domingo, 1 de abril de 2007

Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina en el siglo XXI: Análisis de género de los caminos recorridos desde la década del 80 y futuros posibles”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina
Introducción

“..lo público es lo político, el área de los derechos y rasgos universales y lo privado, en especial la familia, es el área de las diversidades y las particularidades.”
(Astelarra, 2002:5)

Desde la conformación de las familias en los moldes conocidos en el inicio del siglo XX, la división de los espacios, tareas, responsabilidades y oportunidades tienen un predominante atributo sexual, configurando el espacio público del trabajo, de la participación y de la política como un lugar del hombre y, como consecuencia, el espacio domestico como el de actuación de la mujer. Con el feminismo moderno las principales demandas aportan cambios de rumbos significativos. Con la lucha por el derecho a la actuación de las mujeres en la política, la sociedad, la cultura y la economía, se abren reales oportunidades de participación en el ambiente público y en el ejercicio de la ciudadanía. A su vez nace la necesidad de tornar público algo que antes era restricto al ambiente privado: la violencia de género, sea en la familia, sea en el lugar de trabajo.
En el decorrer del siglo en los países de América Latina, cada cual en su momento, derechos concretos garantizados por las leyes, como el sufragio por ejemplo o por cambios culturales que van desde la alternativa del trabajo remunerado no doméstico hasta la participación en los parlamentos y, mas recientemente, frente al ejecutivo mayor, han posibilitado la construcción de espacios mas visibles ampliando oportunidades para las mujeres en el mundo público.
Entre la “naturalidad” del espacio privado dedicado a las mujeres y la valorización por la transcendencia desde la conquista de lo público, hombres y mujeres han desarrollado formas de ser pareja y de construir familias, contribuyendo para la construcción de las sociedades que conocemos y recibiendo influencias desde lo público (políticas públicas, medios de comunicación, cultura). Las feministas…“… rechazan el supuesto en virtud del cual la separación entre lo privado y lo público se sigue inevitablemente de las características naturales de los sexos y sostienen, por el contrario, que sólo resulta posible una correcta comprensión de la vida social liberal cuando se acepta que las dos esferas – la doméstica (privada) y la sociedad civil (pública) – presuntamente separadas y opuestas están inextricablemente interrelacionadas.”(Pateman, 1996:5)
Por tanto ¿vivimos una eterna dicotomía entre publico y privado, o público y privado se retroalimentan en una relación sistémica que produce y reproduce formas de ser en lo público y en lo privado?

Publico x privado: el movimiento hacia lo público como reconocimiento del espacio de poder

La entrada de las mujeres al mundo del trabajo remunerado se dio inicialmente en tareas muy próximas a las desarrolladas en el mundo privado. Nacían así las maestras, las enfermeras, los empleos en servicios domésticos y otras profesiones relacionadas con la educación y el cuidado. Desde entonces no fueron profesiones con reconocido valor económico: de lo “privado” no pago para el “público” mal pago.
Cuando ocupando cargos o funciones con referente masculino, era común encontrar mujeres ganando menores sueldos que los hombres por la misma actividad y carga horaria. En la actualidad aunque las posibilidades de actividades remuneradas han aumentado considerablemente, aún vemos diferencias importantes en algunas profesiones y locales.
Es cada vez mayor en América Latina la cantidad de mujeres cursando la educación formal y en algunos países, como en Brasil por ejemplo, es mayor el número de mujeres que completan la enseñanza básica y media que el número de hombres. También es mayor la cantidad de mujeres que ingresan en las universidades, aunque en carreras “predominantemente femeninas”. Lo que aún no se ha llegado a construir es una equidad en el reconocimiento económico por los resultados. (IBGE, 2004)

“La humanidad intenta transcender una existencia meramente natural, de manera que la naturaleza siempre se considera como algo de orden inferior a la cultura”. (Pateman, 1996:9)

