual esta actividad. Por otro lado, 58,7 % de los papás dice que reparten parte o no participan en nada de esta actividad.

Casi un tercio de los hogares, ambos papás comparten:
. hacerlos dormir – 38,3 % de los papás y 39,4 % de las mamás dicen repartir, mientras que 52,9% de los papás dicen participar poco o nada[10].
. comprarles ropa - 30,3 % de los papás y 31,3 % de las mamás dicen repartir, mientras que 56,6% de los papás dicen participar poco o nada[11].
. llevarlos al médico – 29,5 % de los papás y 31 % de las mamás dicen repartir, mientras que 58,5% de los papás dicen participar poco o nada[12].

Entre un quinto y un cuarto de los hogares, ambos papás comparten:
. cepillar los dientes – 25,2 % de los papás y las mamás dicen repartir, mientras que 65,8% de los papás dicen participar poco o nada[13].
. controlar el consumo de TV – 24,2 % de los papás y las mamás dicen repartir, mientras que 62,5% de los papás dicen participar poco o nada[14].
. llevarlos a la escuela – 22,3 % de los papás y 31,8 % de las mamás dicen repartir, mientras que 69,4% de los papás dicen participar poco o nada[15].
. ayudarlos con los deberes – 21,1 % de los papás y 24,6 % de las mamás dicen repartir, mientras que 72,8% de los papás dicen participar poco o nada[16].
. asistir a las reuniones escolares - 26,1 % de los papás y 25,5 % de las mamás dicen repartir, mientras que 70,2% de los papás dicen participar poco o nada[17].

Grado de participación en la reproducción cotidiana x Paternidad Social bien tratante

Propongo un análisis del cruce de resultados de la investigación de Wainerman y las características que debieran ofrecer los contextos relacionales bien tratantes de Barudy, para ayudarnos a encontrar caminos en la promoción de relaciones paternales que permitan la oferta de ambientes que potencien ciudadanos y ciudadanas, futuros papás y mamás bien tratantes y responsables: ¿En cuales de las situaciones investigadas por Catalina Wainerman, existe potencial directo o indirecto para contextos relacionales donde se puedan vivir situaciones experiencias afectivas, íntimas, lúdicas o de aprendizaje? ¿En cuales se puede sentir y proporcionar estabilidad, accesibilidad y coherencia? ¿En cuales se puede practicar la perspicacia y en cuales la eficacia?
Dentro de las respuestas podemos encontrarnos con nuevos interrogantes, como por ejemplo: ¿que otras situaciones cotidianas y ocasionales pueden ofrecer espacios relacionales donde papás y mamás puedan ofrecer, de forma equitativa, ambientes bien tratantes para sus hijos? ¿Cuál es la realidad en la región donde trabajo, en las familias que atiendo? ¿Cuál es la realidad en el país?, entre tantas otras. Ejercicios de análisis, reflexión, búsqueda de conocimientos son invitaciones para encontrar nuevos caminos.


Responsabilidad compartida y relaciones de género

Al reunirse en un proyecto común de vida un hombre y una mujer pasan a desarrollar en la conyugalidad contratos explícitos e implícitos donde se encuentran la división de tareas y responsabilidades por la concretización del proyecto común. Esta división recibe una fuerte influencia del ambiente y aún permanece bajo gran impacto de la construcción cultural de las relaciones de género, manteniendo, pese a los cambios de la modernidad, una fuerte presencia sexista en la división del trabajo.


“Quizá los hombres que optan por ser buenos padres no tengan tantos recursos para resistir el peso de la influencia de la cultura sexista, por lo que la paternidad cuidadora constituye un sistema de conductas intrínsicamente menos fiable y menos integrado que la maternidad” (Barudy, 2005: 42)


En el momento que la pareja pasa a conjugar las funciones parentales y las conyugales, nuevas normas y acuerdos se llevan a cabo. En el ejercicio de la paternidad y la maternidad, los contextos tienen influencias distintas en las relaciones de género, aunque continúen con fuertes expectativas basadas en la capacidad biológica de las mujeres de procrear. Pareciera ser que la equidad de género al interior de las familias tiene una puerta más abierta en la parentalidad que en la conyugalidad.


“… los padres suelen recibir mensajes confusos con respecto a sus derechos y responsabilidades como progenitores. Las normas sociales y culturales existentes pueden tener una fuerte influencia sobre los niveles de participación de los progenitores en la crianza de sus hijos. El mensaje que muchos hombres asumen es que no es la función del padre participar demasiado en las vidas de sus hijos más pequeños”. (UNICEF, 2007)


Los hombres necesitarán de apoyo desde la cultura, las políticas públicas, y el afecto privado para que puedan desarrollarse buenos padres. Las mujeres tienen un papel importante en esta construcción social de la paternidad bien tratante. Los hombres necesitan de ayuda para percibirse y decidir ser buenos padres. Pero no bastará que los papás decidan ser buenos padres, las mamás tendrán que ayudarles y permitirles este espacio.
La responsabilidad compartida con perspectiva de género requiere que se la piense y trabaje en múltiplas dimensiones:
. Al interior de las familias, tanto en la potenciación de la mayor y mejor participación de los papás en el cuidado de sus crías, pero además en la co-responsabilidad por las demás tareas del cuidado cotidiano del hogar para que de esta forma sus compañeras puedan ser también mamás bien tratantes, sirviendo ambos de modelos positivos para sus hijos e hijas, que reproducirán con mayor facilidad esta forma de ser familia.
. Desde las políticas públicas, en los servicios de salud y planificación familiar, en las escuelas y la atención en los demás servicios para que refuercen el rol importante tanto del papá como de la mamá, adecuando los servicios y la atención a los horarios y los métodos de tal forma que sea posible la participación también de los papás.
. Desde las investigaciones que aún tienen mucho que descubrir sobre las dimensiones y potencialidades de la participación paterna en el desarrollo de personas autónomas y saludables.
. Desde los servicios público y las empresas privadas en lo que dice a incorporar en sus lógicas de trabajos y permisos, el derecho de los hombres y de las mujeres, pero especialmente, el derechos de los hijos e hijas, a tener a sus papás en los momentos en que se necesita de ellos.
. Desde las leyes, para que puedan en fin garantizar a los papás y las mamás, pero principalmente a los hijos e hijas pequeños, brindar y recibir el soporte emocional seguro de ambos padres en momentos de alegría (nacimientos, fiestas escolares, vacaciones, etc.) o de dolor (enfermedades, pérdidas, etc.).
. Por fin, dejo una invitación, reconociendo que vendrán alegrías y tristezas: que recuerden como fue ser niño o niña cada vez que tengan que ser papás, mamás y profesionales, quien sabe de esta forma podremos concretar cada vez más y mejor el hecho de que “cuando nace un ser, nacen tres; un padre, una madre y un hijo/hija”.
Muchas Gracias.

Bibliografía

Badinter, Elisabeth (2002). ¿Existe el instinto maternal? Buenos Aires, Paidós
Barudy, Jorge (2005). “Familiaridad y competencias: el desafío de ser padres”. En: Barudy, Jorge – Dantagnan, Maryorie. Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona, Gedisa. Pag 77 - 125
Barudy, Jorge (2005). “La ecología social de los buenos tratos infantiles”. En: Barudy, Jorge – Dantagnan, Maryorie. Los buenos tratos a la infancia. Parentalidad, apego y resiliencia. Barcelona, Gedisa. Pag 43 – 52
UNICEF (2006). Estado Mundial de la Infancia 2007. UNICEF, NY
Wainerman, Catalina (2005). La vida cotidiana en las nuevas familias: ¿una revolución estancada? Buenos Aires, Lumiere

[1] Ponencia presentada en el II Foro Responsabilidad Compartida: Marco para el desarrollo integral de una participación paterna en la crianza de los hijos. Organizado por CEINDES/ Proyecto “Papá en acción” y MIMDES/ Dirección de Apoyo y Fortalecimiento de la Familia. 27 y 28 de noviembre de 2007. Lima, Perú.
[2] Paréntesis que considero importante: tanto los proyectos laborales, cuanto los familiares, son dimensiones posibles de los proyectos de vida personales.

