domingo, 1 de abril de 2007

El impacto de la globalización en las relaciones de género dentro de las familias

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). El impacto de la globalización en las relaciones de género dentro de las familias. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Globalización y género: dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. Tensiones, reacciones y propuestas emergentes en América Latina”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina

Introducción

Al pensar la globalización sus logros y efectos podemos evaluarla con paradigmas incorporados, con expectativas idealistas, positivistas, pesimistas con más o menos reclamos. Para muchos y muchas, la globalización parece que es algo que se ve de lejos, de la cual no se hace parte o no se toma parte. Para otros u otras “suele presentarse como el punto de llegada al que ‘idealmente’ deberían arribar todas las sociedades que se encaminan hacia un desarrollo sustentado” (Bonder, 2006: 1)
Para algunos autores y autoras, como Rapoport por ejemplo, la Globalización no es un invento de la modernidad, para otros es un fenómeno que nace en el siglo XX (Kéller-Herzog y Thurow, entre otros). Entre ellos/as están los que la analizan bajo la óptica de la economía (Harvey), algunos como sinónimos de explotación capitalista (Borón), otros con miradas que incluyen lo cultural y el proceso de construcción relacional como Hopenhayn y Bauman. McGrew nos propone clasificar las visiones a respecto de la globalización en monocausales y pluricausales, lo que sufre críticas por parte de otros autores, como por ejemplo Sklair. En la riqueza de estudios e investigaciones se puede constatar un rasgo común: complejidad. Comprender la actualidad es un desafío constante y cambiante, con la velocidad e intensidad de los tiempos modernos. (Bonder, 2006: 1)
En el presente trabajo no profundizaremos en las razones históricas de los procesos de globalización. Daremos preferencia a aquellos puntos que influyen más intensamente en las relaciones familiares de la actualidad. Haremos un resumido pasaje por la evolución de las familias en América Latina buscando entrelazar los hitos de la globalización y las diferentes formas de ser familia en la actualidad, con especial atención en las influencias sobre las relaciones de género dentro de ellas.

Identidad y pertinencia: ¿donde está el “Nosotros”?