Las mujeres simbolizan la naturaleza, ya que la biología las acerca a la crianza y al ámbito doméstico y la cultura se identifica con la creación y el mundo de los hombres. Siendo así las llamadas tareas reproductivas al interior de las familias siempre estuvieron a cargo de las mujeres que, con escaso reconocimiento y ninguna remuneración, llevan a cabo el cuidado, la nutrición y el afecto a todos los miembros de la familia. En las clases sociales más elevadas, estas tareas pueden ser realizadas por terceros, en general terceras, o servicios con predominancia de personal femenino. Cuando remunerado – en el caso de empleados domésticos – el espacio privado parece aún permanecer “sin valor” que en estos casos esta traducido en los bajos pagos por las tareas y en el ignorar de sus derechos como trabajadoras en muchos de los casos.
En las familias de las clases más populares donde la salida de la mujer al mundo del trabajo es una necesidad cada vez mas urgente, donde es muy común la escasez de apoyo Estatal y no existen condiciones de contratación de servicios particulares, la comunidad ocupa un rol vital de sostén. Se conforman redes de soporte que van desde el apoyo informal de las mujeres del vecindario hasta las organizaciones barriales, predominantemente gestionadas o soportadas por mujeres que ofrecen apoyo a otras mujeres en el cuidado de la prole y demás necesidades.
En la organización no gubernamental CeCIF que desarrolla trabajos de defensa de derechos de las niñas, los niños y los/las adolescentes en Brasil, entre los más de 150 voluntarios y voluntarias que ya pertenecieron al cuerpo operativo, 95 % eran del sexo femenino. Para Jelin (1996) este tipo de trabajo es una extensión del ámbito doméstico, “lo cual puede fácilmente convertirse en invisible y en una forma de reproducción de la subordinación y el clientelismo” además de representar, por fuerza de la perpetuidad de las responsabilidades domésticas intra-familiares, en una doble o triple jornada para las mujeres que además de desarrollar los quehaceres domésticos y las tareas profesionales, destinan tiempo y esfuerzo para responder a un déficit de atención del Estado. Estos servicios y apoyos ofrecidos - desde las mujeres para las mujeres - son expresiones del ejercicio de ciudadanía como co-responsabilidad por el bien estar público pero, “sin embargo, estas prácticas, que implican socializar el rol doméstico y salir del espacio de confinamiento del mundo doméstico, son también socialmente invisibles y no valorizadas”. Lejos de ser una “liberación”, es más bien “agotamiento, cansancio y sobre-trabajo. Tareas mal remuneradas y precarias, sin acceso a beneficios sociales y al reconocimiento de derechos laborales, experiencias de segregación y refuerzo de prácticas discriminatorias.” (Jelin, 1996:2)
Tanto en el espacio doméstico cuanto en el espacio de convivo social, las mujeres aún ocupan roles de cuidado, responsabilidad por los mas débiles o vulnerados, educación de los más pequeños y nutrición en el sentido amplio de la palabra.
Es importante reflexionar sobre el movimiento de salida del ambiente privado y la actual ocupación de los espacios públicos por parte de las mujeres de Latinoamérica. Para realizar una reflexión más incluyente, es importante puntuar que cualquier análisis de esta cuestión debe considerar más allá de la dimensión género, ya que hablamos de diferentes culturas en donde la clase social y la etnia tienen fuerte influencia. Cuando hablamos de las mujeres de Latinoamérica tenemos que considerar que no es un grupo simétrico y que aún nos encontramos entre el patriarcalismo autoritario y una forma más liberal de vivir en familia.
En los centros urbanos es cada vez más común encontrar mujeres que trabajan fuera del hogar – no que esto no sea una realidad en la zonas rurales, pero en esos casos las fronteras entre el trabajo y la familia son mas anubladas - sea por elección y voluntad o por exclusiva necesidad. El movimiento feminista, según Jelin (1996), tuvo 2 momentos y participaciones importantes en esta realidad: en una primera etapa descubrió la “invisibilidad social de las mujeres” y su desafío fue el “hacer visible lo invisible”. En un segundo momento como desdoblamiento, mostrar que “en tanto su subordinación estaba anclada en la distinción entre el mundo público y la vida privada, las mujeres debían salir de la esfera doméstica y participar en el mundo público”. Siendo así, queda reforzado el valor del mundo público dado como el espacio del ejercicio del poder. (Jelin, 1996)
¿Como queda el espacio privado? ¿Si antes la mujeres eran únicas y exclusivas responsables por él, que es lo que pasa con la ausencia o poca presencia de estas ahora ocupadas en el mundo público? ¿Que es del cuidado con la niñez, la adolescencia y la vejez?
Según Dietz (2001), las feministas defensoras de la familia tienen como objetivo práctico y teórico, asumir para sí esta defensa, recuperando la “maternidad como una dimensión de la experiencia de las mujeres y defenderla como necesaria tanto para la identidad de género como para la conscientización política feminista”. Para estas, “el feminismo anterior amenaza disminuir o destruir las experiencias más poderosas de las mujeres y tal vez sus propias identidades”. Para superar estos “riesgos” el feminismo social “busca fomentar la identidad de las ‘mujeres-como-madres’ y establecer la primacía moral de la familia, así como del ámbito privado de la vida humana”. (Dietz, 2001)
Citado por Dietz (2001), Elshtain coloca a la mujer-madre como la cuidadora de la “vida humana vulnerable” y le atribuye como fracaso a “la muerte, la herida o el daño sufridos por una criatura debido a la falta de cuidado o negligencia, o el entorpecerla o avergonzarla por sobreprotección y dominación”. En este momento nace una pregunta: ¿que es del hombre en el espacio privado y en el cuidado de la prole? (Dietz, 2001)
Hasta ahora parece haber una super valorización del espacio público, con el reconocimiento de las oportunidades de desarrollo de alianzas y de ejercicio de poder. Al haber sido durante siglos el espacio de actuación del hombre, es natural que cuando de las primeras investidas rumbo a la equidad de género, las mujeres hayan valorizado la ocupación paritaria del mundo público. Pero, de forma complementar, el espacio privado aún conforma la vida, es en donde los pactos se dan entre cuatro paredes y, a pesar de recibir la influencia desde lo público, tiene dinámica propia que lo configura, es decir que cada familia es única. No se trata de súper dimensionar el papel de la mujer-madre, como el feminismo social, ni de súper valorizar exclusivamente el mundo público y por otra parte, en ningún momento se trata de ignorar la figura del hombre en su interrelación y corresponsabilidad tanto en lo público, cuanto en lo privado. Construir una sociedad equitativa pasará por democratizar todos los espacios.