[3] Que nos ofrecerán variables que influencian el como se llevan a cabo las relaciones familiares.
[4] Será necesario también que todos los entornos, bien como las capacidades y habilidades de los adultos de estos entornos hayan sido desarrolladas a contento.
[5] Si bien es el cuerpo de la mujer el que puede, en su capacidad biológica, desarrollar una nueva vida, esta no se “genera” sola y aunque culturalmente se puede atribuir a las mujeres la responsabilidad principal por la planificación familiar, se hace necesario proponer una reflexión profunda sobre cuanto de la irresponsabilidad y el abandono por parte del progenitor, encierra esta lógica. Una co-responsabilidad real en la planificación familiar podría generar hijos de la decisión conjunta y, por ende, del deseo compartido. No considero oportuno avanzar en este tema por la perspectiva que hemos propuesto en este artículo, pero dejo como sugerencia que se avance en la reflexión de la responsabilidad compartida por la crianza, desde la responsabilidad compartida en la planificación familiar, donde las políticas públicas ocupan un rol muy importante en especial en las familias de menor poder adquisitivo.
[6] Mide la combinación entre el número de tareas y la porción de ellas que realizan los varones en una escala cuyo rango va de 0 - no hace nada o ninguna de las actividades - a 4,0 - hace todo de todas las actividades domésticas cotidianas. (Wainerman, 2005)
[7] Existen variables en las familias donde ambos cónyuges trabajan, por estratos social y dependiendo de las tareas a ser realizadas, para mayores detalles recomendamos la lectura de la obra.
[8] Las 100 mujeres que trabajaban le dedicaban un promedio de 32 horas semanales, mientras que sus esposos, un promedio de 49 horas.
[9] Actividades de cuidados de los hijos cotidianas: cambiar pañales, darles de comer, bañarlos o vestirlos, decidir que ropa usar, hacerlos dormir, cepillar los dientes, llevarlos a la escuela, ayudarlos con los deberes, controlar la TV y reprenderlos. (11 actividades). Actividades de cuidados de los hijos ocasionales: asistir a reuniones en la escuela, hablar con maestros, quedarse en casa cuando enferman, llevarlos al médico, comprarles ropa, detectar cuándo cortarles las uñas y el pelo, conocer nombre de amigos. (7 actividades)

[10] Variable entre estratos sociales: 47 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 29 %.
[11] Variable entre estratos sociales: 22 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 38,8 %. Se encontró un porcentaje mayor de padres en los estratos sociales de menor ingreso que realizan esta tarea solos o mayoritariamente solos 21,4 % contra 5 % de los estratos medios.
[12] Variable entre estratos sociales: 38 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 21 %.
[13] Variable entre estratos sociales: 32,9 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 18,8 %.
[14] Variable entre estratos sociales: 33,9 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos 24,6 % de los papás dicen hacerlo siempre o en mayor parte solos/exclusivamente.
[15] Variable entre estratos sociales: 29,7 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 15,7 %.
[16] Variable entre estratos sociales: 26,3 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 18,4 %. Ahora se encontró un porcentaje mayor de padres en los estratos sociales de menor ingreso que realizan esta tarea solos o mayoritariamente solos 7,9 % contra 2,6 % de los estratos medios
[17]Variable entre estratos sociales: 34,2 % de los papás de estratos medios dicen compartir esta tarea. En los estratos bajos este porcentaje es de 19,3 %.

domingo, 13 de mayo de 2007

Fortalecimiento familiar desde la ética y los derechos humanos

Abril 2007 – texto presentado durante Seminario Regional de Capacitación del IFCO-RELAF: “El Derecho a Vivir en Familia. Acogimiento Familiar y otras alternativas”. IFCO-RELAF y Fundación CEPES (Orgs). Mar del Plata, Argentina, 17, 18 y 19 de mayo de 2007


Introducción

Las familias se conforman desde sus experiencias y cultura, reciben influencias y expectativas desde la sociedad y atienden - o no - a los modelos idealizados, considerados, construidos y reconstruidos, en la evolución de los tiempos.
En las diferentes culturas las sociedades vienen a lo largo de la historia, diseñando modelos “ideales” de familia, mantenidos por una red de mensajes que modelan las subjetividades. Sean cuales sean los valores considerados o contemplados dentro de estas expectativas, es real que existen, desde lo público, determinadas “formas esperadas de ser familia” y que estos modelos “pesan” sobre individuos y sistemas familiares que, aunque no siempre de manera consciente, emprenden una búsqueda que no tiene fin en la tentativa de saciar el deseo colectivo.
Dentro de contextos socio-culturales y económicos diversos, en sociedades mutantes, globalizadas y fundadas fuertemente en el consumo, sean cuales sean las conformaciones familiares, estas se ven frente a distintos y enredados retos que conducen a la necesidad de ofrecer respuestas frente a expectativas y vulnerabilidades del cotidiano.
Dentro de las posibles respuestas, existen aquellas que consiguen llegar a soluciones que garantizan, restituyen o reposicionan a las familias en nuevos niveles de desarrollo, pero también aquellas que ofrecen riesgo y desprotegen a alguno de sus miembros o a todo el grupo familiar.
Pese a que el poder adquisitivo es una variable importante y que influye en la sensibilidad de las familias frente a las vicisitudes del día a día, en todas las diferentes clases sociales, se encuentran situaciones que generan protección, así como aquellas que vulneran. Quizá aquí, las posibilidades de obtener determinados servicios por propia cuenta ofrezcan oportunidades de respuestas mas efectivas, pero no es regla para todas las situaciones o familias. Por otro lado, el bajo – o inexistente – poder adquisitivo, potencia las posibilidades de vulnerabilidad, al conciliar riesgo “infraestructural” y riesgos “estructurales”.
Por riesgo “infraestructural” consideraremos todo aquel que se origina de la violación de derechos humanos por la ausencia o insuficiencia de recursos básicos de salud (alimentación, higiene, por ejemplo), educación (formal), vivienda, descanso, diversión, etc. Por riesgo “estructural” tomaremos aquellos decurrentes de las relaciones personales y sociales y que generan ambientes donde se violan derechos humanos que impiden el vivir en un ambiente de paz, el pertenecer a un núcleo familiar, el desarrollo de habilidades y capacidades, el ser comprendido, entre otros.
De hecho, en todas las clases sociales es posible encontrar violación de derechos capaces de generar riesgos “estructurales”, quizá apenas aquellas familias a las que no les restan alternativas, sean las que llegan a los servicios públicos. Además - y muy importante – es en estas familias donde los servicios públicos terminan por desempeñar papeles por veces ambiguos: en un momento “invaden” las privacidades y en el otro no tienen suficientes recursos para ofrecer apoyos adecuados y eficaces a las familias.
Los Estados actuales, débiles en sus capacidades de soporte “estructural”, priman por dedicar sus exiguos recursos a ofrecer soportes de “infraestructura” muchas veces de tal forma que serán necesarios por largos periodos de tiempo. Los recursos de apoyo a las familias pueden ser escasos, pero las expectativas no. El Estado espera – y necesita – mucho de todas las familias que lo conforman.
Además de las expectativas de la Sociedad y del Estado, las familias deben atender también a su audiencia interna, respetando derechos humanos de sus miembros además de llevar a cabo un proyecto familiar. No es una tarea fácil.
Cuando se diseñan o llevan a cabo programas o proyectos de apoyo “estructural” a las familias por lo general tienen alcance limitado, son de corta duración, presentan deficiencias en los procesos de evaluación (lo que pone en duda su eficacia), o entonces se transforman rápidamente en apoyos “infraestructurales”, muchas veces sustituyendo las funciones familiares. ¿Por qué parece ser tan difícil llevar a cabo una política de fortalecimiento de las relaciones familiares? ¿Por qué parece ser más fácil sustituir las funciones familiares que reconocer sus capacidades y promover el empoderamiento? ¿Podemos afirmar que todas las familias saben lo que deben y pueden ofrecer a sus miembros (considerando las diferencias de contexto y culturas) para atender a las necesidades de cada uno respetando los diferentes ciclos de vida? ¿Estamos seguros que si las familias “saben” y “pueden”, dejan de realizar lo que “deben” siempre con intencionalidad?
En este articulo nos proponemos a reflexionar sobre la naturalidad en la percepción del “saber” de las familias que conforma opiniones, influye en decisiones, pero también en la formulación de políticas públicas, bien como proponer caminos para acciones de fortalecimiento familiar que busquen el desarrollo humano y social, teniendo como ejes la ética y el respeto a los derechos humanos.

Expectativas desde la Sociedad: el “inconsciente colectivo”