Los Estados en América Latina, viven una realidad de fragilidad y achicamiento efectivo del Estado, en gran parte, gracias a los procesos de privatización que conllevan a una limitada capacidad de hacer frente a la desigualdad y la pobreza. Bien o mal orquestados, dichos procesos aliados a la reducción del gasto destinado a políticas públicas y programas de desarrollo social, contribuyen para el aumento tanto de la pobreza, cuanto de la parte de la responsabilidad que le cabe a la propia sociedad.
Para Güell y Lechner (2002) los efectos de la globalización se sienten en la gobernabilidad democrática que es afectada por la interiorización de los procesos globales con comprometido poder de análisis crítico por parte de la sociedad que acaba por “naturalizar” los procesos e “interiorizar” como “único camino” lo que es hoy un sistema de fuerzas, decisiones y visiones pautados por una lógica de mercado. El orden colectivo se configura dentro de la “naturalización de lo social” y “una satisfacción oportuna neutraliza la discusión sobre el modelo de desarrollo”, substrayendo de las capacidades de construcción colectiva la oportunidad protagónica de construir la realidad del “Nosotros”, aportando a la subjetividad social una configuración individual y resignada.
En un mundo global, donde la urgencia aumenta, las distancias precisan disminuir, digo las distancias físicas. La información es, entonces un bien que debe transitar a velocidades crecientes y generar conocimiento que se transforma en valor. Las telecomunicaciones, donde Internet y televisión por cable/satélite, son las principales fuentes/receptoras, ocupan un rol central en la sociedad global. La información y las finanzas están tan globalizadas que no tienen más límites ni espacios. Vemos circulación de capital, noticias y saberes casi sin esfuerzos y en magnitudes extraordinarias. El asombrar inmediato de esta realidad se contrapone a la constatación de que no es un fenómeno equitativo y más, que la interdependencia de lo financiero y lo informativo genera vulnerabilidades económicas y ofrece oportunidades de “recrear y pluralizar nuestras identidades con las señales que otros nos envían a distancia” (Hopenhayn, 1999). Somos constantemente invitados a ver el mundo y a nosotros mismos por otros ojos.
Nos inter-ligamos rápidamente e instantáneamente estamos aquí y allí. Los contactos y relaciones proporcionados por las modernas tecnologías se constituyen bajo una nueva paradoja donde no hay distancias y el vínculo entre uno y otros se construye hasta profundo aunque en la no-presencia. La volatilidad no es prerrogativa del capital: las opiniones y puntos de vistas viajan por las comunicaciones que hacen diálogos entre las diferentes zonas del planeta colocando en conflicto valores, culturas y “sentires” llevando a lo que Hopenhayn llama de una “pérdida de memoria histórica”. Y la desigualdad sigue obedeciendo una regla directa de crecimiento con el crecer de la sociedad global. En contrapartida, la gama infinita de posibilidades de ver al “otro en la progresiva permeabilidad entre cultura y sensibilidades distintas”, ofrece oportunidades inéditas de, más que ejercicios de tolerancia, “auto recreación propia en la interacción con ese otro”. Sin querer una lectura ingenua de esta posibilidad, “entrar en esa mirada del otro”, permite más que la aceptación, es un camino hacia la re-configuración del uno a partir del ejercicio de verse con la perspectiva del otro. (Hopenhayn, 1999)
Vivimos en una realidad fluida, fragmentada, con fragilidad o hasta desaparición de las instituciones tradicionales y conocidas de pertinencia y referencia, “en definitiva la pérdida de los marcos integradores del sentido y la identidad” (Bonder, 2006: 6.5) y al mismo tiempo, con nuevas formas de ver y vivir la realidad, con ciertas tradiciones e ideologías que la conforman. Todo esto tiene influencia en las subjetividades y hace posible una “recombinación” de percepciones y sentidos.
Al signo de las TIC lo real y lo virtual piden configuraciones nuevas. Por un lado la Internet acorta las distancias, por otro, ofrece posibilidades de relaciones íntimas entre seres que nunca se han visto. Por ellas, imágenes e informaciones difundidas son en su mayoría, mensajes ajenos, con otras caras y culturas a las que, sin gran poder de elección, se absorben, uniformizando sentidos y definiciones. La sensación de protagonismo que la Internet ofrece por el poder difundir un mensaje para muchos con un esfuerzo irrisorio, está al alcance de pocos, amplificando la voz de las minorías favorecidas. A pesar de este privilegio, aquellos experimentan una sensación de impotencia o anonimato, frente a la inmensidad de información y la a limitada capacidad de administración/ absorción. (Hopenhayn, 1999:1)
En la creciente y constante movilización de las personas entre diferentes países, las TIC desempeñan un rol de aproximación y conexión importante. Para las familias separadas por la distancia física, la Internet ofrece contactos en tiempo real que no serían posibles décadas atrás. Una video conferencia sirve tanto para una reunión de negocios, cuanto para un encuentro familiar. Hecho es que personas en diferentes puntos del planeta pueden burlarse de la distancia y el huso horario marcando citas virtuales, dando nuevas dimensiones a las identidades: que valores dan sentido de pertenencia a personas en lugares tan distantes, en culturas tan diferentes?
Según Alberto Menucci, citado por Bonder (2006:8.1) “la identidad se ha convertido en un problema en la sociedad globalizada” y esto lo atribuye al hecho que impide que “los sujetos puedan acumular automáticamente respuestas existenciales” fruto de la creciente diferenciación que veda la posibilidad de replicar un modelo de acción sin que sufra adaptaciones; la alta densidad y volatilidad de la información al que somos expuestos que nos paraliza e impide la asimilación de las experiencias y por último, a la “sobresaturación de las posibilidades que nos ofrece el mercado de bienes de capital y simbólicos”. Siendo así, la incertidumbre que pasa a ser parte constitutiva y “permanente de nuestra experiencia” y “la experiencia de pérdidas”, más frecuente y presente en la vida moderna, conllevan a una tendencia de buscar guarida en “un núcleo fuerte o esencial de la identidad”. (Bonder, 2006: 8.1) Aquí hace pié el grupo familiar, pero no solo: cada vez más toman espacios desde los grupos religiosos y los fanatismos deportivos, hasta las “pandillas” o “maras” y el narcotráfico, fenómeno creciente en las principales ciudades latinoamericanas.
Son tiempos, según Tomás Abraham, donde la “cultura económica” se transforma en un “capital simbólico, en el lenguaje con el cual ‘gerenciar’ nuestra vida y nombrar la realidad” y, al mismo tiempo y como contrapartida, en una “sociedad terapéutica” en busca de amparo frente a las crisis que afronta la construcción del auto-concepto como auto-regulación, ‘antes que las instituciones lo hagan’. Aliada a la crisis de credibilidad por que pasan las instituciones políticas o públicas, esta situación ofrece un escenario fecundo para la retracción y desconfianza de la sociedad. (Bonder, 2006:6.5)
Vivimos un momento de “crisis en los ámbitos de preferencia y referencia” con consecuencias subjetivas y sociales vivenciadas por las experiencias de desamparo, vulnerabilidad y aislamiento. El miedo se ha convertido en un “poderoso dispositivo disciplinador”. (Bonder, 2006:8.1)
Auto-regulación por la perspectiva de un “control externo”, dificultad de pensar y construir un “nosotros”, desconfianza en las instituciones y baja autoestima colectiva corroen el capital social y fragilizan las alternativas de respaldo dentro de la sociedad.