Familias y democracia intra-familiar

“…en la tradición occidental de la filosofía política, la diferenciación entre lo público y lo privado se ha equiparado con la diferenciación entre el mundo doméstico y privado de las mujeres y el ámbito público y político de los hombres, escudándose en argumentos de la naturalidad e inmutabilidad de estos aspectos de las relaciones humanas.” (Jelin, 1998: 105)

La “familia moderna” actual desciende de la “familia patriarcal autoritaria”, estructura aún presente en muchas de las familias latinoamericana y que se caracteriza por la división rígida de los roles sexuales y por su estructura decididamente basada en el poder del padre. Para Astelarra (2002) el concepto de patriarcado se basaba en dos factores: jerarquía – la afirmación de la superioridad masculina en cualquier terreno y en las relaciones de poder entre hombres y mujeres que conformaban un sistema social complejo, no dado solamente por relaciones personales pero si anclado en una estructura social que generaba esta contradicción entre los hombres y las mujeres. (Astelarra, 2002) La estructura de la familia patriarcal autoritaria tiene como principio el menos valor de la mujer en relación al hombre, hecho que “valida” la diferencia de derechos y la subordinación propiciando abuso de poder. En ellas la comunicación es jerarquizada, vertical y unilateral y las decisiones son tomadas por quien tiene más poder, reforzando que el más débil debe escuchar al más fuerte. En este modelo de funcionamiento familiar, la violencia es un resultado lógico, ya que en general, es “una forma validada de educación”. Así se aprende que “es natural oprimir al que tiene menos valor” y la violencia se “naturaliza” y toma parte del mundo público en las comunidades, escuelas, locales de trabajo, etc. Por otro lado, son espacios de escaso ejercicio de autonomía donde niños y niñas crecen con miedo sin el desarrollo de la capacidad de crítica. Con sus talentos minados, tienen pocas chances de romper con el ciclo de la pobreza. (Zalaquett, 2005) Democratizar las relaciones familiares es una salida para la pobreza y el subdesarrollo.
Para hablar de democracia dentro de las familias es preciso hablar de derechos y de equidad. Por su vez, para hablar de equidad es necesario hablar de igualdad lo que para tanto, requiere hablar de diferencia. Según Jelin (1996) hay varias perspectivas para hablar de diferencia y una de ellas es la que pasa por la concepción de que es algo inherente a las personas. Esto puede llevar a la armadilla de pensar en la diferencia valorativa y comparativamente como sinónimo de inferioridad o superioridad, según el parámetro. En este caso “las personas diferentes no pueden entonces ser portadoras de los mismos derechos”. Por otro lado y visión la garantía de igualdad sería frente a las leyes que la toman frente a referenciales que poseen “ciertas características (masculinas?)” y a desconsiderar “muchos rasgos indicadores de diferencias”. Por fin, citando Minow, Jelin habla de una tercera perspectiva que “ubica la diferencia en las relaciones sociales, de modo que no puede ser ubicada en categorías de personas sino en las instituciones sociales y en las normas legales que las gobiernan.” (Jelin, 1996)
De cierta forma, la lucha feminista ha llevado a cabo banderas de igualdad comparativas al referencial masculino, de ahí incluso, la importancia de ocupar los espacios públicos. Que es de la igualdad pensada en una nueva forma de ser hombre frente al ser mujer? Que es del movimiento en contra flujo? Las demandas por igualdad desde las mujeres se basan en garantizar los derechos de acceso a lugares y posiciones antes ocupadas exclusivamente por hombres, en denuncias de discriminación y desigualdad. (Jelin, 1996) Que es de la reivindicación contraria? Que pasaría si los hombres iniciaran un movimiento de ocupación de lo privado?