Una gran paradoja que enfrentan las familias es atender a la expectativa de ser soporte, en el sentido de sostén, tanto económico, cuanto emocional de sus miembros, y al mismo tiempo ser responsabilizadas por el “desorden” de las sociedades. (Arriagada, 2002: 144)
De un lado parece existir un acuerdo tácito, no suficientemente discutido o madurado, donde las sociedades suponen que las familias poseen todo el saber necesario a la crianza y desarrollo de las próximas generaciones, bien como a lo que dice de relaciones de género y por tanto no “necesitan aprender” nada más sobre lo que les cabe, lo que presupone que también saben exactamente lo que les cabe.
¿Al final, que se espera de las familias?
Antes del siglo XVIII, de las familias se esperaba que fueran unidades básicas de supervisión y contención, formando mujeres y hombres ajustados a los patrones de la época. Según Heywood (2004), “la autoridad paterna era reforzada por el control de la propiedad agrícola o el dominio de un oficio que podría ser transmitido a los hijos [hombres]”. (Heywood, 2004:144)
Esta expectativa inicia un cambio significativo, aunque lento, con la transformación de la familia predominantemente agraria para la industrial. Junto con la revolución industrial surge el “amor materno”, el “amor conyugal” y con esto las uniones pasan más a fundarse en el amor y en la libertad de elección. Es la época de lo que Fernández llama de “sentimiento domestico de intimidad”. (Fernández, 2006: 202)
Un ambiente doméstico gobernado por los sentimientos quedaría entonces, bajo la responsabilidad de las mujeres que consolidan sus roles de esposas y madres. (Fernández, 2006:203) A los hombres, con una presupuesta complementariedad, les tocaría el sostén del hogar y todo lo que decía a lo público.
Con variantes dentro de contextos y culturas y recibiendo aportes desde los modelos globalizados y cambiantes de la modernidad, también existen expectativas sobre las formas de ser de cada uno de los roles formales que conforman las familias. Estas expectativas tienen orígenes en la historia pero no se mantienen las mismas con la evolución de las sociedades. Ser “madre” en América Latina actual, es diferente del ser madre en el inicio de su colonización, aunque las expectativas puedan no haber cambiado tanto, las realidades son otras y confrontar modelos idealizados con los papeles vividos puede ser difícil y generar angustias. Diferentes variables influyen en las expectativas: contexto histórico, cultura, religión, clase social, etnia, raza, histórico familiar, nicho ecológico, entre otras, pero aún así, los roles “oficiales” de padre, madre, hijo mayor, hijo menor, hija mayor, hija menor, abuelo, abuela, esposo, esposa, tío, tía, hermano, hermana, etc., parecen recibir ciertos mensajes a partir del colectivo y del núcleo familiar, que van conformando patrones en las formas de ser cuando se ocupa cada uno de estos papeles. Todo aquél o aquella que no viva su papel de acuerdo con el guión esperado, paga un precio frente a la decepción de la sociedad.
Pero además de los papeles formales, la sociedad lanza expectativa a las formas de organización familiar, donde el casamiento tiene un importante rol. Para Fernández (2006), un casamiento es considerado “un acuerdo entre dos personas de diferentes sexos que, libres y recíprocamente, se escogen en un pacto de amor, en la tentativa de desarrollar un proyecto de vida común que implica, en general, criar y amar a su descendencia.” (Fernández, 2006: 186). Pero la autora nos alerta que dentro de esta definición bastante compartida por la sociedad, se encuentran los acuerdos tácitos de complementariedad que, muchas veces y aún en los tiempos actuales, resultan en situaciones de conflictos de las más variadas órdenes.
Como una de las herencias del “amor romántico” dentro de los contratos conyugales tenemos que: donde hay amor no existe violencia.
Este tipo de visión/expectativa, impide comprender las diferentes realidades y también hacer frente a la violencia doméstica e intrafamiliar[2].
Otro punto de influencia en los modelos construidos es la creencia de que: las madres no abandonan.
Esta visión que tiene como base una idea ya ultrapasada dentro del universo académico, es aún presente en la Sociedad: el instinto materno y con él, el mito del amor materno. Este tipo de evaluación, nos impide de hacer frente a las necesidades reales de muchos niños y niñas, generados por mujeres y hombres (importante no dejar el hombre de lado, ya que sin él no existe un embarazo) que no desean maternar y paternar.
Otra visión romanceada y que desconoce la realidad histórica de la formación de las familias en Latinoamérica, es aquella que presupone que la informalidad en las relaciones de pareja es algo exclusivo de la modernidad.
De hecho, los casamientos formales y sus consecuentes vínculos “oficiales” vienen perdiendo terreno para la informalidad en las uniones (Ver datos de CEPAL mas adelante), pero esto no es algo inédito en nuestra historia.
Para Therborn (2006) “el casamiento humano es una institución socio-sexual, parte de un complejo institucional mas amplio de la familia” y es el acto sexual el que “sella” el casamiento (tanto que la impotencia, aún en sociedades patriarcales es razón suficiente para la anulación o el divorcio). Para el autor, es necesario que se analice el casamiento como regulación de la sexualidad y del amor romántico, pero que a su vez “es un arreglo para la procreación, una forma de cuidar de los frutos de la sexualidad, de firmar su descendencia legítima y de definir la responsabilidad última o principal por su crianza”. Es decir que el casamiento también es una forma de definir responsabilidades para con las próximas generaciones, pero no solo, “históricamente ha sito un importante vehículo de integración social y de división social”. Citando Lévi-Strauss, Therborn compara el desastre que fueron las uniones entre descendientes directos o próximos - “de una aldea, región o raza” – que llevaron a rupturas en la red social y el suceso evolutivo de los “sistemas de intercambio de mujeres entre diferentes grupos de descendencia masculina”. En esto, el “tabú del incesto” ocupa un rol primordial, como empuje a la construcción de alianzas entre grupos diferentes, fortaleciendo la evolución de la especie humana. (Therborn, 2006: 198-200)
Ahora si el casamiento funcionó como integrador social, socializador y permitió la construcción de alianzas entre grupos y riquezas, su disolución es considerada “un importante indicador de desintegración o disrupción social”, afectando dos aspectos significativos de la sociedad: “el estatus social y la formación de los domicilios”. Para Therborn, el hecho de una familia pertenecer a la clase “propietaria” es suficiente para que las reglas del casamiento tengan especificidades donde la existencia de herencia debe “afectar tanto la edad cuando la frecuencia del casamiento”. Los casamientos son influenciados por las normas de supremacía masculina, las jerarquías de clase y raza/etnia en las sociedades, que ayudan a establecer “relaciones sexuales jerárquicas entre hombres y mujeres”. (Therborn, 2006: 200)
Para Theborn (2006) “el respeto a los rituales formales del casamiento debe variar con la internalización del sistema de valores oficial y con la mayor o menor proximidad de agentes de control social”, pero además, la composición de vínculos formales o no tiene estrecha relación con el rol económico del domicilio: en los casos donde la producción es doméstica, las normas de casamiento son mas severas (herencia) de lo que se encuentra en las economías donde los domicilios son unidades de consumo. (Therborn, 2006:200). Vale decir que economías globalizadas y orientadas al consumo, son grandes responsables por las actuales tasas de desunión o uniones no oficiales.
Nota: Vale decir que la “oficialidad” no es garantía de vínculos saludables o duraderos y que los “vínculos informales” no puedan ser reales o perdurar y ser positivos.
Pero la informalidad de las uniones no es algo exclusivo de la modernidad. Desde el inicio de la colonización y en diferentes épocas de la construcción de la América Latina que conocemos, las relaciones de pareja han primado por la informalidad, lo que de alguna forma es herencia y parte constituyente de la actualidad.
Theborn (2006) constató que de la totalidad de los nacimientos en la capital de México en el inicio de 1900, un tercio eran “ilegítimos” y que un tercio de las mujeres mayores de 15 años eran casadas. En la misma época y en todo México apenas 45 % de las mujeres de esa edad habían contraído matrimonio y que el porcentaje de uniones sexuales en la Ciudad de México que eran consensuales, llegaban a 80 %. En Argentina del inicio del siglo XX, 20 % de los nacimientos eran fruto de relaciones entre personas no casadas, mientras que en Uruguay, estos correspondían a 25 % de los nacimientos. Avanzando para el interior de Argentina, en la región andina, 50 % de los nacimientos eran extramatrimoniales. En Costa Rica las tasas eran las menores de América Latina, pero aún así correspondían al doble de la realidad europea de la época. En los países que tuvieron esclavitud africana, la informalidad fue mantenida por leyes que, en un inicio prohibían las uniones entre esclavos y que después del final de la esclavitud, durante mucho tiempo regularon el casamiento “entre iguales”, lo que fomentó las uniones informales tanto en las clases populares, cuanto en los casamiento entre “diferentes”. (Therborn, 2006:232-233)
La informalidad en las relaciones y el nacimiento de hijos e hijas fuera de casamientos oficiales no son temas desconocidos para las familias de la región.
A pesar de los cambios históricos, la evolución del conocimiento, la globalización y las sociedades modernas, aún asombran el imaginario de las expectativas sobre las familias: la división sexual del trabajo, el amor incondicional de las madres (que no abandonan), la necesidad de constituir pareja oficial (como garantía de continuidad de proyecto conjunto) y la imposibilidad de cohabitación entre violencia y amor al interior de las familias.
Al final, ¿cual es el perfil actual de las familias en América latina?

¿(En) Que realidad (se) construyen las familias en América Latina?