Las Familias

La familia, como unidad básica de la sociedad es fuente de estudios desde diferentes ópticas y visiones. Según Irma Arriagada (2002) existen tres grandes puntos que dificultan el análisis sobre la “familia”: el saber empírico, los paradigmas generalizados y el enfoque - o la falta de - histórico. (CEPAL, 2002:144) Al hablar de “familia” fácilmente se desconsidera lo externo, lo público que interfiere en lo privado o el proceso histórico sea en el contexto donde se encuentra o el proceso propio y particular de evolución histórica (ciclo) de la familia. Más aún, se habla de “familia” como si hubiera una única. Cada familia es única, aunque tenga infinitas miradas y perspectivas, es dueña de posibilidades únicas de estas.
Una “única familia” no es suficiente para representar “todas las familias”, así hablaremos de “familias” en el contexto general para América Latina o para determinado país y de “familia” cuando la perspectiva sea de sus miembros o de uno de ellos.
Por saber académico o empírico, se reconoce a las familias tanto como fuente de soporte emocional, económico, cultural y social, cuanto como factor de exclusión y vulnerabilidad. Es esta dualidad con variantes romanceadas que puede llevar a ver a las “otras familias” como vulnerables y con facilidad lanzar opiniones o prejuicios. A pesar del concepto ideológico, no existe una familia modelo o el modelo ideal de familia.
Tanto como soporte para sus miembros cuanto como factor de vulnerabilidad, las familias son parte/fin de discursos y políticas de gobiernos y viven en constante evolución.

Las familias en Latinoamérica en la actualidad – datos

Según la conclusión de Bauman, la seriedad en este mundo es dada por los números. (2004:38) De cierta forma, los datos a seguir dan cuenta de expresar, en un rápido recorrido cuantitativo, un panorama de las familias en América Latina y Caribe que resulta pertinente en este trabajo.
Del total de hogares 61,9% son familias nucleares, 53,1 % con hijos, siendo que apenas 42,8% son familias biparentales y 9,8 % monoparentales con jefatura femenina (37,3 % de las que residen en zonas urbanas son pobres o indigentes, siendo estas últimas 16,6 %). En el 47,6 % de las familias nucleares con hijos, ambos los padres trabajan. 30,1 % de las familias latinoamericanas y caribeñas aún están teniendo hijos (tasa de fecundidad es de 2,5), 11,7 % en la etapa inicial (26,4 % son pobres y 13 % viven en la indigencia – zonas urbanas) y 18,4 % se encuentran en la etapa de expansión del ciclo de vida familiar (26 % son pobres y 18,4 % viven en la indigencia – zona urbana). 36,0% de las familias están en etapa de consolidación con hijos en la adolescencia o en inicio de juventud. Entre las que residen en zona urbana, 41,9 % son pobres o indigentes, siendo la indigencia presente en 16,1 % de estas familias. 66,1 % de las familias en la región están criando niños, niñas o adolescentes. Según datos de CEPAL de 2002, en encuesta de hogares en 18 países de América Latina y Caribe, el 44 % de la población de la región es pobre, 221,4 millones y el 19,4 % indigente, 97,4 millones, realidad que va a peor en las zonas rurales, donde la pobreza llega 61,8 % y la indigencia a 37,9%. América Latina y Caribe es una región castigada por la desigualdad, 10 % de la población vive con menos de 1 USD$ diario y el 20 % de los hogares con el ingreso mas alto detiene el 59 % de toda la renta, mientras que a 40% de los hogares de menor ingreso le corresponde 10 % (CEPAL, 2005)
En su rol de madres, las mujeres de América Latina y Caribe, aún no reciben cobertura completa en los apoyos necesarios para la garantía de derechos personales y de sus hijos e hijas: 13 % aún no tienen cobertura prenatal o son atendidas por personal cualificado y el hecho de no encontrar datos actualizados de la mortalidad de mujeres en el momento del parto es preocupante. El casamiento temprano es una realidad expresiva: 25 % de las mujeres Latinoamericanas y caribeñas contraen matrimonio antes de los 18 años. Estos indicadores son globales en el total del territorio y de los países que disponen de estos datos, lo que puede significar ir a peor conforme avanzamos para las zonas rurales o dependiendo del país en cuestión.(UNICEF, 2005)

La evolución de las familias en Latinoamérica

La salida de las familias de las zonas rurales para conformar zonas urbanas ofreció cambios no solo en los procesos de producción, pero también en la formación, composición y disposición familiar[1]. Las “metas familiares”, antes volcadas para el uso fruto de la tierra, pasan a enfrentar el reto de las experiencias individuales de sus miembros. El mercado de trabajo en industrias o servicios donde diferentes miembros de las familias viven oportunidades personales hace que las familias vivan hoy más mediando metas y proyectos personales de que posean un “proyecto familiar”.
Uno de los cambios centrales de la modernización “reside en el espacio de elección personal, la voluntad, la libertad y la responsabilidad de cada persona han ido ganando en la definición de su propio destino”. (Jelin,1998: 21). Junto con las democracias de los Estados pos-dictaduras, se intensifican a cada día la defensa de la diversidad. La “vocación democrática” que nos habla Arriagada (2002: 148) se basa en el aceptar los derechos individuales y colectivos, considerar la igualdad en la diferencia y la tolerancia. Leyes de protección, defensa y/o garantía de derechos de mujeres, niños, niñas y adolescentes, así como aquellas que normalizan los espacios privados – ley de divorcio, códigos de familia, entre otros, son resultados de este contexto.
Como base histórica-estructural de las familias en Latinoamérica, la “familia patriarcal” presupone al padre dueño del comando y jerárquicamente superior a la mujer que, como esposa y madre, tiene a cargo la responsabilidad de atenderlo por completo. Siendo así es el hombre quien demanda de las relaciones sexuales y de afecto y comanda el espacio doméstico teniendo la última palabra sobre la educación, el presente y el futuro de sus hijas e hijos. (Jelin, 1998:26). La conyugalidad, como acuerdo con componentes explícitos y tácitos, regido por simbologías personales y sociales, responde a expectativas individuales y colectivas. Para Fernández (1994), el contrato conyugal para las familias de clase media urbana, suele considerarse “como un acuerdo entre dos personas de diferente sexo que, libre y recíprocamente, se eligen en un pacto de amor… en el intento de desarrollar un proyecto de vida común que implica generalmente criar y amar a su descendencia.” La autora discursea sobre los criterios desde donde se organiza lo visible de este acuerdo y, consecuentemente, lo invisible. Por lo que se ha invisibilizado considera los procesos económicos, sociales y subjetivos que hacen posible la concretización del acuerdo que, aún hoy se lleva a cabo entre partes con grados de autonomía diferentes resultando en una “relación ‘política’ desigual”. (Fernández, 1994:2)
Dentro de las familias, en especial con estructura patriarcal, el espacio privado “sentimentalizado”, reservado a la mujer junto con la “invisibilidad de su producción económica”, es el terreno donde se “genera la apropiación de sus ‘bienes’ eróticos”. “De esta forma en el privado se crean tanto las condiciones objetivas y subjetivas para su circulación desigual en el mundo público como las condiciones para una tensión conflictiva entre espacios de cierto poder y espacios de subordinación femenina.” (Fernández, 1994:3)
El lugar de la mujer y, consecuentemente del hombre, en cuanto a poder, jerarquía y autonomía, reciben influencia de la modernidad.
En un proceso cíclico de evolución, las familias han cambiado e influido en la construcción de una realidad de consideración del individuo, aunque no siempre se traduzca en respeto a las diferencias o inclusión del otro como parte, es un elemento terciador de las relaciones familiares. Aunque este proceso no derogó las influencias y cobros sociales y culturales sobre los individuos, introdujo, no exclusivamente, cambios de normativas sociales que van desde la elección de la pareja (el amor romántico x el casamiento por arreglo e interés familiar) hasta la quiebra del patriarcado como “modelo”.
Como organización social y parte de una estructura social, la familia es un espacio de conflictos, luchas y alianzas, donde intereses colectivos y grupales se anteponen a intereses individuales. “Los principios básicos de organización interna siguen, en tanto familia, las diferenciaciones según edad, género y parentesco. Estas diferenciaciones marcan tanto la división intrafamiliar del trabajo como la distribución y el consumo, además de regir las responsabilidades de cada uno de los miembros hacia el grupo”(Jelin, 1998: 26)

De lo privado a lo público, de lo público a lo privado

Elizabeth Jelin nos habla de una “crisis del paradigma desarrollista” y nos incita pensar la unidad familiar por una óptica inter-relacional donde cambios en los procesos de producción y reproducción van mas allá de comprender las dinámicas de las familias urbanas y rurales de ayer y de hoy. La percepción de la interconexión en estos procesos económicos y sociales y como se articulan dentro de las familias e interfieren en/de la “satisfacción de las necesidades de consumo”. El binomio público-privado pasa por reformulación impactado por la discusión y el debate feminista, con cambios simbólicos y de “replanteo de la división sexual del trabajo” y consecuentemente en los “ámbitos de poder” que influyen y son influenciados por las “transformaciones en la organización domésticas” y las “reestructuraciones de los lazos de convivencia y de las obligaciones basadas por el parentesco”. (Jelin, 1994: 2).
El aumento de la pobreza y la consecuente vulnerabilidad expone a las familias a mayor intervención de las políticas públicas estatales. Güell y Lechner nos hablan del rol protagónico de los consensos dentro de una “democracia de los acuerdos” donde la “gobernabilidad es entendida como sustentabilidad sistémica u organizacional de la democracia”. Que acuerdos implícitos o explícitos entre Estado, familia y sociedad dan pautas de funcionamiento y aportan para la construcción de las subjetividades y valores de la sociedad? Esta pregunta hará eco en el desafío del desarrollo y profundización en investigaciones futuras. (Güell-Lechner, 2002)

El consumo, la urbanización y el deseo.

Somos todos consumidores de realidades o sueños. Para Bauman vivimos en una sociedad de “deseos” y un “deseo jamás sobrevive a su satisfacción”. Así se crían y mantienen las relaciones. En el momento donde hay tantas posibilidades de socializar información también, y por esa razón, hay más olvidos que aprendizaje. (Bauman, 1999:2)
Como parte y consecuencia de la sociedad de consumo vivimos la inversión de “la relación tradicional entre necesidad y satisfacción: promesa y esperanza de satisfacción preceden a la necesidad que se ha de satisfacer, y siempre será más intensa y seductora que las necesidades persistentes”. Solo cuenta la temporalidad en todos los compromisos que es más importante que el propio compromiso, al cual no se le permite que dure más que el tiempo necesario para consumir el deseo. (Bauman, 1999: 3)
El compromiso parece haber quedado atrás, junto con las épocas de “producción”, así como el empleo que, en la modernidad, pasa a ser más un deseo de difícil obtención. El sueño de empleo está más allá de la posibilidad de subsistencia o de consumo, un empleo genera seguridad. En tiempos tan volátiles, un empleo formal parece cumplir un rol ampliado de “sostén”, más que de subsistencia. Para eso es necesario tanto formación como mantener-se “actualizado” y con capacidad de “empleabilidad” lo que es un reto constante. Bauman (2004: 113) apunta la caduquez de las capacidades y las demandas que caen en desuso antes que lleguen a ser dominadas, así como los diplomas y la necesidad de ser “flexible” en una mezcla de “fluidez, fragilidad y transitoriedad en construcción”.
El empleo, o el trabajo como forma de subsistencia y protección, es una realidad cada vez menos frecuente en la región. Las políticas económicas de las últimas décadas, basadas en las directrices de los organismos internacionales, en especial las instituciones financieras, han reducido los niveles de empleo, profundizado la desigualdad y la pobreza. Entre muchos de los efectos nefastos están la “erosión de los derechos adquiridos en las áreas de seguridad de empleo y social… especialmente para las mujeres trabajadoras” (Bonder, 2006: 6.3)
Según el informe de Instraw, “las tareas de supervivencia que no tienen reconocido su valor económico ni su utilidad social” aliadas a la “erosión del papel del varón como proveedor económico” que lo lleva en muchos casos al abandono del hogar, han contribuido para que las mujeres, como únicas y últimas responsables por las familias estén asumiendo la jefatura de los hogares. (Ramírez, 2005)

Un “llamado del primer mundo”?

La falta de oportunidades, la pobreza y la exclusión en ciertos países en contraposición con el sueño o la oferta de posibilidades en otros, acaba por llevar muchas familias latinoamericanas a encontrar en la migración, formas de supervivencia. En busca de las promesas de los países desarrollados o con oferta de empleo, hombres y mujeres se lanzan y cambian de país dejando familias enteras en sus países de origen. Esta es una realidad cada vez más creciente para mujeres, en su gran mayoría, jefas de hogares que viviendo en situación de pobreza se exponen, mucho en función de la clandestinidad, a situaciones de vulnerabilidad extrema. (Castellanos, 2005:44) Para Instraw citando diferentes autores, la feminización de las migraciones no tiene exclusiva justificación en la realidad de los países de origen, si no que incluye un fuerte componente de los países de llegada con oferta de empleo en labores que los residentes no desean ocupar, son servicios para mano de obra barata. (Ramírez, 2005:9)
Las redes sociales de ciertas familias en los países de destino ocupan un doble rol de reclutar y apoyar a las migrantes. Según Jelin, este tipo de modalidad fue común en los años 30 y 40 y ahora sirve de soporte a la onda actual de migración. En los países de destino, el creciente mercado de trabajo para las mujeres locales sin redistribución de las tareas de cuidado y educación de la prole, cría la necesidad de que un tercero, en estos casos aún una tercera, asuma el trabajo “reproductivo” en los hogares. Siendo así mujeres migrantes de países menos favorecidos, llegan para cuidar de los hijos e hijas de las familias locales, tarea por la cual no eran pagas en sus países de origen.
Castellanos en su informe elaborado para CEPAL en 2005 habla de dos fenómenos emblemáticos, uno en la región de Centro América que lleva mujeres Nicaragüenses a Costa Rica y otro en la región Andina que lleva mujeres Peruanas, al trabajo en hogares Chilenos. En ambos casos, aunque con características propias, la migración separa madres de hijos o hijas que quedan en los países de origen a los cuidados de parientes, de hijos e hijas mayores o de terceros. Según nos apunta Castellanos, el 72 % de las mujeres Nicaragüenses que migra para Costa Rica tiene hijos, así como el 85 % de las Peruanas que migran para Chile, aunque es posible que este dato llegue a ser bien próximo de la totalidad de mujeres en el caso de las nicaragüenses, pues se desconoce informaciones del 27 % de las empleadas domésticas.
O sea para realizar la tarea reproductiva en casa de terceros, la mujer migrante ha dejado su propia prole en cuidados de terceros a los cuales remete gran parte de sus ganancias.
Según nos muestra el trabajo de Instraw (2005), “a nivel mundial las remesas se han convertido en la segunda fuente de financiación externa de los países en vía de desarrollo”. Siendo así es importante que se analice el fenómeno de la migración de mujeres en Latinoamérica considerando por lo menos 4 dimensiones: la de la mujer migrante, de los empleadores y empleadoras, de los países de origen – como receptores de remesas que aportan al desarrollo local - y por último, aunque no menos importante, la de la familia de origen, en especial de los niños, niñas y adolescentes que pierden la oportunidad de cuidado y proximidad con sus madres. Siendo así, es posible ver con mayor amplitud quienes ganan y que ganan y quienes pierden y que pierden con este fenómeno.

Nuevas configuraciones familiares

El aumento de la expectativa de vida con un consecuente aumento del tiempo posible de los matrimonios, el aumento progresivo de casamientos que terminan en divorcios, la ampliación de los hogares con jefatura femenina o con mujer como persona de referencia, las nuevas uniones que muchas veces hacen convivir en la misma casa proles de uniones diferentes e hijos e hijas en común, el aumento del número de ancianos y el de mujeres en las fuerzas laborales, son realidades crecientes en América Latina que ofrecen posibilidades, alternativas o no, de re-acomodación de roles dentro de las familias.
Las leyes de divorcio y de unión estable[2] dan legitimidad a nuevas formas de dejar de ser o ser pareja, aunque aún no se hable seriamente de normalizar parejas del mismo sexo. La fertilización asistida y la adopción de niños y niñas por personas solteras, ofrecen otras formas de ser madre o padre. Los nuevos casamientos permiten que un mismo niño o niña tenga hermanos, medio-hermanos y no-hermanos, ensayando relaciones fraternas bajo el mismo techo.
Arriagada (2002) destaca aún el progreso social que potencia las capacidades de los individuos – que se contrapone a la importancia dada a la familia, y el momento de “reflexividad” que lleva las sociedades a revisar sus patrones y normas a la luz del circular de información y conocimiento. Las “imposiciones religiosas” han perdido terreno para la ética individual, en especial en los derechos reproductivos y sexuales.
Por otro lado surgen nuevos retos. La violencia aumenta, no tanto en cantidad, pero en exposición, declaración y denuncia, punto vital para que se pueda enfrentar. La violencia de género ha ganado gradativamente mas espacios de acogimiento para ambas partes – víctima y azote – lo que la transforma en algo “del que hasta se puede hablar”. La violencia social, grupal y urbana, crece y se transforma con nuevos componentes y dimensiones.

Conclusiones: entrelazando los hilos de una tela compleja

En un tiempo donde “la globalización afecta las categorías básicas de nuestra percepción de la realidad y la reinventa bajo condiciones de aceleración exponencial” (Hopenhayn, 1999), la pérdida de referencias y la formación de nuevos referentes se transforma en algo cierto y constante.
En un mundo de consumo, urgencia, “inmediatismo” y volatilidad de las relaciones en la sociedad, el compromiso para con los/as otros/as de la familia se desarrolla bajo el signo del desenlace pasivo de la disolución de identidades perdurables. El miedo, la incertidumbre y la necesidad de multiplicarnos y transformarnos constantemente generan crisis en los ámbitos de pertenencia y referencia, lo que genera una experiencia de desamparo y vulnerabilidad.
Por otro lado como dice Hopenhayn “hoy más que nunca hay condiciones subjetivas y objetivas de afirmar la diferencia” en un terreno que permite oportunidades de ejercitar la empatía y enfrentar la negación originaria de la “cultura del otro”. La dialéctica de la configuración de roles de hombres y mujeres en la conyugalidad y parentalidad, tiene oportunidad de hacer terreno en el camino a la igualdad en las relaciones de género dentro de las familias.
Hay cambios también en la ocupación de los espacios públicos. Las mujeres amplían su participación en tomadas de decisión que generan impacto, en el liderazgo de comunidades, ocupando cargos públicos que van desde organizaciones civiles a intendencias y presidencias. El mercado de trabajo cada vez absorbe más mujeres en ocupaciones no tradicionalmente femeninas. Aquí vale una nota: aunque parezca que las mujeres han conquistado niveles de oportunidades semejantes al de los hombres, esta lista es mucho más una cuestión de repertorio que de justicia. Es largo aún el camino hacia la equidad.
La promoción de la libertad social e individual ha permitido ampliar la discusión y garantía de derechos individuales, aquí destacando los derechos de las mujeres, de los niños y niñas y el enfrentamiento del poder patriarcal con construcción de nuevas identidades. Nuevas sociedades se generan a partir de los procesos de aculturación decurrentes de las ondas migratorias.
El aumento del número de familias con jefatura femenina y de familias cuya persona de referencia es una mujer, lleva a la formación de redes de solidariedad femeninas. También crecen las familias de nuevas uniones y los grupos familiares con 3 generaciones bajo el mismo techo.
Sin sombra de dudas, los procesos de modernización han aportado nuevas configuraciones objetivas en las relaciones intrafamiliares. Las relaciones de poder en la conyugalidad y determinados cambios de responsabilidades en las tareas productivas y reproductivas, entre otros, interfieren en la división del tiempo y la configuración de los roles de hombres y mujeres. La modernidad ha impactado en las relaciones de género desencadenando un proceso de re-configuración de visiones, papeles y responsabilidades. Si por un lado la velocidad de la información corrobora con la disolución de identidades perdurables, por otro, es fuente de desarrollo y formación de nuevas formas de ser y ver. El reto será extender y democratizar su alcance para ampliar el desarrollo de la capacidad de discernir, la auto-estima y el liderazgo positivo, que pueden libertar dando poder equitativo de elección a las mujeres, a los hombres y sus familias.
Por fin, en una sociedad desigual, desconectada, volátil, cambiante, donde cada vez mas es la comunidad a dar respuesta a la pobreza, la identidad social y colectiva, el capital social y el desarrollo de la solidariedad ocupan un rol primordial en la construcción de una sociedad incluyente. Uno de los desafíos de la modernidad reside en la promoción de las capacidades de construir un “nosotros” que de cuenta de entrelazar un tejido social congruente capaz de respetar las diferencias, haciendo frente a la desigualdad, tanto en lo público, cuanto en lo privado.

Bibliografía

Arriagada, Irma (2002). Cambios y desigualdad en las familias latinoamericanas en Revista de la CEPAL 77, CEPAL, Chile, pág. 143-161
Bauman, Zigmunt (1999). Turistas y Vagabundos en La Globalización: Consecuencias humanas, Fondo de Cultura Económica, Argentina. (Documentos PRIGEPP, 2006)
Bauman, Zigmunt (2004). Amor líquido. Sobre a fragilidade dos laços humanos, Jorge Zahar Editor, Rio de Janeiro, Brasil.
Bonder, Gloria (2006). “Globalización y género: dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. Tensiones, reacciones y propuestas emergentes en América Latina”, Unidad No. 1, Seminario PRIGEPP-FLACSO, Buenos Aires
Bonder, Gloria (2006). “Globalización y género: dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. Tensiones, reacciones y propuestas emergentes en América Latina”, Unidad No. 2, Seminario PRIGEPP-FLACSO, Buenos Aires
Castellanos, Patricia Cortés (2005). Mujeres migrantes de América Latina y el Caribe: derechos humanos, mitos y duras realidades, CEPAL, Chile.
CEPAL (2005). Estructuras familiares, trabajo doméstico y bienestar en América Latina en Panorama Social de América Latina 2004, Chile, CEPAL, capitulo IV. pág. 193-222
Güell, Pedro E. y Lechner, Norbert (2002) “La globalización y los desafíos culturales de la gobernanza”, en C. Maggi y D. Messner (eds) Gobernanza Globar. Una mirada desde América Latina, Caracas, Nueva Sociedad, Venezuela, pág. 79-92.
Hopenhayn, Martín (1999). La aldea global entre la utopía transcultural y la ratio mercantil en C. Degregori y G. Portocarrero (eds). Cultura y Globalización, Lima: Red Para el Desarrollo de las Ciencias Sociales en el Perú, pág. 17-36. (Documentos PRIGEPP,2006)
Jelin, Elizabeth (1994). Las familias en América Latina en Ediciones de las mujeres No. 20,Familias Siglo XXI, Chile. (Documentos PRIGEPP,2006)
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Ramírez, Carlota – Domínguez, Mar García y Morais, Julia Minués (2005) . Cruzando Fronteras: remasas, género y desarrollo, INSTRAW, República Dominicana. (Documentos PRIGEPP,2006)
UNICEF (2005). Tablas Estadísticas en Excluidos e Invisibles. Estado Mundial de la Infancia 2006, Fondo de las Naciones Unidas por la Infancia. Pág. 95-134

[1] Las familias que conforman las zonas rurales también enfrentan cambios frutos de los tiempos modernos. El trabajo en el campo se moderniza e “industrializa” en busca de productividad y eficiencia. Las grandes propiedades y las culturas mecanizadas han “echado” y provocado éxodos y migraciones.
[2] Norma brasileña que otorga al compañero o compañera los mismos derechos y deberes que un marido o esposa, después de 3 años de comprobada vida en común a un hombre y una mujer.

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). El impacto de la globalización en las relaciones de género dentro de las familias. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Globalización y género: dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. Tensiones, reacciones y propuestas emergentes en América Latina”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina

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