Según Jelin (1996) “hay tareas que son socialmente definidas como “femeninas” y otras como ‘masculinas’, generando segregación ocupacional, y ésta tiende a desembocar en una desvalorización relativa de las tareas ‘femeninas’”. ¿Será que son las tareas exclusivas de hombres o de mujeres lo que genera segregación o es el valor atribuido a ellas? ¿El hecho de buscar la equidad en la ocupación de los lugares, cargos y funciones antes exclusivas de los hombres, no es también un factor discriminatorio de las tareas antes exclusivas de las mujeres? ¿No será una parte importante del refuerzo a la menos valía de estos roles? ¿El hecho de no luchar con la misma vehemencia para la equidad en la tareas reproductivas en el espacio privado, no será también y en parte responsable por continuaren a ser tareas de poco valor agregado – en especial en una sociedad donde la producción tiene tanto valor cuanto poder de consumo consecuente? (Jelin, 1996)
Según Astelarra (2002), convive hoy junto al modelo de familia patriarcal autoritaria, la familia liberal caracterizada por mantener la división sexual del trabajo, pero sin autoritarismo. Las mujeres continúan responsables por las tareas reproductivas con mayor participación en las decisiones del ámbito privado y apertura para desarrollar tareas productivas que se consideran complementares a las tareas del hogar, poseen derechos públicos (voto, educación, trabajo, participación política). El reto está en construir una familia en donde tanto hombres cuanto mujeres dividan el espacio y las tareas públicas y privadas, hablamos de la familia democrática e igualitaria. (Astelarra, 2002: 7)
En un survey realizado con 2000 familias de la ciudad de Río de Janeiro/Brasil en el año de 2003, la doctora en sociología Marlise Matos busco reunir datos que dieran cuenta de percibir indicadores de “tradicionalismo” y “destradicionalización” de las familias. Como extremos de “tradicionalismo”, desde un punto de vista analítico, significo “patrones de respuestas que revelaban una clara asimetría, jerarquía y desigualdad entre los géneros”. Ya el otro extremo, de “destradicionalización” “nos remite a una mayor simetría, igualdad e ecuanimidad entre los patrones de vinculación de género, demostrando mayor adecuación a lo que los autores definen como valores pós-materialistas – aquellos vitales a la democracia contemporánea y en que se concibe la relación entre e intra géneros en patatares de mayor igualdad, libertad y justicia.” (Matos, 2005: 99)
En esta investigación se pudo verificar que “los hombres están pasando, de forma evidente, por un proceso de transformación en los valores de género” y que la transformación va más allá en las percepciones del si masculino que toman una dirección de democratización de los valores de género. Pero este cambio no ocurre aún en el campo de lo concreto, en la esfera más íntima de la división del trabajo en el mundo doméstico y en el cuidado de los hijos e hijas. En el mundo privado, permanecen los patrones tradicionales de vinculación y dominación masculina de forma convencional. Por otra parte, del punto de vista femenino, se presenta un “gran descompaso entre las instancias de percepción y de presentación pública de si y la praxis que permanece arraigadamente tradicional”. Las experiencias de “destradicionalización de género vivida en lo femenino continua siendo el compatibilizar del trabajo público con aquel que precisa ser ejercido en la esfera privada”. En Brasil, el cuidado de la casa y los/as hijos/as son tareas percibidas como típicamente femeninas.” Para la autora, estas conclusiones la llevan a pensar que hay un “vacío” un “impensado de género” dejado por el movimiento feminista en Brasil: “fuimos capaces, como activistas de la causa femenina, de muchos avances del punto de vista de las políticas de salud y de los derechos bioéticos y reproductivos, de las políticas sociales y de política partidaria, pero algunos de nuestros patrones y papeles culturales más íntimos de género permanecen intocados”, dando cuenta de “ser menos hábiles en negociar esas tareas [en el ámbito privado] de lo que nuestra identidad profesional en el mercado de trabajo”. (Matos, 2005: 111)