Hablar de las familias latinoamericanas como un bloque es un reto, dados los diferentes contextos e idiosincrasias. Pero pese a las diferencias y singularidades existentes, también se pueden encontrar puntos comunes, que influyen directamente en los sistemas familiares.
Para una gran parte de los habitantes de América Latina, la pobreza es una realidad que influye en las formas de “ser” y, en especial, en las (limitadas) oportunidades de “tornarse”. De acuerdo con el Panorama Social de 2006 de CEPAL, “en 2005, el 39,8% de la población de la región vivía en condiciones de pobreza (209 millones de personas) y un 15,4% de la población (81 millones de personas) vivía en la pobreza extrema o la indigencia”. (CEPAL, 2006b:5)
Pero para los gobiernos de la región según CEPAL la principal preocupación en relación con la familia “tiene que ver con sus transformaciones estructurales.” En ese estudio, como “transformaciones estructurales” se consideran la diversidad y los diferentes tipos de familia: la reducción de los núcleos familiares en participación y tamaño, el aumento de las familias monoparentales y las extendidas. (CEPAL, 2006: 3)
Las familias nucleares, compuestas por padre, madre o ambos con o sin hijos, continúan siendo predominantes, pero disminuyen su participación que en 1990 era de 63,1 % para, el 61,6 % en 2004. También se registra un aumento en los hogares unipersonales de 2,8 puntos porcentuales, en especial en las zonas urbanas, lo que según Arriagada se debe en gran parte a los procesos de individualización de la modernidad, y es más común en jóvenes o adultos mayores. (CEPAL, 2006)
Familias nucleares con ambos padres también vienen disminuyendo en participación que pasó de 46,3% en 1990 para 42% en 2004. A su vez es creciente el número de familias con jefatura femenina. Según CEPAL es en las zonas urbanas que el fenómeno aumenta más donde ya representan el 19 % de los hogares y familias. 18,6% de las familias nucleares son monoparentales y de estas 86,8 % tienen jefatura femenina y 13,2 % jefatura masculina. Para el estudio, este crecimiento está directamente relacionado con el aumento del ingreso de las mujeres al mundo del trabajo remunerado que fue más intenso entre 1990 y 2005, donde la tasa de participación laboral femenina en zonas urbanas pasó de 45,9 % para 58,1 %, “Sin duda, el acceso a recursos económicos que permitan auto sustentarse es clave para la constitución de hogares y familias monoparentales”. (CEPAL, 2006) Para el mismo período, las familias extendidas y compuestas disminuyen, con excepción de Cuba.
En especial para la región de Latino América existe un componente aún presente que ofrece variables significativas dentro de las uniones: grandes diferencias entre las edades de los cónyuges y el casamiento precoz que acaba por maximizar vulnerabilidades fisco-emocionales y sociales de las mujeres. Según UNICEF (2006), para América Latina y Caribe, 25 % de las mujeres entre 20 y 24 años estaba casada o tenía algún vínculo de pareja, antes de los 18 años, siendo que la diferencia entre zonas rurales y urbanas es acentuado: 24 % y 31 %, respectivamente. (UNICEF, 2006:135)
Según CEPAL, un eje de transformación de las familias pasa por los cambios relativos a la vinculación formal en los matrimonios. En el estudio publicado en 2006, ciertos países atribuyen estos cambios al producto entre el “mayor acceso de las familias a servicios legales integrales”, a las leyes de protección de derechos, en especial de las niñas, niños y adolescentes, a la participación de las familias en la gestión de proyectos sociales y a planes de desarrollo de diferentes países. Apenas dos países (Honduras y Bolivia) apuntan la violencia familiar como motivadores.
En el 2004, el 12% de las familias nucleares eran compuestas por parejas sin hijos. Según CEPAL (2006) “El examen de la información de la última década permite concluir que desde principios de los años noventa —con las únicas excepciones de Chile y México— el modelo de familia nuclear tradicional ya no era el mayoritario en la región”. (CEPAL, 2006)
Una importante observación se hace necesaria tanto para el análisis del Panorama Social de América Latina 2006 de CEPAL cuanto en las encuestas de hogares realizadas en los diferentes países. En ellas no es posible conocer la realidad de las familias llamadas complejas[3], el efecto de las migraciones en las composiciones familiares, bien como de familias formadas por personas del mismo sexo. La multiculturalidad es una dimensión muy poco considerada pese a la magnitud que le es propia de nuestra región. Esto produce brechas considerables y con consecuencias imposibles de mensurar decurrentes de las incidencias de políticas públicas “pensadas para las familias” que consideran apenas ciertos “modelos familiares” como referencia.
Es un desafío incorporar una visión mas amplia de respeto a los derechos humanos y a la diversidad transversalmente en las diferentes áreas de las estructuras gubernamentales estatales y regionales, que pasen a abarcar en discursos y prácticas todos los diferentes tipos de familias y solo así, se podrán pensar planes, programas, proyectos y leyes que consideren dichos principios y garanticen derechos.

El rol del Estado en el apoyo “estructural”

Las expectativas son elevadas en relación al rol de las familias en el cuidado y atención a sus miembros. Dentro de estas expectativas se encuentra un acuerdo tácito de que las familias saben lo que deben hacer y de hecho, las diferentes configuraciones familiares detienen saber importante sobre las formas de vivir en familia y ejercer el cuidado, protección y estímulo al desarrollo de sus miembros.
Este saber deriva básicamente de modelos aprendidos desde los referentes de sus antepasados, desde lo público que controla y orienta (leyes, cultura, políticas, otros modelos) y es variable de acuerdo con las oportunidades disponibles, el desarrollo personal de sus miembros bien como la salud física y mental, para nombrar algunas variables importantes.
Es decir que no se “aprende” a ser familia en una educación formal del tema. De la misma forma no se aprende a ser madre o padre, ni marido o esposa, a no ser en el convivo con sus referencias familiares y sociales en un constante ejercicio de tentativas y errores.
De hecho, las familias no tiene porque saber - en el sentido de conocer para ejercer - el como desempeñar sus roles, o como desempeñar de manera más eficaz esos roles.
Si por un lado el imaginario popular insiste en creer que existe un “modelo cierto de ser familia” y que “las familias saben vivir este modelo”, se construyen juegos peligrosos que pasan por juzgar una supuesta intencionalidad, pero que además retroalimenta el imaginario: como las familias “saben” lo que deben hacer y no lo hacen, no lo hacen porque no quieren… por eso no son “confiables” o “dignas” de inversión suficiente, o apoyo adecuado.
Como consecuencia directa de este acuerdo, resulta la ausencia o ineficacia de políticas públicas que busquen la promoción de las funciones parentales, antes que se llegue a instalar el riesgo o vulnerabilidad. Decurrente de la misma premisa, cuando la familia “falla” - no atiende a las expectativas o coloca en riesgo a sus miembros, violando o no protegiendo sus derechos- la atención/apoyo es muchas veces sostenida por una necesidad de “culpabilidad/ responsabilización” que impregna todas las instancias de la formulación y ejecución de las políticas públicas relativas: si las familias “saben lo que tienen que hacer” cuando fallan, “lo hacen de propósito”.
Cuidado con esta armadilla que dificulta el diseño y aplicación de programas eficaces para apoyarlas “estructuralmente” e intensifica las situaciones de riesgo alimentando un sistema de vulneración e abandono.
De hecho, muchas familias desconocen las necesidades de cada ciclo vital. Muchas desconocen lo que pueden hacer u ofrecer para el mejor desarrollo de cada uno de sus miembros y de las relaciones familiares. Otras no pueden acceder a los medios o no saben utilizarse de ellos para concretar lo necesario en el cuidado, protección y desarrollo.
Cabe al Estado un importante papel de romper con este sistema que transforma determinadas familias – aquellas que aparentemente no siguen el guión – substituibles. ¿Quien dice que existe un modelo cierto de ser familia? ¿Quién dice cual es el modelo cierto de ser familia? ¿Quien puede afianzar que determinada familia, con el apoyo adecuado, no puede ser capaz de llevar adelante sus funciones como tal?
Es preciso que se dejen de lado la idealización y el culpar, para que se consigan construir relaciones fraternas y comunitarias de apoyo y sostén mutuo y no más de substitución o anulación.
Se hace necesario y urgente un proceso de madurez social, que pase por la reflexión colectiva rumbo a una nueva visión, más incluyente, que busque potenciar las capacidades de las familias de Latinoamérica.
Se hace necesario y urgente que se piensen políticas públicas que empoderen a los miembros de las familias y a las relaciones familiares y comunitarias, para que estas puedan ser núcleos de desarrollo humano y social, sin culpas, con condiciones y autonomía. Para esto deben considerar las múltiplas alternativas de ser familia y necesitan basarse en el respeto al modelo que cada familia es capaz y desea construir dentro de su cultura, potenciando sus capacidades a partir de su fortalecimiento, de la promoción de la equidad de género y generacional, del desarrollo de ambientes de paz, democracia y participación intrafamiliar.

Caminos para construir políticas públicas de fortalecimiento familiar[4]

A seguir se encuentran algunos puntos que considero importantes en la búsqueda de caminos para el desarrollo de acciones capaces de empoderar a las familias en la construcción tanto de proyectos de vida común, como grupo, cuanto en el respeto e incentivo de los proyectos individuales de sus miembros, fundados en la ética y el respeto a los derechos humanos:

Puntos de partida:
. Llevar en cuenta siempre que no existe un modelo de familia adecuado o el modelo cierto de familia. Además de las múltiples realidades socio-culturales y étnicas, cada familia tiene su propia historia y realidad que cambia de acuerdo con su evolución.
. Considerar diferentes ángulos y perspectivas de derechos y necesidades: mujeres, hombres, niñas, niños, las adolescentes, los adolescentes y las/os adultos mayores en todas las acciones y lineamientos estratégicos. (garantizar que se considere tanto a género cuanto a generación en las perspectivas)
. El cuidado y la responsabilidad sobre el desarrollo de las hijas e hijos es tanto de las madres cuanto de los padres.
. Si por un lado el amor no puede ser exigido, la responsabilidad por los demás, en especial por las niñas, niños, adolescentes y adultos mayores, puede y debe ser aprendida.
. Será necesario reconocer que existen inequidades entre géneros, entre congéneres y entre generaciones, lo que requiere un análisis multidimensional de las realidades.
. Las acciones locales y de ONGs deben estar en sintonía con las estrategias de los Estados.
. Transversalizar la perspectiva de equidad de género y generación intrafamiliar, en todas las políticas públicas, pero además analizar y considerar una visión multidimensional y sistémica.
. En el diseño de cualquier política pública, siempre considerar a las familias como capaces de hacer frente a sus propios problemas “estructurales”, ofreciendo el soporte eficaz (no dependiente, que busque emancipación y autonomía).
. Conocer y acompañar los impactos y alcances de los planes y acciones (evaluaciones de impacto multidimensionales)

Algunos Caminos:
. Conocer más y mejor las realidades de las familias (encuestas de hogares capaces de demostrar los diferentes tipos de familia: recompuestas, parejas homosexuales, entre otras).
. Estimular la participación de las familias en la formulación de las políticas públicas que las afectan.
. Realizar una evaluación multidimensional de las fuerzas de las familias, de los individuos y de sus entornos, poniendo foco en acciones que promuevan la auto-percepción del potencial.
. Potenciar el valor de las tareas reproductivas para toda la sociedad valorando el rol del padre en el cuidado y atención. Promover la incorporación del hombre como protagonista en las tareas reproductivas.
. Fortalecer el capital social familiar, invertir en programas que favorezcan las relaciones personales. ampliando los espacios de diálogo y el ejercicio de la democracia intrafamiliar, desarrollando capacidades de negociación y participación en mujeres, hombres, niñas, niños y adultos mayores.
. Estimular la participación de niñas, niños y adolescentes también en el hogar, con responsabilidad y garantizando la no violación de sus intereses superiores.
. Acciones que promuevan la responsabilidad pueden ser primeros e importantes pasos para, a partir de la convivencia, potenciar el afecto.
. Promover debates de impacto en la sociedad sobre el rol de las familias en el desarrollo de las comunidades.
. Capacitar operadores y educadores, ofreciendo instrumentos/condiciones de operar sin modelos preconcebidos, con perspectiva de equidad de género y generación, además de visión inclusiva y metodologías de mediación.
. Incorporar en los Planes, Políticas y Programas evaluaciones de impacto y económicas, con condiciones de seguimientos.

Bibliografía

Arriagada, Irma. (2002). Cambios y desigualdad en las familias latinoamericanas. In: Revista de la CEPAL 77. CEPAL, Chile
CEPAL (2006). Agenda Social. Políticas Públicas y Programas dirigidos a las familias en América Latina. In: Panorama Social de América Latina 2006. CEPAL, Chile
CEPAL (2006b). Síntesis del Panorama social de América Latina 2006 • Documento informativo. CEPAL, Chile
Fernández, Ana Maria (1994). La mujer de la ilusión. México, Paidós.
Heywood,Colin (2004). Uma historia da infância. São Paulo, Artmed
Schreiner, Gabriela (2007). Equidad de género dentro de las familias: una propuesta para el desarrollo de la salud mental y el convivo de paz. En: I Jornada Internacional sobre Salud de la Mujer y la Niña – Marzo de 2007 - Congreso de la República del Perú – Lima, Perú
Therborn, Göran (2006). Sexo e poder. A família no mundo 1900- 2000. São Paulo, Contexto
UNICEF(2006). Estado Mundial de la Infancia 2007. UNICEF, NY

[1] Abril 2007 – texto presentado durante Seminario Regional de Capacitación del IFCO-RELAF: “El Derecho a Vivir en Familia. Acogimiento Familiar y otras alternativas”. IFCO-RELAF y Fundación CEPES (Orgs). Mar del Plata, Argentina, 17, 18 y 19 de mayo de 2007
[2] Para profundizar más en el tema: Gabriela Schreiner (2007). Violencia de Género en las Familias – original presentado en la Pre-Jornada de Bioética y Salud de la Mujer – 07/03/2007 – UNIFE – Universidad Femenina del Perú – Lima, Perú – ver en: http://familiaygenero.blogspot.com/
[3] Para CEPAL las familias complejas son resultantes de una segunda unión de alguno de los miembros de la pareja, con y sin hijos propios. (CEPAL, 2006)
[4] Schreiner, Gabriela (2007) Propuestas presentadas en la I Jornada Internacional sobre Salud de la Mujer y la Niña – Marzo de 2007 - Congreso de la República del Perú – Lima, Perú – Ponencia: Equidad de género dentro de las familias: una propuesta para el desarrollo de la salud mental y el convivo de paz.

domingo, 1 de abril de 2007

Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina en el siglo XXI: Análisis de género de los caminos recorridos desde la década del 80 y futuros posibles”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina
Introducción

“..lo público es lo político, el área de los derechos y rasgos universales y lo privado, en especial la familia, es el área de las diversidades y las particularidades.”
(Astelarra, 2002:5)

Desde la conformación de las familias en los moldes conocidos en el inicio del siglo XX, la división de los espacios, tareas, responsabilidades y oportunidades tienen un predominante atributo sexual, configurando el espacio público del trabajo, de la participación y de la política como un lugar del hombre y, como consecuencia, el espacio domestico como el de actuación de la mujer. Con el feminismo moderno las principales demandas aportan cambios de rumbos significativos. Con la lucha por el derecho a la actuación de las mujeres en la política, la sociedad, la cultura y la economía, se abren reales oportunidades de participación en el ambiente público y en el ejercicio de la ciudadanía. A su vez nace la necesidad de tornar público algo que antes era restricto al ambiente privado: la violencia de género, sea en la familia, sea en el lugar de trabajo.
En el decorrer del siglo en los países de América Latina, cada cual en su momento, derechos concretos garantizados por las leyes, como el sufragio por ejemplo o por cambios culturales que van desde la alternativa del trabajo remunerado no doméstico hasta la participación en los parlamentos y, mas recientemente, frente al ejecutivo mayor, han posibilitado la construcción de espacios mas visibles ampliando oportunidades para las mujeres en el mundo público.
Entre la “naturalidad” del espacio privado dedicado a las mujeres y la valorización por la transcendencia desde la conquista de lo público, hombres y mujeres han desarrollado formas de ser pareja y de construir familias, contribuyendo para la construcción de las sociedades que conocemos y recibiendo influencias desde lo público (políticas públicas, medios de comunicación, cultura). Las feministas…“… rechazan el supuesto en virtud del cual la separación entre lo privado y lo público se sigue inevitablemente de las características naturales de los sexos y sostienen, por el contrario, que sólo resulta posible una correcta comprensión de la vida social liberal cuando se acepta que las dos esferas – la doméstica (privada) y la sociedad civil (pública) – presuntamente separadas y opuestas están inextricablemente interrelacionadas.”(Pateman, 1996:5)
Por tanto ¿vivimos una eterna dicotomía entre publico y privado, o público y privado se retroalimentan en una relación sistémica que produce y reproduce formas de ser en lo público y en lo privado?

Publico x privado: el movimiento hacia lo público como reconocimiento del espacio de poder

La entrada de las mujeres al mundo del trabajo remunerado se dio inicialmente en tareas muy próximas a las desarrolladas en el mundo privado. Nacían así las maestras, las enfermeras, los empleos en servicios domésticos y otras profesiones relacionadas con la educación y el cuidado. Desde entonces no fueron profesiones con reconocido valor económico: de lo “privado” no pago para el “público” mal pago.
Cuando ocupando cargos o funciones con referente masculino, era común encontrar mujeres ganando menores sueldos que los hombres por la misma actividad y carga horaria. En la actualidad aunque las posibilidades de actividades remuneradas han aumentado considerablemente, aún vemos diferencias importantes en algunas profesiones y locales.
Es cada vez mayor en América Latina la cantidad de mujeres cursando la educación formal y en algunos países, como en Brasil por ejemplo, es mayor el número de mujeres que completan la enseñanza básica y media que el número de hombres. También es mayor la cantidad de mujeres que ingresan en las universidades, aunque en carreras “predominantemente femeninas”. Lo que aún no se ha llegado a construir es una equidad en el reconocimiento económico por los resultados. (IBGE, 2004)

“La humanidad intenta transcender una existencia meramente natural, de manera que la naturaleza siempre se considera como algo de orden inferior a la cultura”. (Pateman, 1996:9)