Matos nos alerta de que, para tener avances substanciales en las democracias intra-familiares, será necesaria una capacidad de negociación entre e intra géneros, además del cuidado para la transmisión de valores de género para las generaciones futuras transmitidos por medio de la socialización. (Matos, 2005: 113)
Para pensar en democracia intra-familiar es preciso avanzar en las relaciones de la conyugalidad como contrato establecido implícita y explícitamente en las diferentes formas de ser familia y que determina, entre acuerdos y tensiones, la relación “política” entre géneros. Según Fernández (1994) “desde los valores de mujeres y hombres de clase media urbana, suele considerarse al matrimonio como un acuerdo de dos personas de diferentes sexo que, libre y recíprocamente, se eligen en un pacto de amor”al cual, desde algunos decenios, se le ha introducido un ingrediente erótico “en el intento de desarrollar un proyecto de vida en común que implica generalmente criar y amar a su descendencia”. Este proyecto de vida suele pensarse a partir de una coexistencia armónica donde las funciones se complementan y que, pese a significativos cambios de los últimos tiempos, aún hinca pié en el modelo donde el hombre es el proveedor y la mujer la cuidadora y administradora del hogar. (Fernández, 1994: 2).
Tanto el criterio amoroso cuanto la función social de procreación y protección de la prole, son demandas organizativas de la relación conyugal desde lo visible. Dicha expectativa tiene como corolario la ”invisibilización” de otras realidades al interior de las familias, que hace “impensables aquellos componentes de tal contrato referidos a la violencia dentro de su institución”. Para Fernández la conyugalidad “ha sido secularmente la forma instituida del control de la sexualidad de las mujeres” consolidando la idea de casamiento monogámico desde la perspectiva del control de la sexualidad de las esposas por parte de los maridos”, acentuando la subordinación de las mujeres dentro de la relación de pareja. “Existe, pues, una relación necesaria y no contingente, interior y no exterior, constitutita y no excepcional, entre violencia y conyugalidad”, no es exactamente la violencia física o psicológica, pero sí “la violencia simbólica que inscribe a las mujeres en enlaces contractuales y subjetivos donde se violenta tanto la economía como el sentido de su trabajo productivo, se violenta la posibilidad de nominarse y se las exila de su cuerpo erótico…” (Fernández, 1994: 4)
Por otro lado, llevando en consideración la noción de poder de Foucault (1979) como un poder no localizado ni instituido de forma fija o absoluta, pero un poder en flujo que se organiza según un campo de fuerzas, y analizando las relaciones entre géneros, nace otra pregunta: ¿como pensar en un poder masculino absoluto? “Las mujeres también detienen una parte de poder, aunque ni siempre suficientes para interrumpir la dominación o la violencia que sufren…si el poder se articula según el ‘campo de fuerzas’, y si hombres y mujeres detienen partes de poder, aunque de forma desigual, cada uno lanza mano de estrategias de poder, dominación e sumisión”. (Araújo, 2004: 19,20)
En una investigación con 2166 casos de violencia contra mujeres entre 1999 y 2000 en Brasil, Araújo, Martins y Santos (2004) constataron que las mujeres que más sufren violencia son jóvenes, blancas, casadas y que no desarrollan actividades laborales remuneradas. Las investigadoras constataron la perpetuidad de la dominación en el casamiento o en las uniones estables y que el control y poder del hombre sobre la mujer pasa del padre para el marido. Con relación a la ocupación, 66 % de ellas realiza tareas domésticas, siendo apenas 25 % en trabajos remunerados, tienen poca escolaridad y dependen económicamente de sus maridos y compañeros. ¿Será que no existe violencia en familias de otras clases sociales o etnias? (Araújo, 2004:23)