Las mujeres simbolizan la naturaleza, ya que la biología las acerca a la crianza y al ámbito doméstico y la cultura se identifica con la creación y el mundo de los hombres. Siendo así las llamadas tareas reproductivas al interior de las familias siempre estuvieron a cargo de las mujeres que, con escaso reconocimiento y ninguna remuneración, llevan a cabo el cuidado, la nutrición y el afecto a todos los miembros de la familia. En las clases sociales más elevadas, estas tareas pueden ser realizadas por terceros, en general terceras, o servicios con predominancia de personal femenino. Cuando remunerado – en el caso de empleados domésticos – el espacio privado parece aún permanecer “sin valor” que en estos casos esta traducido en los bajos pagos por las tareas y en el ignorar de sus derechos como trabajadoras en muchos de los casos.
En las familias de las clases más populares donde la salida de la mujer al mundo del trabajo es una necesidad cada vez mas urgente, donde es muy común la escasez de apoyo Estatal y no existen condiciones de contratación de servicios particulares, la comunidad ocupa un rol vital de sostén. Se conforman redes de soporte que van desde el apoyo informal de las mujeres del vecindario hasta las organizaciones barriales, predominantemente gestionadas o soportadas por mujeres que ofrecen apoyo a otras mujeres en el cuidado de la prole y demás necesidades.
En la organización no gubernamental CeCIF que desarrolla trabajos de defensa de derechos de las niñas, los niños y los/las adolescentes en Brasil, entre los más de 150 voluntarios y voluntarias que ya pertenecieron al cuerpo operativo, 95 % eran del sexo femenino. Para Jelin (1996) este tipo de trabajo es una extensión del ámbito doméstico, “lo cual puede fácilmente convertirse en invisible y en una forma de reproducción de la subordinación y el clientelismo” además de representar, por fuerza de la perpetuidad de las responsabilidades domésticas intra-familiares, en una doble o triple jornada para las mujeres que además de desarrollar los quehaceres domésticos y las tareas profesionales, destinan tiempo y esfuerzo para responder a un déficit de atención del Estado. Estos servicios y apoyos ofrecidos - desde las mujeres para las mujeres - son expresiones del ejercicio de ciudadanía como co-responsabilidad por el bien estar público pero, “sin embargo, estas prácticas, que implican socializar el rol doméstico y salir del espacio de confinamiento del mundo doméstico, son también socialmente invisibles y no valorizadas”. Lejos de ser una “liberación”, es más bien “agotamiento, cansancio y sobre-trabajo. Tareas mal remuneradas y precarias, sin acceso a beneficios sociales y al reconocimiento de derechos laborales, experiencias de segregación y refuerzo de prácticas discriminatorias.” (Jelin, 1996:2)
Tanto en el espacio doméstico cuanto en el espacio de convivo social, las mujeres aún ocupan roles de cuidado, responsabilidad por los mas débiles o vulnerados, educación de los más pequeños y nutrición en el sentido amplio de la palabra.
Es importante reflexionar sobre el movimiento de salida del ambiente privado y la actual ocupación de los espacios públicos por parte de las mujeres de Latinoamérica. Para realizar una reflexión más incluyente, es importante puntuar que cualquier análisis de esta cuestión debe considerar más allá de la dimensión género, ya que hablamos de diferentes culturas en donde la clase social y la etnia tienen fuerte influencia. Cuando hablamos de las mujeres de Latinoamérica tenemos que considerar que no es un grupo simétrico y que aún nos encontramos entre el patriarcalismo autoritario y una forma más liberal de vivir en familia.
En los centros urbanos es cada vez más común encontrar mujeres que trabajan fuera del hogar – no que esto no sea una realidad en la zonas rurales, pero en esos casos las fronteras entre el trabajo y la familia son mas anubladas - sea por elección y voluntad o por exclusiva necesidad. El movimiento feminista, según Jelin (1996), tuvo 2 momentos y participaciones importantes en esta realidad: en una primera etapa descubrió la “invisibilidad social de las mujeres” y su desafío fue el “hacer visible lo invisible”. En un segundo momento como desdoblamiento, mostrar que “en tanto su subordinación estaba anclada en la distinción entre el mundo público y la vida privada, las mujeres debían salir de la esfera doméstica y participar en el mundo público”. Siendo así, queda reforzado el valor del mundo público dado como el espacio del ejercicio del poder. (Jelin, 1996)
¿Como queda el espacio privado? ¿Si antes la mujeres eran únicas y exclusivas responsables por él, que es lo que pasa con la ausencia o poca presencia de estas ahora ocupadas en el mundo público? ¿Que es del cuidado con la niñez, la adolescencia y la vejez?
Según Dietz (2001), las feministas defensoras de la familia tienen como objetivo práctico y teórico, asumir para sí esta defensa, recuperando la “maternidad como una dimensión de la experiencia de las mujeres y defenderla como necesaria tanto para la identidad de género como para la conscientización política feminista”. Para estas, “el feminismo anterior amenaza disminuir o destruir las experiencias más poderosas de las mujeres y tal vez sus propias identidades”. Para superar estos “riesgos” el feminismo social “busca fomentar la identidad de las ‘mujeres-como-madres’ y establecer la primacía moral de la familia, así como del ámbito privado de la vida humana”. (Dietz, 2001)
Citado por Dietz (2001), Elshtain coloca a la mujer-madre como la cuidadora de la “vida humana vulnerable” y le atribuye como fracaso a “la muerte, la herida o el daño sufridos por una criatura debido a la falta de cuidado o negligencia, o el entorpecerla o avergonzarla por sobreprotección y dominación”. En este momento nace una pregunta: ¿que es del hombre en el espacio privado y en el cuidado de la prole? (Dietz, 2001)
Hasta ahora parece haber una super valorización del espacio público, con el reconocimiento de las oportunidades de desarrollo de alianzas y de ejercicio de poder. Al haber sido durante siglos el espacio de actuación del hombre, es natural que cuando de las primeras investidas rumbo a la equidad de género, las mujeres hayan valorizado la ocupación paritaria del mundo público. Pero, de forma complementar, el espacio privado aún conforma la vida, es en donde los pactos se dan entre cuatro paredes y, a pesar de recibir la influencia desde lo público, tiene dinámica propia que lo configura, es decir que cada familia es única. No se trata de súper dimensionar el papel de la mujer-madre, como el feminismo social, ni de súper valorizar exclusivamente el mundo público y por otra parte, en ningún momento se trata de ignorar la figura del hombre en su interrelación y corresponsabilidad tanto en lo público, cuanto en lo privado. Construir una sociedad equitativa pasará por democratizar todos los espacios.

Familias y democracia intra-familiar

“…en la tradición occidental de la filosofía política, la diferenciación entre lo público y lo privado se ha equiparado con la diferenciación entre el mundo doméstico y privado de las mujeres y el ámbito público y político de los hombres, escudándose en argumentos de la naturalidad e inmutabilidad de estos aspectos de las relaciones humanas.” (Jelin, 1998: 105)

La “familia moderna” actual desciende de la “familia patriarcal autoritaria”, estructura aún presente en muchas de las familias latinoamericana y que se caracteriza por la división rígida de los roles sexuales y por su estructura decididamente basada en el poder del padre. Para Astelarra (2002) el concepto de patriarcado se basaba en dos factores: jerarquía – la afirmación de la superioridad masculina en cualquier terreno y en las relaciones de poder entre hombres y mujeres que conformaban un sistema social complejo, no dado solamente por relaciones personales pero si anclado en una estructura social que generaba esta contradicción entre los hombres y las mujeres. (Astelarra, 2002) La estructura de la familia patriarcal autoritaria tiene como principio el menos valor de la mujer en relación al hombre, hecho que “valida” la diferencia de derechos y la subordinación propiciando abuso de poder. En ellas la comunicación es jerarquizada, vertical y unilateral y las decisiones son tomadas por quien tiene más poder, reforzando que el más débil debe escuchar al más fuerte. En este modelo de funcionamiento familiar, la violencia es un resultado lógico, ya que en general, es “una forma validada de educación”. Así se aprende que “es natural oprimir al que tiene menos valor” y la violencia se “naturaliza” y toma parte del mundo público en las comunidades, escuelas, locales de trabajo, etc. Por otro lado, son espacios de escaso ejercicio de autonomía donde niños y niñas crecen con miedo sin el desarrollo de la capacidad de crítica. Con sus talentos minados, tienen pocas chances de romper con el ciclo de la pobreza. (Zalaquett, 2005) Democratizar las relaciones familiares es una salida para la pobreza y el subdesarrollo.
Para hablar de democracia dentro de las familias es preciso hablar de derechos y de equidad. Por su vez, para hablar de equidad es necesario hablar de igualdad lo que para tanto, requiere hablar de diferencia. Según Jelin (1996) hay varias perspectivas para hablar de diferencia y una de ellas es la que pasa por la concepción de que es algo inherente a las personas. Esto puede llevar a la armadilla de pensar en la diferencia valorativa y comparativamente como sinónimo de inferioridad o superioridad, según el parámetro. En este caso “las personas diferentes no pueden entonces ser portadoras de los mismos derechos”. Por otro lado y visión la garantía de igualdad sería frente a las leyes que la toman frente a referenciales que poseen “ciertas características (masculinas?)” y a desconsiderar “muchos rasgos indicadores de diferencias”. Por fin, citando Minow, Jelin habla de una tercera perspectiva que “ubica la diferencia en las relaciones sociales, de modo que no puede ser ubicada en categorías de personas sino en las instituciones sociales y en las normas legales que las gobiernan.” (Jelin, 1996)
De cierta forma, la lucha feminista ha llevado a cabo banderas de igualdad comparativas al referencial masculino, de ahí incluso, la importancia de ocupar los espacios públicos. Que es de la igualdad pensada en una nueva forma de ser hombre frente al ser mujer? Que es del movimiento en contra flujo? Las demandas por igualdad desde las mujeres se basan en garantizar los derechos de acceso a lugares y posiciones antes ocupadas exclusivamente por hombres, en denuncias de discriminación y desigualdad. (Jelin, 1996) Que es de la reivindicación contraria? Que pasaría si los hombres iniciaran un movimiento de ocupación de lo privado?
Según Jelin (1996) “hay tareas que son socialmente definidas como “femeninas” y otras como ‘masculinas’, generando segregación ocupacional, y ésta tiende a desembocar en una desvalorización relativa de las tareas ‘femeninas’”. ¿Será que son las tareas exclusivas de hombres o de mujeres lo que genera segregación o es el valor atribuido a ellas? ¿El hecho de buscar la equidad en la ocupación de los lugares, cargos y funciones antes exclusivas de los hombres, no es también un factor discriminatorio de las tareas antes exclusivas de las mujeres? ¿No será una parte importante del refuerzo a la menos valía de estos roles? ¿El hecho de no luchar con la misma vehemencia para la equidad en la tareas reproductivas en el espacio privado, no será también y en parte responsable por continuaren a ser tareas de poco valor agregado – en especial en una sociedad donde la producción tiene tanto valor cuanto poder de consumo consecuente? (Jelin, 1996)
Según Astelarra (2002), convive hoy junto al modelo de familia patriarcal autoritaria, la familia liberal caracterizada por mantener la división sexual del trabajo, pero sin autoritarismo. Las mujeres continúan responsables por las tareas reproductivas con mayor participación en las decisiones del ámbito privado y apertura para desarrollar tareas productivas que se consideran complementares a las tareas del hogar, poseen derechos públicos (voto, educación, trabajo, participación política). El reto está en construir una familia en donde tanto hombres cuanto mujeres dividan el espacio y las tareas públicas y privadas, hablamos de la familia democrática e igualitaria. (Astelarra, 2002: 7)
En un survey realizado con 2000 familias de la ciudad de Río de Janeiro/Brasil en el año de 2003, la doctora en sociología Marlise Matos busco reunir datos que dieran cuenta de percibir indicadores de “tradicionalismo” y “destradicionalización” de las familias. Como extremos de “tradicionalismo”, desde un punto de vista analítico, significo “patrones de respuestas que revelaban una clara asimetría, jerarquía y desigualdad entre los géneros”. Ya el otro extremo, de “destradicionalización” “nos remite a una mayor simetría, igualdad e ecuanimidad entre los patrones de vinculación de género, demostrando mayor adecuación a lo que los autores definen como valores pós-materialistas – aquellos vitales a la democracia contemporánea y en que se concibe la relación entre e intra géneros en patatares de mayor igualdad, libertad y justicia.” (Matos, 2005: 99)
En esta investigación se pudo verificar que “los hombres están pasando, de forma evidente, por un proceso de transformación en los valores de género” y que la transformación va más allá en las percepciones del si masculino que toman una dirección de democratización de los valores de género. Pero este cambio no ocurre aún en el campo de lo concreto, en la esfera más íntima de la división del trabajo en el mundo doméstico y en el cuidado de los hijos e hijas. En el mundo privado, permanecen los patrones tradicionales de vinculación y dominación masculina de forma convencional. Por otra parte, del punto de vista femenino, se presenta un “gran descompaso entre las instancias de percepción y de presentación pública de si y la praxis que permanece arraigadamente tradicional”. Las experiencias de “destradicionalización de género vivida en lo femenino continua siendo el compatibilizar del trabajo público con aquel que precisa ser ejercido en la esfera privada”. En Brasil, el cuidado de la casa y los/as hijos/as son tareas percibidas como típicamente femeninas.” Para la autora, estas conclusiones la llevan a pensar que hay un “vacío” un “impensado de género” dejado por el movimiento feminista en Brasil: “fuimos capaces, como activistas de la causa femenina, de muchos avances del punto de vista de las políticas de salud y de los derechos bioéticos y reproductivos, de las políticas sociales y de política partidaria, pero algunos de nuestros patrones y papeles culturales más íntimos de género permanecen intocados”, dando cuenta de “ser menos hábiles en negociar esas tareas [en el ámbito privado] de lo que nuestra identidad profesional en el mercado de trabajo”. (Matos, 2005: 111)
Matos nos alerta de que, para tener avances substanciales en las democracias intra-familiares, será necesaria una capacidad de negociación entre e intra géneros, además del cuidado para la transmisión de valores de género para las generaciones futuras transmitidos por medio de la socialización. (Matos, 2005: 113)
Para pensar en democracia intra-familiar es preciso avanzar en las relaciones de la conyugalidad como contrato establecido implícita y explícitamente en las diferentes formas de ser familia y que determina, entre acuerdos y tensiones, la relación “política” entre géneros. Según Fernández (1994) “desde los valores de mujeres y hombres de clase media urbana, suele considerarse al matrimonio como un acuerdo de dos personas de diferentes sexo que, libre y recíprocamente, se eligen en un pacto de amor”al cual, desde algunos decenios, se le ha introducido un ingrediente erótico “en el intento de desarrollar un proyecto de vida en común que implica generalmente criar y amar a su descendencia”. Este proyecto de vida suele pensarse a partir de una coexistencia armónica donde las funciones se complementan y que, pese a significativos cambios de los últimos tiempos, aún hinca pié en el modelo donde el hombre es el proveedor y la mujer la cuidadora y administradora del hogar. (Fernández, 1994: 2).
Tanto el criterio amoroso cuanto la función social de procreación y protección de la prole, son demandas organizativas de la relación conyugal desde lo visible. Dicha expectativa tiene como corolario la ”invisibilización” de otras realidades al interior de las familias, que hace “impensables aquellos componentes de tal contrato referidos a la violencia dentro de su institución”. Para Fernández la conyugalidad “ha sido secularmente la forma instituida del control de la sexualidad de las mujeres” consolidando la idea de casamiento monogámico desde la perspectiva del control de la sexualidad de las esposas por parte de los maridos”, acentuando la subordinación de las mujeres dentro de la relación de pareja. “Existe, pues, una relación necesaria y no contingente, interior y no exterior, constitutita y no excepcional, entre violencia y conyugalidad”, no es exactamente la violencia física o psicológica, pero sí “la violencia simbólica que inscribe a las mujeres en enlaces contractuales y subjetivos donde se violenta tanto la economía como el sentido de su trabajo productivo, se violenta la posibilidad de nominarse y se las exila de su cuerpo erótico…” (Fernández, 1994: 4)
Por otro lado, llevando en consideración la noción de poder de Foucault (1979) como un poder no localizado ni instituido de forma fija o absoluta, pero un poder en flujo que se organiza según un campo de fuerzas, y analizando las relaciones entre géneros, nace otra pregunta: ¿como pensar en un poder masculino absoluto? “Las mujeres también detienen una parte de poder, aunque ni siempre suficientes para interrumpir la dominación o la violencia que sufren…si el poder se articula según el ‘campo de fuerzas’, y si hombres y mujeres detienen partes de poder, aunque de forma desigual, cada uno lanza mano de estrategias de poder, dominación e sumisión”. (Araújo, 2004: 19,20)
En una investigación con 2166 casos de violencia contra mujeres entre 1999 y 2000 en Brasil, Araújo, Martins y Santos (2004) constataron que las mujeres que más sufren violencia son jóvenes, blancas, casadas y que no desarrollan actividades laborales remuneradas. Las investigadoras constataron la perpetuidad de la dominación en el casamiento o en las uniones estables y que el control y poder del hombre sobre la mujer pasa del padre para el marido. Con relación a la ocupación, 66 % de ellas realiza tareas domésticas, siendo apenas 25 % en trabajos remunerados, tienen poca escolaridad y dependen económicamente de sus maridos y compañeros. ¿Será que no existe violencia en familias de otras clases sociales o etnias? (Araújo, 2004:23)
Aunque se perciba la relación entre géneros en la conyugalidad como relaciones de poder en ambas direcciones, las mujeres entran en situaciones de inferioridad si no detienen el mismo poder que los hombres, siendo así es difícil decir que consienten o ceden frente a la violencia. Existe el peso de la “ideología” que, “al legitimar a la familia como lugar de intimidad, contribuye para mantener la violencia en el ámbito privado y del secreto familiar” (Araújo, 2004: 24)
Otro aspecto relevante desde lo privado son los derechos sexuales y reproductivos. Vivimos cambios muy significativos en el siglo XX cuanto a las practicas sexuales y en la normatividad social. Cambios de tecnología en la anticoncepción han dado posibilidades de mudanzas en las relaciones interpersonales - donde los medios de comunicación también han aportado significativamente - a la disminución de tabúes sexuales, a la iniciación temprana de las relaciones sexuales y una mayor aceptación de opciones sexuales. El matrimonio deja de ser el único espacio para el ejercicio de la sexualidad femenina y se produce una separación entre reproducción y sexualidad (Jelin, 1998,111)
Para Jelin(1998) “el tema de la sexualidad y de la maternidad/paternidad es uno de los ámbitos de la familia que debe ser encarado desde la perspectiva de los derechos humanos”, donde el cuerpo de la mujer cobra un especial valor social. “La necesidad de controlar el cuerpo de las mujeres tiene sus raíces en la institución de la propiedad privada y de la transmisión hereditaria de la propiedad”. (Jellin, 1998, 112). Los instrumentos para apoderarse y manipular el cuerpo de las mujeres pasan desde políticas de población, ideologías y deseo de paternidad, donde el deseo de la mujer puede ser llevado en cuenta o no. Cambiar prácticas e ideas seculares no es nada fácil: El mito del amor materno aliado al culto a la madre es alimentado por y retroalimenta el machismo; la fuerte presencia de la religión católica y del islamismo y el tradicionalismo ideológico también enraízan prácticas ideológicas que culpabilizan a la víctima. Todo esto ha “frenado proyectos de cambios legales y propuestas de servicios de salud reproductiva y educación sexual”. (Jelin, 1998: 113).
La modernidad y el industrialismo llegaron con cambios en las modalidades de reproducción por medio de intervenciones en el cuerpo de las mujeres. Por su vez traen un nuevo ideal de familia con pocos hijos y priman por la calidad y no por la cantidad. Los medios de comunicación transforman el cuerpo de la mujer en un objeto de consumo y implantan un ideal de belleza: la mujer joven, bonita, alta y rubia. (Jellin, 1998: 113)
Frente a esta realidad, la lucha en el campo de la sexualidad/fecundidad se ha centrado, en la demanda por los derechos reproductivos. “La posibilidad de regular la sexualidad y la capacidad reproductiva, o sea, el control sobre el propio cuerpo por parte de las mujeres, implica el doble imperativo de que los otros (los hombres) no se consideren dueños de esos cuerpos y de que las mujeres tengan poder de resistir la coacción o la imposición por parte de esos otros”.(Jelin, 1998: 114) Más allá de lo que propone Jelin y reconociendo que estamos lejos de estar en posiciones de poder igualitarias en todas las familias, será preciso que las mujeres también repiensen que es importante considerar otras variables para el ejercicio de los derechos reproductivos: ¿cabe única y exclusivamente a la mujer el derecho a la decisión? ¿El pensar la democracia intra-familiar no pasará por repensar incluso el compartir esta decisión? ¿Cuanto la falta de capacidad del negociar los roles de género en lo privado tiene que ver con el miedo de también negociar en esta área? Nos encontramos con un dilema: derechos individuales x derechos de la pareja. Para construir relaciones democráticas dentro de las familias, será necesario encontrar una justa medida entre esta dicotomía, lo que seguramente pasa por el ejercicio de negociación en pié de igualdad.