Aunque se perciba la relación entre géneros en la conyugalidad como relaciones de poder en ambas direcciones, las mujeres entran en situaciones de inferioridad si no detienen el mismo poder que los hombres, siendo así es difícil decir que consienten o ceden frente a la violencia. Existe el peso de la “ideología” que, “al legitimar a la familia como lugar de intimidad, contribuye para mantener la violencia en el ámbito privado y del secreto familiar” (Araújo, 2004: 24)
Otro aspecto relevante desde lo privado son los derechos sexuales y reproductivos. Vivimos cambios muy significativos en el siglo XX cuanto a las practicas sexuales y en la normatividad social. Cambios de tecnología en la anticoncepción han dado posibilidades de mudanzas en las relaciones interpersonales - donde los medios de comunicación también han aportado significativamente - a la disminución de tabúes sexuales, a la iniciación temprana de las relaciones sexuales y una mayor aceptación de opciones sexuales. El matrimonio deja de ser el único espacio para el ejercicio de la sexualidad femenina y se produce una separación entre reproducción y sexualidad (Jelin, 1998,111)
Para Jelin(1998) “el tema de la sexualidad y de la maternidad/paternidad es uno de los ámbitos de la familia que debe ser encarado desde la perspectiva de los derechos humanos”, donde el cuerpo de la mujer cobra un especial valor social. “La necesidad de controlar el cuerpo de las mujeres tiene sus raíces en la institución de la propiedad privada y de la transmisión hereditaria de la propiedad”. (Jellin, 1998, 112). Los instrumentos para apoderarse y manipular el cuerpo de las mujeres pasan desde políticas de población, ideologías y deseo de paternidad, donde el deseo de la mujer puede ser llevado en cuenta o no. Cambiar prácticas e ideas seculares no es nada fácil: El mito del amor materno aliado al culto a la madre es alimentado por y retroalimenta el machismo; la fuerte presencia de la religión católica y del islamismo y el tradicionalismo ideológico también enraízan prácticas ideológicas que culpabilizan a la víctima. Todo esto ha “frenado proyectos de cambios legales y propuestas de servicios de salud reproductiva y educación sexual”. (Jelin, 1998: 113).
La modernidad y el industrialismo llegaron con cambios en las modalidades de reproducción por medio de intervenciones en el cuerpo de las mujeres. Por su vez traen un nuevo ideal de familia con pocos hijos y priman por la calidad y no por la cantidad. Los medios de comunicación transforman el cuerpo de la mujer en un objeto de consumo y implantan un ideal de belleza: la mujer joven, bonita, alta y rubia. (Jellin, 1998: 113)
Frente a esta realidad, la lucha en el campo de la sexualidad/fecundidad se ha centrado, en la demanda por los derechos reproductivos. “La posibilidad de regular la sexualidad y la capacidad reproductiva, o sea, el control sobre el propio cuerpo por parte de las mujeres, implica el doble imperativo de que los otros (los hombres) no se consideren dueños de esos cuerpos y de que las mujeres tengan poder de resistir la coacción o la imposición por parte de esos otros”.(Jelin, 1998: 114) Más allá de lo que propone Jelin y reconociendo que estamos lejos de estar en posiciones de poder igualitarias en todas las familias, será preciso que las mujeres también repiensen que es importante considerar otras variables para el ejercicio de los derechos reproductivos: ¿cabe única y exclusivamente a la mujer el derecho a la decisión? ¿El pensar la democracia intra-familiar no pasará por repensar incluso el compartir esta decisión? ¿Cuanto la falta de capacidad del negociar los roles de género en lo privado tiene que ver con el miedo de también negociar en esta área? Nos encontramos con un dilema: derechos individuales x derechos de la pareja. Para construir relaciones democráticas dentro de las familias, será necesario encontrar una justa medida entre esta dicotomía, lo que seguramente pasa por el ejercicio de negociación en pié de igualdad.

El espacio privado frente a la influencia y el control del Estado

“La vida familiar y privada, así como las prácticas sociales y los asuntos económicos, fueron y son materia de decisiones políticas.”(Dietz, 2001)

La dinámica de la organización familiar y de las relaciones internas (los afectos y la sexualidad), reciben influencia tanto de la esfera económica de la producción y el consumo, cuanto del ámbito Estatal de políticas de bien estar. Servicios sociales, legislación y agencias de control social, intervienen en el control del funcionamiento familiar (limites, oportunidades y opciones). Ideas dominantes o hegemónicas sobre “las formas de ser familia” actúan conformando el imaginario de “normalidad” que, junto con transformaciones en todo el sistema de instituciones e ideas, van amoldando históricamente el ambiente de la familia.(Jelin, 1998: 108)
Las agencias sociales que desarrollan acciones de “apoyo” a las familias y “promueven prácticas ‘adecuadas’o ‘buenas’”, aumentan y sofistican sus prácticas “minando las áreas de competencia de los propios miembros de la familia – competencia antes centrada en el patriarcado y en las tradiciones transmitidas de abuelas a madres e hijas”. Por otro lado, esta no es exactamente una práctica nueva y, según Jelin (1998) “su origen tiene que ver con la aparición de los tribunales de menores y con las instituciones caritativas y filantrópicas ‘moralizadoras’.”(Jelin, 1998: 109)
Por otro lado, vivimos en tiempos donde hay consenso social – o casi – en relación a ideas de “igualdad, libertad y solidariedad”, basadas en un sistema democrático. La Declaración Universal de los Derechos Humanos documento de Naciones Unidas (1948) es el marco básico para la acción concreta que expresa una ética universal que sostiene la igualdad y la libertad que por un lado cría una tensión entre la universalidad de los derechos y el pluralismo cultural, de género, clase o etnia que genera diversidad. “Si la idea original de los derechos humanos universales estaba orientada por una visión individualista, ahora el eje pasa por las comunidades y los colectivos. Hablar de derechos culturales es hablar de grupos y comunidades” (Jelin, 1996)
Ya Astelarra considera que las políticas sociales que privilegian a las familias y no a los individuos, interfieren en el ambiente privado, invisibilizando las desigualdades de género, a pesar de reconocer que “la construcción de estos nuevos modelos familiares no depende sólo de las políticas públicas que se implementen sino, sobre todo, de cambios en valores, mentalidades, conductas y organización de la propia sociedad.”(Astelarra, 2002: 7)
Otra realidad presente en el mundo privado de la actualidad es la “verdadera invasión (simbolizada talvez en el [siempre] omnipresente aparato de televisión [y en la más reciente llegada de la internet en muchos hogares], que conectan la privacidad del hogar con el mundo global de los medios) de imágenes, de modelos, de controles, a menudo contradictorios entre sí” (Jelin, 1998: 110) que aporta nuevas percepciones y influye directamente en la construcción de las subjetividades.
Otra influencia siempre presente en las familias de Latinoamérica son las políticas de población (pronatalistas o controladoras) donde el control del cuerpo de las mujeres es algo central. Hay que dejar claro que una cosa es cuando, frente a la información y posición de elección (educación, opciones de contraceptivos y condiciones de adquirirlos), existen formas de incentivar y orientar las elecciones con relación a la reproducción. Otra bien diferente, es la imposición de estrategias reproductivas que desconsideran deseos y opciones de mujeres y hombres. (Jelin, 1998: 113)
Las familias moderas son “bombardeadas” constantemente por opiniones, sugerencias, modelos y valores, desde lo público y a su vez, aportan a ello con estrategias de acción, formas, formatos, expectativas, experiencias, sucesos y fracasos. Siendo así construyen las democracias y reciben aportes desde ellas: “Pero la democracia y las ideas que la fundamentan también deben expresarse en la familia y los grupos sociales de base. El afecto y los servicios personalizados forman parte también de los derechos de las personas y deben ser asumidos no sólo por las mujeres.” (Astelarra, 2002:8)

Proponer caminos para llegar a una familia que se auto-gobierna con pluralismo.

Uno de los principales retos de los tiempos democráticos, de solidariedad y libertad, está en el reconocimiento de la constante tensión entre los derechos individuales y los derechos colectivos y en el necesario y justo resultado de los procesos de empoderamiento. (Jelin 1996) Pensar en democracia intra-familiar pasa por la necesidad de igualar las capacidades de elección entre e intra géneros, donde la negociación pueda ser llevada a cabo con justicia.
Aún vivimos en una sociedad que divide sexualmente las tareas en lo público y en lo privado. A pesar de la conquista de los espacios públicos por parte de las mujeres, hay una predominancia de reproducción de las tareas de cuidado y nutrición, además de una invisibilidad en muchas situaciones. Por otro lado, la importancia dada por el movimiento feminista al espacio público como un espacio de reconocimiento, por su vez refuerza lo recóndito de las tareas reproductivas en lo privado.
La violencia doméstica y el autoritarismo dentro de las familias, refuerza la incapacidad de las generaciones de hacer frente a la pobreza, trabajar para la construcción de nuevas formas de masculinidad es vital para el desarrollo de familias más democráticas y para el progreso de los Estados-Nación.
Ofrecer políticas públicas que desarrollen algo más que el control de las familias: que ofrezcan posibilidades reales de elección, con oportunidades de aprender nuevas formas de ser en lo privado y aportar hacia lo público, dentro de su realidad y cultura. Políticas públicas restrictivas o que generan dependencia no crean el aprendizaje del negociar, influyendo en considerablemente en el mundo privado. Del mismo modo, son necesarias políticas públicas para las familias que permitan visibilizar a cada uno de los integrantes también como sujetos de derechos, preservando derechos individuales y propiciando reales posibilidades de negociación de derechos colectivos intra-familiares.
Por último pero no menos importante es preciso pensar que parte cabe a las mujeres para dar oportunidad y contribuir para desarrollar capacidades en los hombres para que participen de los espacios privados equitativamente. Si los espacios públicos van sucesivamente siendo ocupados por las mujeres, es hora de democratizar también los espacios privados ofreciendo oportunidades a los hombres de vivir plenamente su masculinidad frente a la paternidad y el cuidado de los más frágiles.
Al final vivimos en una relación sistémica donde familias reciben aportes desde lo público y aportan desde lo privado para el desarrollo de cada país. Siendo así, viviremos democracias reales en el momento que todos los espacios puedan vivirlas con pluralismo, equidad y capacidad de elección.

Bibliografía

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Zalaquett, Mónica (2005). La urgente necesidad de democratizar las relaciones familiares. Trabajo presentado en el II Congreso Mundial sobre los derechos de las niñas, los niños y adolescentes. Lima, Peru.
Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?.Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina en el siglo XXI: Análisis de género de los caminos recorridos desde la década del 80 y futuros posibles”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina

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