El espacio privado frente a la influencia y el control del Estado

“La vida familiar y privada, así como las prácticas sociales y los asuntos económicos, fueron y son materia de decisiones políticas.”(Dietz, 2001)

La dinámica de la organización familiar y de las relaciones internas (los afectos y la sexualidad), reciben influencia tanto de la esfera económica de la producción y el consumo, cuanto del ámbito Estatal de políticas de bien estar. Servicios sociales, legislación y agencias de control social, intervienen en el control del funcionamiento familiar (limites, oportunidades y opciones). Ideas dominantes o hegemónicas sobre “las formas de ser familia” actúan conformando el imaginario de “normalidad” que, junto con transformaciones en todo el sistema de instituciones e ideas, van amoldando históricamente el ambiente de la familia.(Jelin, 1998: 108)
Las agencias sociales que desarrollan acciones de “apoyo” a las familias y “promueven prácticas ‘adecuadas’o ‘buenas’”, aumentan y sofistican sus prácticas “minando las áreas de competencia de los propios miembros de la familia – competencia antes centrada en el patriarcado y en las tradiciones transmitidas de abuelas a madres e hijas”. Por otro lado, esta no es exactamente una práctica nueva y, según Jelin (1998) “su origen tiene que ver con la aparición de los tribunales de menores y con las instituciones caritativas y filantrópicas ‘moralizadoras’.”(Jelin, 1998: 109)
Por otro lado, vivimos en tiempos donde hay consenso social – o casi – en relación a ideas de “igualdad, libertad y solidariedad”, basadas en un sistema democrático. La Declaración Universal de los Derechos Humanos documento de Naciones Unidas (1948) es el marco básico para la acción concreta que expresa una ética universal que sostiene la igualdad y la libertad que por un lado cría una tensión entre la universalidad de los derechos y el pluralismo cultural, de género, clase o etnia que genera diversidad. “Si la idea original de los derechos humanos universales estaba orientada por una visión individualista, ahora el eje pasa por las comunidades y los colectivos. Hablar de derechos culturales es hablar de grupos y comunidades” (Jelin, 1996)
Ya Astelarra considera que las políticas sociales que privilegian a las familias y no a los individuos, interfieren en el ambiente privado, invisibilizando las desigualdades de género, a pesar de reconocer que “la construcción de estos nuevos modelos familiares no depende sólo de las políticas públicas que se implementen sino, sobre todo, de cambios en valores, mentalidades, conductas y organización de la propia sociedad.”(Astelarra, 2002: 7)
Otra realidad presente en el mundo privado de la actualidad es la “verdadera invasión (simbolizada talvez en el [siempre] omnipresente aparato de televisión [y en la más reciente llegada de la internet en muchos hogares], que conectan la privacidad del hogar con el mundo global de los medios) de imágenes, de modelos, de controles, a menudo contradictorios entre sí” (Jelin, 1998: 110) que aporta nuevas percepciones y influye directamente en la construcción de las subjetividades.
Otra influencia siempre presente en las familias de Latinoamérica son las políticas de población (pronatalistas o controladoras) donde el control del cuerpo de las mujeres es algo central. Hay que dejar claro que una cosa es cuando, frente a la información y posición de elección (educación, opciones de contraceptivos y condiciones de adquirirlos), existen formas de incentivar y orientar las elecciones con relación a la reproducción. Otra bien diferente, es la imposición de estrategias reproductivas que desconsideran deseos y opciones de mujeres y hombres. (Jelin, 1998: 113)
Las familias moderas son “bombardeadas” constantemente por opiniones, sugerencias, modelos y valores, desde lo público y a su vez, aportan a ello con estrategias de acción, formas, formatos, expectativas, experiencias, sucesos y fracasos. Siendo así construyen las democracias y reciben aportes desde ellas: “Pero la democracia y las ideas que la fundamentan también deben expresarse en la familia y los grupos sociales de base. El afecto y los servicios personalizados forman parte también de los derechos de las personas y deben ser asumidos no sólo por las mujeres.” (Astelarra, 2002:8)

Proponer caminos para llegar a una familia que se auto-gobierna con pluralismo.

Uno de los principales retos de los tiempos democráticos, de solidariedad y libertad, está en el reconocimiento de la constante tensión entre los derechos individuales y los derechos colectivos y en el necesario y justo resultado de los procesos de empoderamiento. (Jelin 1996) Pensar en democracia intra-familiar pasa por la necesidad de igualar las capacidades de elección entre e intra géneros, donde la negociación pueda ser llevada a cabo con justicia.
Aún vivimos en una sociedad que divide sexualmente las tareas en lo público y en lo privado. A pesar de la conquista de los espacios públicos por parte de las mujeres, hay una predominancia de reproducción de las tareas de cuidado y nutrición, además de una invisibilidad en muchas situaciones. Por otro lado, la importancia dada por el movimiento feminista al espacio público como un espacio de reconocimiento, por su vez refuerza lo recóndito de las tareas reproductivas en lo privado.
La violencia doméstica y el autoritarismo dentro de las familias, refuerza la incapacidad de las generaciones de hacer frente a la pobreza, trabajar para la construcción de nuevas formas de masculinidad es vital para el desarrollo de familias más democráticas y para el progreso de los Estados-Nación.
Ofrecer políticas públicas que desarrollen algo más que el control de las familias: que ofrezcan posibilidades reales de elección, con oportunidades de aprender nuevas formas de ser en lo privado y aportar hacia lo público, dentro de su realidad y cultura. Políticas públicas restrictivas o que generan dependencia no crean el aprendizaje del negociar, influyendo en considerablemente en el mundo privado. Del mismo modo, son necesarias políticas públicas para las familias que permitan visibilizar a cada uno de los integrantes también como sujetos de derechos, preservando derechos individuales y propiciando reales posibilidades de negociación de derechos colectivos intra-familiares.
Por último pero no menos importante es preciso pensar que parte cabe a las mujeres para dar oportunidad y contribuir para desarrollar capacidades en los hombres para que participen de los espacios privados equitativamente. Si los espacios públicos van sucesivamente siendo ocupados por las mujeres, es hora de democratizar también los espacios privados ofreciendo oportunidades a los hombres de vivir plenamente su masculinidad frente a la paternidad y el cuidado de los más frágiles.
Al final vivimos en una relación sistémica donde familias reciben aportes desde lo público y aportan desde lo privado para el desarrollo de cada país. Siendo así, viviremos democracias reales en el momento que todos los espacios puedan vivirlas con pluralismo, equidad y capacidad de elección.

Bibliografía

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Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?.Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina en el siglo XXI: Análisis de género de los caminos recorridos desde la década del 80 y futuros posibles”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina