domingo, 1 de abril de 2007

Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina en el siglo XXI: Análisis de género de los caminos recorridos desde la década del 80 y futuros posibles”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina
Introducción

“..lo público es lo político, el área de los derechos y rasgos universales y lo privado, en especial la familia, es el área de las diversidades y las particularidades.”
(Astelarra, 2002:5)

Desde la conformación de las familias en los moldes conocidos en el inicio del siglo XX, la división de los espacios, tareas, responsabilidades y oportunidades tienen un predominante atributo sexual, configurando el espacio público del trabajo, de la participación y de la política como un lugar del hombre y, como consecuencia, el espacio domestico como el de actuación de la mujer. Con el feminismo moderno las principales demandas aportan cambios de rumbos significativos. Con la lucha por el derecho a la actuación de las mujeres en la política, la sociedad, la cultura y la economía, se abren reales oportunidades de participación en el ambiente público y en el ejercicio de la ciudadanía. A su vez nace la necesidad de tornar público algo que antes era restricto al ambiente privado: la violencia de género, sea en la familia, sea en el lugar de trabajo.
En el decorrer del siglo en los países de América Latina, cada cual en su momento, derechos concretos garantizados por las leyes, como el sufragio por ejemplo o por cambios culturales que van desde la alternativa del trabajo remunerado no doméstico hasta la participación en los parlamentos y, mas recientemente, frente al ejecutivo mayor, han posibilitado la construcción de espacios mas visibles ampliando oportunidades para las mujeres en el mundo público.
Entre la “naturalidad” del espacio privado dedicado a las mujeres y la valorización por la transcendencia desde la conquista de lo público, hombres y mujeres han desarrollado formas de ser pareja y de construir familias, contribuyendo para la construcción de las sociedades que conocemos y recibiendo influencias desde lo público (políticas públicas, medios de comunicación, cultura). Las feministas…“… rechazan el supuesto en virtud del cual la separación entre lo privado y lo público se sigue inevitablemente de las características naturales de los sexos y sostienen, por el contrario, que sólo resulta posible una correcta comprensión de la vida social liberal cuando se acepta que las dos esferas – la doméstica (privada) y la sociedad civil (pública) – presuntamente separadas y opuestas están inextricablemente interrelacionadas.”(Pateman, 1996:5)
Por tanto ¿vivimos una eterna dicotomía entre publico y privado, o público y privado se retroalimentan en una relación sistémica que produce y reproduce formas de ser en lo público y en lo privado?

Publico x privado: el movimiento hacia lo público como reconocimiento del espacio de poder

La entrada de las mujeres al mundo del trabajo remunerado se dio inicialmente en tareas muy próximas a las desarrolladas en el mundo privado. Nacían así las maestras, las enfermeras, los empleos en servicios domésticos y otras profesiones relacionadas con la educación y el cuidado. Desde entonces no fueron profesiones con reconocido valor económico: de lo “privado” no pago para el “público” mal pago.
Cuando ocupando cargos o funciones con referente masculino, era común encontrar mujeres ganando menores sueldos que los hombres por la misma actividad y carga horaria. En la actualidad aunque las posibilidades de actividades remuneradas han aumentado considerablemente, aún vemos diferencias importantes en algunas profesiones y locales.
Es cada vez mayor en América Latina la cantidad de mujeres cursando la educación formal y en algunos países, como en Brasil por ejemplo, es mayor el número de mujeres que completan la enseñanza básica y media que el número de hombres. También es mayor la cantidad de mujeres que ingresan en las universidades, aunque en carreras “predominantemente femeninas”. Lo que aún no se ha llegado a construir es una equidad en el reconocimiento económico por los resultados. (IBGE, 2004)

“La humanidad intenta transcender una existencia meramente natural, de manera que la naturaleza siempre se considera como algo de orden inferior a la cultura”. (Pateman, 1996:9)

Las mujeres simbolizan la naturaleza, ya que la biología las acerca a la crianza y al ámbito doméstico y la cultura se identifica con la creación y el mundo de los hombres. Siendo así las llamadas tareas reproductivas al interior de las familias siempre estuvieron a cargo de las mujeres que, con escaso reconocimiento y ninguna remuneración, llevan a cabo el cuidado, la nutrición y el afecto a todos los miembros de la familia. En las clases sociales más elevadas, estas tareas pueden ser realizadas por terceros, en general terceras, o servicios con predominancia de personal femenino. Cuando remunerado – en el caso de empleados domésticos – el espacio privado parece aún permanecer “sin valor” que en estos casos esta traducido en los bajos pagos por las tareas y en el ignorar de sus derechos como trabajadoras en muchos de los casos.
En las familias de las clases más populares donde la salida de la mujer al mundo del trabajo es una necesidad cada vez mas urgente, donde es muy común la escasez de apoyo Estatal y no existen condiciones de contratación de servicios particulares, la comunidad ocupa un rol vital de sostén. Se conforman redes de soporte que van desde el apoyo informal de las mujeres del vecindario hasta las organizaciones barriales, predominantemente gestionadas o soportadas por mujeres que ofrecen apoyo a otras mujeres en el cuidado de la prole y demás necesidades.
En la organización no gubernamental CeCIF que desarrolla trabajos de defensa de derechos de las niñas, los niños y los/las adolescentes en Brasil, entre los más de 150 voluntarios y voluntarias que ya pertenecieron al cuerpo operativo, 95 % eran del sexo femenino. Para Jelin (1996) este tipo de trabajo es una extensión del ámbito doméstico, “lo cual puede fácilmente convertirse en invisible y en una forma de reproducción de la subordinación y el clientelismo” además de representar, por fuerza de la perpetuidad de las responsabilidades domésticas intra-familiares, en una doble o triple jornada para las mujeres que además de desarrollar los quehaceres domésticos y las tareas profesionales, destinan tiempo y esfuerzo para responder a un déficit de atención del Estado. Estos servicios y apoyos ofrecidos - desde las mujeres para las mujeres - son expresiones del ejercicio de ciudadanía como co-responsabilidad por el bien estar público pero, “sin embargo, estas prácticas, que implican socializar el rol doméstico y salir del espacio de confinamiento del mundo doméstico, son también socialmente invisibles y no valorizadas”. Lejos de ser una “liberación”, es más bien “agotamiento, cansancio y sobre-trabajo. Tareas mal remuneradas y precarias, sin acceso a beneficios sociales y al reconocimiento de derechos laborales, experiencias de segregación y refuerzo de prácticas discriminatorias.” (Jelin, 1996:2)
Tanto en el espacio doméstico cuanto en el espacio de convivo social, las mujeres aún ocupan roles de cuidado, responsabilidad por los mas débiles o vulnerados, educación de los más pequeños y nutrición en el sentido amplio de la palabra.
Es importante reflexionar sobre el movimiento de salida del ambiente privado y la actual ocupación de los espacios públicos por parte de las mujeres de Latinoamérica. Para realizar una reflexión más incluyente, es importante puntuar que cualquier análisis de esta cuestión debe considerar más allá de la dimensión género, ya que hablamos de diferentes culturas en donde la clase social y la etnia tienen fuerte influencia. Cuando hablamos de las mujeres de Latinoamérica tenemos que considerar que no es un grupo simétrico y que aún nos encontramos entre el patriarcalismo autoritario y una forma más liberal de vivir en familia.
En los centros urbanos es cada vez más común encontrar mujeres que trabajan fuera del hogar – no que esto no sea una realidad en la zonas rurales, pero en esos casos las fronteras entre el trabajo y la familia son mas anubladas - sea por elección y voluntad o por exclusiva necesidad. El movimiento feminista, según Jelin (1996), tuvo 2 momentos y participaciones importantes en esta realidad: en una primera etapa descubrió la “invisibilidad social de las mujeres” y su desafío fue el “hacer visible lo invisible”. En un segundo momento como desdoblamiento, mostrar que “en tanto su subordinación estaba anclada en la distinción entre el mundo público y la vida privada, las mujeres debían salir de la esfera doméstica y participar en el mundo público”. Siendo así, queda reforzado el valor del mundo público dado como el espacio del ejercicio del poder. (Jelin, 1996)
¿Como queda el espacio privado? ¿Si antes la mujeres eran únicas y exclusivas responsables por él, que es lo que pasa con la ausencia o poca presencia de estas ahora ocupadas en el mundo público? ¿Que es del cuidado con la niñez, la adolescencia y la vejez?
Según Dietz (2001), las feministas defensoras de la familia tienen como objetivo práctico y teórico, asumir para sí esta defensa, recuperando la “maternidad como una dimensión de la experiencia de las mujeres y defenderla como necesaria tanto para la identidad de género como para la conscientización política feminista”. Para estas, “el feminismo anterior amenaza disminuir o destruir las experiencias más poderosas de las mujeres y tal vez sus propias identidades”. Para superar estos “riesgos” el feminismo social “busca fomentar la identidad de las ‘mujeres-como-madres’ y establecer la primacía moral de la familia, así como del ámbito privado de la vida humana”. (Dietz, 2001)
Citado por Dietz (2001), Elshtain coloca a la mujer-madre como la cuidadora de la “vida humana vulnerable” y le atribuye como fracaso a “la muerte, la herida o el daño sufridos por una criatura debido a la falta de cuidado o negligencia, o el entorpecerla o avergonzarla por sobreprotección y dominación”. En este momento nace una pregunta: ¿que es del hombre en el espacio privado y en el cuidado de la prole? (Dietz, 2001)
Hasta ahora parece haber una super valorización del espacio público, con el reconocimiento de las oportunidades de desarrollo de alianzas y de ejercicio de poder. Al haber sido durante siglos el espacio de actuación del hombre, es natural que cuando de las primeras investidas rumbo a la equidad de género, las mujeres hayan valorizado la ocupación paritaria del mundo público. Pero, de forma complementar, el espacio privado aún conforma la vida, es en donde los pactos se dan entre cuatro paredes y, a pesar de recibir la influencia desde lo público, tiene dinámica propia que lo configura, es decir que cada familia es única. No se trata de súper dimensionar el papel de la mujer-madre, como el feminismo social, ni de súper valorizar exclusivamente el mundo público y por otra parte, en ningún momento se trata de ignorar la figura del hombre en su interrelación y corresponsabilidad tanto en lo público, cuanto en lo privado. Construir una sociedad equitativa pasará por democratizar todos los espacios.

Familias y democracia intra-familiar

“…en la tradición occidental de la filosofía política, la diferenciación entre lo público y lo privado se ha equiparado con la diferenciación entre el mundo doméstico y privado de las mujeres y el ámbito público y político de los hombres, escudándose en argumentos de la naturalidad e inmutabilidad de estos aspectos de las relaciones humanas.” (Jelin, 1998: 105)

La “familia moderna” actual desciende de la “familia patriarcal autoritaria”, estructura aún presente en muchas de las familias latinoamericana y que se caracteriza por la división rígida de los roles sexuales y por su estructura decididamente basada en el poder del padre. Para Astelarra (2002) el concepto de patriarcado se basaba en dos factores: jerarquía – la afirmación de la superioridad masculina en cualquier terreno y en las relaciones de poder entre hombres y mujeres que conformaban un sistema social complejo, no dado solamente por relaciones personales pero si anclado en una estructura social que generaba esta contradicción entre los hombres y las mujeres. (Astelarra, 2002) La estructura de la familia patriarcal autoritaria tiene como principio el menos valor de la mujer en relación al hombre, hecho que “valida” la diferencia de derechos y la subordinación propiciando abuso de poder. En ellas la comunicación es jerarquizada, vertical y unilateral y las decisiones son tomadas por quien tiene más poder, reforzando que el más débil debe escuchar al más fuerte. En este modelo de funcionamiento familiar, la violencia es un resultado lógico, ya que en general, es “una forma validada de educación”. Así se aprende que “es natural oprimir al que tiene menos valor” y la violencia se “naturaliza” y toma parte del mundo público en las comunidades, escuelas, locales de trabajo, etc. Por otro lado, son espacios de escaso ejercicio de autonomía donde niños y niñas crecen con miedo sin el desarrollo de la capacidad de crítica. Con sus talentos minados, tienen pocas chances de romper con el ciclo de la pobreza. (Zalaquett, 2005) Democratizar las relaciones familiares es una salida para la pobreza y el subdesarrollo.
Para hablar de democracia dentro de las familias es preciso hablar de derechos y de equidad. Por su vez, para hablar de equidad es necesario hablar de igualdad lo que para tanto, requiere hablar de diferencia. Según Jelin (1996) hay varias perspectivas para hablar de diferencia y una de ellas es la que pasa por la concepción de que es algo inherente a las personas. Esto puede llevar a la armadilla de pensar en la diferencia valorativa y comparativamente como sinónimo de inferioridad o superioridad, según el parámetro. En este caso “las personas diferentes no pueden entonces ser portadoras de los mismos derechos”. Por otro lado y visión la garantía de igualdad sería frente a las leyes que la toman frente a referenciales que poseen “ciertas características (masculinas?)” y a desconsiderar “muchos rasgos indicadores de diferencias”. Por fin, citando Minow, Jelin habla de una tercera perspectiva que “ubica la diferencia en las relaciones sociales, de modo que no puede ser ubicada en categorías de personas sino en las instituciones sociales y en las normas legales que las gobiernan.” (Jelin, 1996)
De cierta forma, la lucha feminista ha llevado a cabo banderas de igualdad comparativas al referencial masculino, de ahí incluso, la importancia de ocupar los espacios públicos. Que es de la igualdad pensada en una nueva forma de ser hombre frente al ser mujer? Que es del movimiento en contra flujo? Las demandas por igualdad desde las mujeres se basan en garantizar los derechos de acceso a lugares y posiciones antes ocupadas exclusivamente por hombres, en denuncias de discriminación y desigualdad. (Jelin, 1996) Que es de la reivindicación contraria? Que pasaría si los hombres iniciaran un movimiento de ocupación de lo privado?
Según Jelin (1996) “hay tareas que son socialmente definidas como “femeninas” y otras como ‘masculinas’, generando segregación ocupacional, y ésta tiende a desembocar en una desvalorización relativa de las tareas ‘femeninas’”. ¿Será que son las tareas exclusivas de hombres o de mujeres lo que genera segregación o es el valor atribuido a ellas? ¿El hecho de buscar la equidad en la ocupación de los lugares, cargos y funciones antes exclusivas de los hombres, no es también un factor discriminatorio de las tareas antes exclusivas de las mujeres? ¿No será una parte importante del refuerzo a la menos valía de estos roles? ¿El hecho de no luchar con la misma vehemencia para la equidad en la tareas reproductivas en el espacio privado, no será también y en parte responsable por continuaren a ser tareas de poco valor agregado – en especial en una sociedad donde la producción tiene tanto valor cuanto poder de consumo consecuente? (Jelin, 1996)
Según Astelarra (2002), convive hoy junto al modelo de familia patriarcal autoritaria, la familia liberal caracterizada por mantener la división sexual del trabajo, pero sin autoritarismo. Las mujeres continúan responsables por las tareas reproductivas con mayor participación en las decisiones del ámbito privado y apertura para desarrollar tareas productivas que se consideran complementares a las tareas del hogar, poseen derechos públicos (voto, educación, trabajo, participación política). El reto está en construir una familia en donde tanto hombres cuanto mujeres dividan el espacio y las tareas públicas y privadas, hablamos de la familia democrática e igualitaria. (Astelarra, 2002: 7)
En un survey realizado con 2000 familias de la ciudad de Río de Janeiro/Brasil en el año de 2003, la doctora en sociología Marlise Matos busco reunir datos que dieran cuenta de percibir indicadores de “tradicionalismo” y “destradicionalización” de las familias. Como extremos de “tradicionalismo”, desde un punto de vista analítico, significo “patrones de respuestas que revelaban una clara asimetría, jerarquía y desigualdad entre los géneros”. Ya el otro extremo, de “destradicionalización” “nos remite a una mayor simetría, igualdad e ecuanimidad entre los patrones de vinculación de género, demostrando mayor adecuación a lo que los autores definen como valores pós-materialistas – aquellos vitales a la democracia contemporánea y en que se concibe la relación entre e intra géneros en patatares de mayor igualdad, libertad y justicia.” (Matos, 2005: 99)
En esta investigación se pudo verificar que “los hombres están pasando, de forma evidente, por un proceso de transformación en los valores de género” y que la transformación va más allá en las percepciones del si masculino que toman una dirección de democratización de los valores de género. Pero este cambio no ocurre aún en el campo de lo concreto, en la esfera más íntima de la división del trabajo en el mundo doméstico y en el cuidado de los hijos e hijas. En el mundo privado, permanecen los patrones tradicionales de vinculación y dominación masculina de forma convencional. Por otra parte, del punto de vista femenino, se presenta un “gran descompaso entre las instancias de percepción y de presentación pública de si y la praxis que permanece arraigadamente tradicional”. Las experiencias de “destradicionalización de género vivida en lo femenino continua siendo el compatibilizar del trabajo público con aquel que precisa ser ejercido en la esfera privada”. En Brasil, el cuidado de la casa y los/as hijos/as son tareas percibidas como típicamente femeninas.” Para la autora, estas conclusiones la llevan a pensar que hay un “vacío” un “impensado de género” dejado por el movimiento feminista en Brasil: “fuimos capaces, como activistas de la causa femenina, de muchos avances del punto de vista de las políticas de salud y de los derechos bioéticos y reproductivos, de las políticas sociales y de política partidaria, pero algunos de nuestros patrones y papeles culturales más íntimos de género permanecen intocados”, dando cuenta de “ser menos hábiles en negociar esas tareas [en el ámbito privado] de lo que nuestra identidad profesional en el mercado de trabajo”. (Matos, 2005: 111)
Matos nos alerta de que, para tener avances substanciales en las democracias intra-familiares, será necesaria una capacidad de negociación entre e intra géneros, además del cuidado para la transmisión de valores de género para las generaciones futuras transmitidos por medio de la socialización. (Matos, 2005: 113)
Para pensar en democracia intra-familiar es preciso avanzar en las relaciones de la conyugalidad como contrato establecido implícita y explícitamente en las diferentes formas de ser familia y que determina, entre acuerdos y tensiones, la relación “política” entre géneros. Según Fernández (1994) “desde los valores de mujeres y hombres de clase media urbana, suele considerarse al matrimonio como un acuerdo de dos personas de diferentes sexo que, libre y recíprocamente, se eligen en un pacto de amor”al cual, desde algunos decenios, se le ha introducido un ingrediente erótico “en el intento de desarrollar un proyecto de vida en común que implica generalmente criar y amar a su descendencia”. Este proyecto de vida suele pensarse a partir de una coexistencia armónica donde las funciones se complementan y que, pese a significativos cambios de los últimos tiempos, aún hinca pié en el modelo donde el hombre es el proveedor y la mujer la cuidadora y administradora del hogar. (Fernández, 1994: 2).
Tanto el criterio amoroso cuanto la función social de procreación y protección de la prole, son demandas organizativas de la relación conyugal desde lo visible. Dicha expectativa tiene como corolario la ”invisibilización” de otras realidades al interior de las familias, que hace “impensables aquellos componentes de tal contrato referidos a la violencia dentro de su institución”. Para Fernández la conyugalidad “ha sido secularmente la forma instituida del control de la sexualidad de las mujeres” consolidando la idea de casamiento monogámico desde la perspectiva del control de la sexualidad de las esposas por parte de los maridos”, acentuando la subordinación de las mujeres dentro de la relación de pareja. “Existe, pues, una relación necesaria y no contingente, interior y no exterior, constitutita y no excepcional, entre violencia y conyugalidad”, no es exactamente la violencia física o psicológica, pero sí “la violencia simbólica que inscribe a las mujeres en enlaces contractuales y subjetivos donde se violenta tanto la economía como el sentido de su trabajo productivo, se violenta la posibilidad de nominarse y se las exila de su cuerpo erótico…” (Fernández, 1994: 4)
Por otro lado, llevando en consideración la noción de poder de Foucault (1979) como un poder no localizado ni instituido de forma fija o absoluta, pero un poder en flujo que se organiza según un campo de fuerzas, y analizando las relaciones entre géneros, nace otra pregunta: ¿como pensar en un poder masculino absoluto? “Las mujeres también detienen una parte de poder, aunque ni siempre suficientes para interrumpir la dominación o la violencia que sufren…si el poder se articula según el ‘campo de fuerzas’, y si hombres y mujeres detienen partes de poder, aunque de forma desigual, cada uno lanza mano de estrategias de poder, dominación e sumisión”. (Araújo, 2004: 19,20)
En una investigación con 2166 casos de violencia contra mujeres entre 1999 y 2000 en Brasil, Araújo, Martins y Santos (2004) constataron que las mujeres que más sufren violencia son jóvenes, blancas, casadas y que no desarrollan actividades laborales remuneradas. Las investigadoras constataron la perpetuidad de la dominación en el casamiento o en las uniones estables y que el control y poder del hombre sobre la mujer pasa del padre para el marido. Con relación a la ocupación, 66 % de ellas realiza tareas domésticas, siendo apenas 25 % en trabajos remunerados, tienen poca escolaridad y dependen económicamente de sus maridos y compañeros. ¿Será que no existe violencia en familias de otras clases sociales o etnias? (Araújo, 2004:23)
Aunque se perciba la relación entre géneros en la conyugalidad como relaciones de poder en ambas direcciones, las mujeres entran en situaciones de inferioridad si no detienen el mismo poder que los hombres, siendo así es difícil decir que consienten o ceden frente a la violencia. Existe el peso de la “ideología” que, “al legitimar a la familia como lugar de intimidad, contribuye para mantener la violencia en el ámbito privado y del secreto familiar” (Araújo, 2004: 24)
Otro aspecto relevante desde lo privado son los derechos sexuales y reproductivos. Vivimos cambios muy significativos en el siglo XX cuanto a las practicas sexuales y en la normatividad social. Cambios de tecnología en la anticoncepción han dado posibilidades de mudanzas en las relaciones interpersonales - donde los medios de comunicación también han aportado significativamente - a la disminución de tabúes sexuales, a la iniciación temprana de las relaciones sexuales y una mayor aceptación de opciones sexuales. El matrimonio deja de ser el único espacio para el ejercicio de la sexualidad femenina y se produce una separación entre reproducción y sexualidad (Jelin, 1998,111)
Para Jelin(1998) “el tema de la sexualidad y de la maternidad/paternidad es uno de los ámbitos de la familia que debe ser encarado desde la perspectiva de los derechos humanos”, donde el cuerpo de la mujer cobra un especial valor social. “La necesidad de controlar el cuerpo de las mujeres tiene sus raíces en la institución de la propiedad privada y de la transmisión hereditaria de la propiedad”. (Jellin, 1998, 112). Los instrumentos para apoderarse y manipular el cuerpo de las mujeres pasan desde políticas de población, ideologías y deseo de paternidad, donde el deseo de la mujer puede ser llevado en cuenta o no. Cambiar prácticas e ideas seculares no es nada fácil: El mito del amor materno aliado al culto a la madre es alimentado por y retroalimenta el machismo; la fuerte presencia de la religión católica y del islamismo y el tradicionalismo ideológico también enraízan prácticas ideológicas que culpabilizan a la víctima. Todo esto ha “frenado proyectos de cambios legales y propuestas de servicios de salud reproductiva y educación sexual”. (Jelin, 1998: 113).
La modernidad y el industrialismo llegaron con cambios en las modalidades de reproducción por medio de intervenciones en el cuerpo de las mujeres. Por su vez traen un nuevo ideal de familia con pocos hijos y priman por la calidad y no por la cantidad. Los medios de comunicación transforman el cuerpo de la mujer en un objeto de consumo y implantan un ideal de belleza: la mujer joven, bonita, alta y rubia. (Jellin, 1998: 113)
Frente a esta realidad, la lucha en el campo de la sexualidad/fecundidad se ha centrado, en la demanda por los derechos reproductivos. “La posibilidad de regular la sexualidad y la capacidad reproductiva, o sea, el control sobre el propio cuerpo por parte de las mujeres, implica el doble imperativo de que los otros (los hombres) no se consideren dueños de esos cuerpos y de que las mujeres tengan poder de resistir la coacción o la imposición por parte de esos otros”.(Jelin, 1998: 114) Más allá de lo que propone Jelin y reconociendo que estamos lejos de estar en posiciones de poder igualitarias en todas las familias, será preciso que las mujeres también repiensen que es importante considerar otras variables para el ejercicio de los derechos reproductivos: ¿cabe única y exclusivamente a la mujer el derecho a la decisión? ¿El pensar la democracia intra-familiar no pasará por repensar incluso el compartir esta decisión? ¿Cuanto la falta de capacidad del negociar los roles de género en lo privado tiene que ver con el miedo de también negociar en esta área? Nos encontramos con un dilema: derechos individuales x derechos de la pareja. Para construir relaciones democráticas dentro de las familias, será necesario encontrar una justa medida entre esta dicotomía, lo que seguramente pasa por el ejercicio de negociación en pié de igualdad.

El espacio privado frente a la influencia y el control del Estado

“La vida familiar y privada, así como las prácticas sociales y los asuntos económicos, fueron y son materia de decisiones políticas.”(Dietz, 2001)

La dinámica de la organización familiar y de las relaciones internas (los afectos y la sexualidad), reciben influencia tanto de la esfera económica de la producción y el consumo, cuanto del ámbito Estatal de políticas de bien estar. Servicios sociales, legislación y agencias de control social, intervienen en el control del funcionamiento familiar (limites, oportunidades y opciones). Ideas dominantes o hegemónicas sobre “las formas de ser familia” actúan conformando el imaginario de “normalidad” que, junto con transformaciones en todo el sistema de instituciones e ideas, van amoldando históricamente el ambiente de la familia.(Jelin, 1998: 108)
Las agencias sociales que desarrollan acciones de “apoyo” a las familias y “promueven prácticas ‘adecuadas’o ‘buenas’”, aumentan y sofistican sus prácticas “minando las áreas de competencia de los propios miembros de la familia – competencia antes centrada en el patriarcado y en las tradiciones transmitidas de abuelas a madres e hijas”. Por otro lado, esta no es exactamente una práctica nueva y, según Jelin (1998) “su origen tiene que ver con la aparición de los tribunales de menores y con las instituciones caritativas y filantrópicas ‘moralizadoras’.”(Jelin, 1998: 109)
Por otro lado, vivimos en tiempos donde hay consenso social – o casi – en relación a ideas de “igualdad, libertad y solidariedad”, basadas en un sistema democrático. La Declaración Universal de los Derechos Humanos documento de Naciones Unidas (1948) es el marco básico para la acción concreta que expresa una ética universal que sostiene la igualdad y la libertad que por un lado cría una tensión entre la universalidad de los derechos y el pluralismo cultural, de género, clase o etnia que genera diversidad. “Si la idea original de los derechos humanos universales estaba orientada por una visión individualista, ahora el eje pasa por las comunidades y los colectivos. Hablar de derechos culturales es hablar de grupos y comunidades” (Jelin, 1996)
Ya Astelarra considera que las políticas sociales que privilegian a las familias y no a los individuos, interfieren en el ambiente privado, invisibilizando las desigualdades de género, a pesar de reconocer que “la construcción de estos nuevos modelos familiares no depende sólo de las políticas públicas que se implementen sino, sobre todo, de cambios en valores, mentalidades, conductas y organización de la propia sociedad.”(Astelarra, 2002: 7)
Otra realidad presente en el mundo privado de la actualidad es la “verdadera invasión (simbolizada talvez en el [siempre] omnipresente aparato de televisión [y en la más reciente llegada de la internet en muchos hogares], que conectan la privacidad del hogar con el mundo global de los medios) de imágenes, de modelos, de controles, a menudo contradictorios entre sí” (Jelin, 1998: 110) que aporta nuevas percepciones y influye directamente en la construcción de las subjetividades.
Otra influencia siempre presente en las familias de Latinoamérica son las políticas de población (pronatalistas o controladoras) donde el control del cuerpo de las mujeres es algo central. Hay que dejar claro que una cosa es cuando, frente a la información y posición de elección (educación, opciones de contraceptivos y condiciones de adquirirlos), existen formas de incentivar y orientar las elecciones con relación a la reproducción. Otra bien diferente, es la imposición de estrategias reproductivas que desconsideran deseos y opciones de mujeres y hombres. (Jelin, 1998: 113)
Las familias moderas son “bombardeadas” constantemente por opiniones, sugerencias, modelos y valores, desde lo público y a su vez, aportan a ello con estrategias de acción, formas, formatos, expectativas, experiencias, sucesos y fracasos. Siendo así construyen las democracias y reciben aportes desde ellas: “Pero la democracia y las ideas que la fundamentan también deben expresarse en la familia y los grupos sociales de base. El afecto y los servicios personalizados forman parte también de los derechos de las personas y deben ser asumidos no sólo por las mujeres.” (Astelarra, 2002:8)

Proponer caminos para llegar a una familia que se auto-gobierna con pluralismo.

Uno de los principales retos de los tiempos democráticos, de solidariedad y libertad, está en el reconocimiento de la constante tensión entre los derechos individuales y los derechos colectivos y en el necesario y justo resultado de los procesos de empoderamiento. (Jelin 1996) Pensar en democracia intra-familiar pasa por la necesidad de igualar las capacidades de elección entre e intra géneros, donde la negociación pueda ser llevada a cabo con justicia.
Aún vivimos en una sociedad que divide sexualmente las tareas en lo público y en lo privado. A pesar de la conquista de los espacios públicos por parte de las mujeres, hay una predominancia de reproducción de las tareas de cuidado y nutrición, además de una invisibilidad en muchas situaciones. Por otro lado, la importancia dada por el movimiento feminista al espacio público como un espacio de reconocimiento, por su vez refuerza lo recóndito de las tareas reproductivas en lo privado.
La violencia doméstica y el autoritarismo dentro de las familias, refuerza la incapacidad de las generaciones de hacer frente a la pobreza, trabajar para la construcción de nuevas formas de masculinidad es vital para el desarrollo de familias más democráticas y para el progreso de los Estados-Nación.
Ofrecer políticas públicas que desarrollen algo más que el control de las familias: que ofrezcan posibilidades reales de elección, con oportunidades de aprender nuevas formas de ser en lo privado y aportar hacia lo público, dentro de su realidad y cultura. Políticas públicas restrictivas o que generan dependencia no crean el aprendizaje del negociar, influyendo en considerablemente en el mundo privado. Del mismo modo, son necesarias políticas públicas para las familias que permitan visibilizar a cada uno de los integrantes también como sujetos de derechos, preservando derechos individuales y propiciando reales posibilidades de negociación de derechos colectivos intra-familiares.
Por último pero no menos importante es preciso pensar que parte cabe a las mujeres para dar oportunidad y contribuir para desarrollar capacidades en los hombres para que participen de los espacios privados equitativamente. Si los espacios públicos van sucesivamente siendo ocupados por las mujeres, es hora de democratizar también los espacios privados ofreciendo oportunidades a los hombres de vivir plenamente su masculinidad frente a la paternidad y el cuidado de los más frágiles.
Al final vivimos en una relación sistémica donde familias reciben aportes desde lo público y aportan desde lo privado para el desarrollo de cada país. Siendo así, viviremos democracias reales en el momento que todos los espacios puedan vivirlas con pluralismo, equidad y capacidad de elección.

Bibliografía

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Zalaquett, Mónica (2005). La urgente necesidad de democratizar las relaciones familiares. Trabajo presentado en el II Congreso Mundial sobre los derechos de las niñas, los niños y adolescentes. Lima, Peru.
Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). Lo público y lo privado: ¿dicotomía o retroalimentación sistémica?.Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina en el siglo XXI: Análisis de género de los caminos recorridos desde la década del 80 y futuros posibles”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina

El impacto de la globalización en las relaciones de género dentro de las familias

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). El impacto de la globalización en las relaciones de género dentro de las familias. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Globalización y género: dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. Tensiones, reacciones y propuestas emergentes en América Latina”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina

Introducción

Al pensar la globalización sus logros y efectos podemos evaluarla con paradigmas incorporados, con expectativas idealistas, positivistas, pesimistas con más o menos reclamos. Para muchos y muchas, la globalización parece que es algo que se ve de lejos, de la cual no se hace parte o no se toma parte. Para otros u otras “suele presentarse como el punto de llegada al que ‘idealmente’ deberían arribar todas las sociedades que se encaminan hacia un desarrollo sustentado” (Bonder, 2006: 1)
Para algunos autores y autoras, como Rapoport por ejemplo, la Globalización no es un invento de la modernidad, para otros es un fenómeno que nace en el siglo XX (Kéller-Herzog y Thurow, entre otros). Entre ellos/as están los que la analizan bajo la óptica de la economía (Harvey), algunos como sinónimos de explotación capitalista (Borón), otros con miradas que incluyen lo cultural y el proceso de construcción relacional como Hopenhayn y Bauman. McGrew nos propone clasificar las visiones a respecto de la globalización en monocausales y pluricausales, lo que sufre críticas por parte de otros autores, como por ejemplo Sklair. En la riqueza de estudios e investigaciones se puede constatar un rasgo común: complejidad. Comprender la actualidad es un desafío constante y cambiante, con la velocidad e intensidad de los tiempos modernos. (Bonder, 2006: 1)
En el presente trabajo no profundizaremos en las razones históricas de los procesos de globalización. Daremos preferencia a aquellos puntos que influyen más intensamente en las relaciones familiares de la actualidad. Haremos un resumido pasaje por la evolución de las familias en América Latina buscando entrelazar los hitos de la globalización y las diferentes formas de ser familia en la actualidad, con especial atención en las influencias sobre las relaciones de género dentro de ellas.

Identidad y pertinencia: ¿donde está el “Nosotros”?

Los Estados en América Latina, viven una realidad de fragilidad y achicamiento efectivo del Estado, en gran parte, gracias a los procesos de privatización que conllevan a una limitada capacidad de hacer frente a la desigualdad y la pobreza. Bien o mal orquestados, dichos procesos aliados a la reducción del gasto destinado a políticas públicas y programas de desarrollo social, contribuyen para el aumento tanto de la pobreza, cuanto de la parte de la responsabilidad que le cabe a la propia sociedad.
Para Güell y Lechner (2002) los efectos de la globalización se sienten en la gobernabilidad democrática que es afectada por la interiorización de los procesos globales con comprometido poder de análisis crítico por parte de la sociedad que acaba por “naturalizar” los procesos e “interiorizar” como “único camino” lo que es hoy un sistema de fuerzas, decisiones y visiones pautados por una lógica de mercado. El orden colectivo se configura dentro de la “naturalización de lo social” y “una satisfacción oportuna neutraliza la discusión sobre el modelo de desarrollo”, substrayendo de las capacidades de construcción colectiva la oportunidad protagónica de construir la realidad del “Nosotros”, aportando a la subjetividad social una configuración individual y resignada.
En un mundo global, donde la urgencia aumenta, las distancias precisan disminuir, digo las distancias físicas. La información es, entonces un bien que debe transitar a velocidades crecientes y generar conocimiento que se transforma en valor. Las telecomunicaciones, donde Internet y televisión por cable/satélite, son las principales fuentes/receptoras, ocupan un rol central en la sociedad global. La información y las finanzas están tan globalizadas que no tienen más límites ni espacios. Vemos circulación de capital, noticias y saberes casi sin esfuerzos y en magnitudes extraordinarias. El asombrar inmediato de esta realidad se contrapone a la constatación de que no es un fenómeno equitativo y más, que la interdependencia de lo financiero y lo informativo genera vulnerabilidades económicas y ofrece oportunidades de “recrear y pluralizar nuestras identidades con las señales que otros nos envían a distancia” (Hopenhayn, 1999). Somos constantemente invitados a ver el mundo y a nosotros mismos por otros ojos.
Nos inter-ligamos rápidamente e instantáneamente estamos aquí y allí. Los contactos y relaciones proporcionados por las modernas tecnologías se constituyen bajo una nueva paradoja donde no hay distancias y el vínculo entre uno y otros se construye hasta profundo aunque en la no-presencia. La volatilidad no es prerrogativa del capital: las opiniones y puntos de vistas viajan por las comunicaciones que hacen diálogos entre las diferentes zonas del planeta colocando en conflicto valores, culturas y “sentires” llevando a lo que Hopenhayn llama de una “pérdida de memoria histórica”. Y la desigualdad sigue obedeciendo una regla directa de crecimiento con el crecer de la sociedad global. En contrapartida, la gama infinita de posibilidades de ver al “otro en la progresiva permeabilidad entre cultura y sensibilidades distintas”, ofrece oportunidades inéditas de, más que ejercicios de tolerancia, “auto recreación propia en la interacción con ese otro”. Sin querer una lectura ingenua de esta posibilidad, “entrar en esa mirada del otro”, permite más que la aceptación, es un camino hacia la re-configuración del uno a partir del ejercicio de verse con la perspectiva del otro. (Hopenhayn, 1999)
Vivimos en una realidad fluida, fragmentada, con fragilidad o hasta desaparición de las instituciones tradicionales y conocidas de pertinencia y referencia, “en definitiva la pérdida de los marcos integradores del sentido y la identidad” (Bonder, 2006: 6.5) y al mismo tiempo, con nuevas formas de ver y vivir la realidad, con ciertas tradiciones e ideologías que la conforman. Todo esto tiene influencia en las subjetividades y hace posible una “recombinación” de percepciones y sentidos.
Al signo de las TIC lo real y lo virtual piden configuraciones nuevas. Por un lado la Internet acorta las distancias, por otro, ofrece posibilidades de relaciones íntimas entre seres que nunca se han visto. Por ellas, imágenes e informaciones difundidas son en su mayoría, mensajes ajenos, con otras caras y culturas a las que, sin gran poder de elección, se absorben, uniformizando sentidos y definiciones. La sensación de protagonismo que la Internet ofrece por el poder difundir un mensaje para muchos con un esfuerzo irrisorio, está al alcance de pocos, amplificando la voz de las minorías favorecidas. A pesar de este privilegio, aquellos experimentan una sensación de impotencia o anonimato, frente a la inmensidad de información y la a limitada capacidad de administración/ absorción. (Hopenhayn, 1999:1)
En la creciente y constante movilización de las personas entre diferentes países, las TIC desempeñan un rol de aproximación y conexión importante. Para las familias separadas por la distancia física, la Internet ofrece contactos en tiempo real que no serían posibles décadas atrás. Una video conferencia sirve tanto para una reunión de negocios, cuanto para un encuentro familiar. Hecho es que personas en diferentes puntos del planeta pueden burlarse de la distancia y el huso horario marcando citas virtuales, dando nuevas dimensiones a las identidades: que valores dan sentido de pertenencia a personas en lugares tan distantes, en culturas tan diferentes?
Según Alberto Menucci, citado por Bonder (2006:8.1) “la identidad se ha convertido en un problema en la sociedad globalizada” y esto lo atribuye al hecho que impide que “los sujetos puedan acumular automáticamente respuestas existenciales” fruto de la creciente diferenciación que veda la posibilidad de replicar un modelo de acción sin que sufra adaptaciones; la alta densidad y volatilidad de la información al que somos expuestos que nos paraliza e impide la asimilación de las experiencias y por último, a la “sobresaturación de las posibilidades que nos ofrece el mercado de bienes de capital y simbólicos”. Siendo así, la incertidumbre que pasa a ser parte constitutiva y “permanente de nuestra experiencia” y “la experiencia de pérdidas”, más frecuente y presente en la vida moderna, conllevan a una tendencia de buscar guarida en “un núcleo fuerte o esencial de la identidad”. (Bonder, 2006: 8.1) Aquí hace pié el grupo familiar, pero no solo: cada vez más toman espacios desde los grupos religiosos y los fanatismos deportivos, hasta las “pandillas” o “maras” y el narcotráfico, fenómeno creciente en las principales ciudades latinoamericanas.
Son tiempos, según Tomás Abraham, donde la “cultura económica” se transforma en un “capital simbólico, en el lenguaje con el cual ‘gerenciar’ nuestra vida y nombrar la realidad” y, al mismo tiempo y como contrapartida, en una “sociedad terapéutica” en busca de amparo frente a las crisis que afronta la construcción del auto-concepto como auto-regulación, ‘antes que las instituciones lo hagan’. Aliada a la crisis de credibilidad por que pasan las instituciones políticas o públicas, esta situación ofrece un escenario fecundo para la retracción y desconfianza de la sociedad. (Bonder, 2006:6.5)
Vivimos un momento de “crisis en los ámbitos de preferencia y referencia” con consecuencias subjetivas y sociales vivenciadas por las experiencias de desamparo, vulnerabilidad y aislamiento. El miedo se ha convertido en un “poderoso dispositivo disciplinador”. (Bonder, 2006:8.1)
Auto-regulación por la perspectiva de un “control externo”, dificultad de pensar y construir un “nosotros”, desconfianza en las instituciones y baja autoestima colectiva corroen el capital social y fragilizan las alternativas de respaldo dentro de la sociedad.

Las Familias

La familia, como unidad básica de la sociedad es fuente de estudios desde diferentes ópticas y visiones. Según Irma Arriagada (2002) existen tres grandes puntos que dificultan el análisis sobre la “familia”: el saber empírico, los paradigmas generalizados y el enfoque - o la falta de - histórico. (CEPAL, 2002:144) Al hablar de “familia” fácilmente se desconsidera lo externo, lo público que interfiere en lo privado o el proceso histórico sea en el contexto donde se encuentra o el proceso propio y particular de evolución histórica (ciclo) de la familia. Más aún, se habla de “familia” como si hubiera una única. Cada familia es única, aunque tenga infinitas miradas y perspectivas, es dueña de posibilidades únicas de estas.
Una “única familia” no es suficiente para representar “todas las familias”, así hablaremos de “familias” en el contexto general para América Latina o para determinado país y de “familia” cuando la perspectiva sea de sus miembros o de uno de ellos.
Por saber académico o empírico, se reconoce a las familias tanto como fuente de soporte emocional, económico, cultural y social, cuanto como factor de exclusión y vulnerabilidad. Es esta dualidad con variantes romanceadas que puede llevar a ver a las “otras familias” como vulnerables y con facilidad lanzar opiniones o prejuicios. A pesar del concepto ideológico, no existe una familia modelo o el modelo ideal de familia.
Tanto como soporte para sus miembros cuanto como factor de vulnerabilidad, las familias son parte/fin de discursos y políticas de gobiernos y viven en constante evolución.

Las familias en Latinoamérica en la actualidad – datos

Según la conclusión de Bauman, la seriedad en este mundo es dada por los números. (2004:38) De cierta forma, los datos a seguir dan cuenta de expresar, en un rápido recorrido cuantitativo, un panorama de las familias en América Latina y Caribe que resulta pertinente en este trabajo.
Del total de hogares 61,9% son familias nucleares, 53,1 % con hijos, siendo que apenas 42,8% son familias biparentales y 9,8 % monoparentales con jefatura femenina (37,3 % de las que residen en zonas urbanas son pobres o indigentes, siendo estas últimas 16,6 %). En el 47,6 % de las familias nucleares con hijos, ambos los padres trabajan. 30,1 % de las familias latinoamericanas y caribeñas aún están teniendo hijos (tasa de fecundidad es de 2,5), 11,7 % en la etapa inicial (26,4 % son pobres y 13 % viven en la indigencia – zonas urbanas) y 18,4 % se encuentran en la etapa de expansión del ciclo de vida familiar (26 % son pobres y 18,4 % viven en la indigencia – zona urbana). 36,0% de las familias están en etapa de consolidación con hijos en la adolescencia o en inicio de juventud. Entre las que residen en zona urbana, 41,9 % son pobres o indigentes, siendo la indigencia presente en 16,1 % de estas familias. 66,1 % de las familias en la región están criando niños, niñas o adolescentes. Según datos de CEPAL de 2002, en encuesta de hogares en 18 países de América Latina y Caribe, el 44 % de la población de la región es pobre, 221,4 millones y el 19,4 % indigente, 97,4 millones, realidad que va a peor en las zonas rurales, donde la pobreza llega 61,8 % y la indigencia a 37,9%. América Latina y Caribe es una región castigada por la desigualdad, 10 % de la población vive con menos de 1 USD$ diario y el 20 % de los hogares con el ingreso mas alto detiene el 59 % de toda la renta, mientras que a 40% de los hogares de menor ingreso le corresponde 10 % (CEPAL, 2005)
En su rol de madres, las mujeres de América Latina y Caribe, aún no reciben cobertura completa en los apoyos necesarios para la garantía de derechos personales y de sus hijos e hijas: 13 % aún no tienen cobertura prenatal o son atendidas por personal cualificado y el hecho de no encontrar datos actualizados de la mortalidad de mujeres en el momento del parto es preocupante. El casamiento temprano es una realidad expresiva: 25 % de las mujeres Latinoamericanas y caribeñas contraen matrimonio antes de los 18 años. Estos indicadores son globales en el total del territorio y de los países que disponen de estos datos, lo que puede significar ir a peor conforme avanzamos para las zonas rurales o dependiendo del país en cuestión.(UNICEF, 2005)

La evolución de las familias en Latinoamérica

La salida de las familias de las zonas rurales para conformar zonas urbanas ofreció cambios no solo en los procesos de producción, pero también en la formación, composición y disposición familiar[1]. Las “metas familiares”, antes volcadas para el uso fruto de la tierra, pasan a enfrentar el reto de las experiencias individuales de sus miembros. El mercado de trabajo en industrias o servicios donde diferentes miembros de las familias viven oportunidades personales hace que las familias vivan hoy más mediando metas y proyectos personales de que posean un “proyecto familiar”.
Uno de los cambios centrales de la modernización “reside en el espacio de elección personal, la voluntad, la libertad y la responsabilidad de cada persona han ido ganando en la definición de su propio destino”. (Jelin,1998: 21). Junto con las democracias de los Estados pos-dictaduras, se intensifican a cada día la defensa de la diversidad. La “vocación democrática” que nos habla Arriagada (2002: 148) se basa en el aceptar los derechos individuales y colectivos, considerar la igualdad en la diferencia y la tolerancia. Leyes de protección, defensa y/o garantía de derechos de mujeres, niños, niñas y adolescentes, así como aquellas que normalizan los espacios privados – ley de divorcio, códigos de familia, entre otros, son resultados de este contexto.
Como base histórica-estructural de las familias en Latinoamérica, la “familia patriarcal” presupone al padre dueño del comando y jerárquicamente superior a la mujer que, como esposa y madre, tiene a cargo la responsabilidad de atenderlo por completo. Siendo así es el hombre quien demanda de las relaciones sexuales y de afecto y comanda el espacio doméstico teniendo la última palabra sobre la educación, el presente y el futuro de sus hijas e hijos. (Jelin, 1998:26). La conyugalidad, como acuerdo con componentes explícitos y tácitos, regido por simbologías personales y sociales, responde a expectativas individuales y colectivas. Para Fernández (1994), el contrato conyugal para las familias de clase media urbana, suele considerarse “como un acuerdo entre dos personas de diferente sexo que, libre y recíprocamente, se eligen en un pacto de amor… en el intento de desarrollar un proyecto de vida común que implica generalmente criar y amar a su descendencia.” La autora discursea sobre los criterios desde donde se organiza lo visible de este acuerdo y, consecuentemente, lo invisible. Por lo que se ha invisibilizado considera los procesos económicos, sociales y subjetivos que hacen posible la concretización del acuerdo que, aún hoy se lleva a cabo entre partes con grados de autonomía diferentes resultando en una “relación ‘política’ desigual”. (Fernández, 1994:2)
Dentro de las familias, en especial con estructura patriarcal, el espacio privado “sentimentalizado”, reservado a la mujer junto con la “invisibilidad de su producción económica”, es el terreno donde se “genera la apropiación de sus ‘bienes’ eróticos”. “De esta forma en el privado se crean tanto las condiciones objetivas y subjetivas para su circulación desigual en el mundo público como las condiciones para una tensión conflictiva entre espacios de cierto poder y espacios de subordinación femenina.” (Fernández, 1994:3)
El lugar de la mujer y, consecuentemente del hombre, en cuanto a poder, jerarquía y autonomía, reciben influencia de la modernidad.
En un proceso cíclico de evolución, las familias han cambiado e influido en la construcción de una realidad de consideración del individuo, aunque no siempre se traduzca en respeto a las diferencias o inclusión del otro como parte, es un elemento terciador de las relaciones familiares. Aunque este proceso no derogó las influencias y cobros sociales y culturales sobre los individuos, introdujo, no exclusivamente, cambios de normativas sociales que van desde la elección de la pareja (el amor romántico x el casamiento por arreglo e interés familiar) hasta la quiebra del patriarcado como “modelo”.
Como organización social y parte de una estructura social, la familia es un espacio de conflictos, luchas y alianzas, donde intereses colectivos y grupales se anteponen a intereses individuales. “Los principios básicos de organización interna siguen, en tanto familia, las diferenciaciones según edad, género y parentesco. Estas diferenciaciones marcan tanto la división intrafamiliar del trabajo como la distribución y el consumo, además de regir las responsabilidades de cada uno de los miembros hacia el grupo”(Jelin, 1998: 26)

De lo privado a lo público, de lo público a lo privado

Elizabeth Jelin nos habla de una “crisis del paradigma desarrollista” y nos incita pensar la unidad familiar por una óptica inter-relacional donde cambios en los procesos de producción y reproducción van mas allá de comprender las dinámicas de las familias urbanas y rurales de ayer y de hoy. La percepción de la interconexión en estos procesos económicos y sociales y como se articulan dentro de las familias e interfieren en/de la “satisfacción de las necesidades de consumo”. El binomio público-privado pasa por reformulación impactado por la discusión y el debate feminista, con cambios simbólicos y de “replanteo de la división sexual del trabajo” y consecuentemente en los “ámbitos de poder” que influyen y son influenciados por las “transformaciones en la organización domésticas” y las “reestructuraciones de los lazos de convivencia y de las obligaciones basadas por el parentesco”. (Jelin, 1994: 2).
El aumento de la pobreza y la consecuente vulnerabilidad expone a las familias a mayor intervención de las políticas públicas estatales. Güell y Lechner nos hablan del rol protagónico de los consensos dentro de una “democracia de los acuerdos” donde la “gobernabilidad es entendida como sustentabilidad sistémica u organizacional de la democracia”. Que acuerdos implícitos o explícitos entre Estado, familia y sociedad dan pautas de funcionamiento y aportan para la construcción de las subjetividades y valores de la sociedad? Esta pregunta hará eco en el desafío del desarrollo y profundización en investigaciones futuras. (Güell-Lechner, 2002)

El consumo, la urbanización y el deseo.

Somos todos consumidores de realidades o sueños. Para Bauman vivimos en una sociedad de “deseos” y un “deseo jamás sobrevive a su satisfacción”. Así se crían y mantienen las relaciones. En el momento donde hay tantas posibilidades de socializar información también, y por esa razón, hay más olvidos que aprendizaje. (Bauman, 1999:2)
Como parte y consecuencia de la sociedad de consumo vivimos la inversión de “la relación tradicional entre necesidad y satisfacción: promesa y esperanza de satisfacción preceden a la necesidad que se ha de satisfacer, y siempre será más intensa y seductora que las necesidades persistentes”. Solo cuenta la temporalidad en todos los compromisos que es más importante que el propio compromiso, al cual no se le permite que dure más que el tiempo necesario para consumir el deseo. (Bauman, 1999: 3)
El compromiso parece haber quedado atrás, junto con las épocas de “producción”, así como el empleo que, en la modernidad, pasa a ser más un deseo de difícil obtención. El sueño de empleo está más allá de la posibilidad de subsistencia o de consumo, un empleo genera seguridad. En tiempos tan volátiles, un empleo formal parece cumplir un rol ampliado de “sostén”, más que de subsistencia. Para eso es necesario tanto formación como mantener-se “actualizado” y con capacidad de “empleabilidad” lo que es un reto constante. Bauman (2004: 113) apunta la caduquez de las capacidades y las demandas que caen en desuso antes que lleguen a ser dominadas, así como los diplomas y la necesidad de ser “flexible” en una mezcla de “fluidez, fragilidad y transitoriedad en construcción”.
El empleo, o el trabajo como forma de subsistencia y protección, es una realidad cada vez menos frecuente en la región. Las políticas económicas de las últimas décadas, basadas en las directrices de los organismos internacionales, en especial las instituciones financieras, han reducido los niveles de empleo, profundizado la desigualdad y la pobreza. Entre muchos de los efectos nefastos están la “erosión de los derechos adquiridos en las áreas de seguridad de empleo y social… especialmente para las mujeres trabajadoras” (Bonder, 2006: 6.3)
Según el informe de Instraw, “las tareas de supervivencia que no tienen reconocido su valor económico ni su utilidad social” aliadas a la “erosión del papel del varón como proveedor económico” que lo lleva en muchos casos al abandono del hogar, han contribuido para que las mujeres, como únicas y últimas responsables por las familias estén asumiendo la jefatura de los hogares. (Ramírez, 2005)

Un “llamado del primer mundo”?

La falta de oportunidades, la pobreza y la exclusión en ciertos países en contraposición con el sueño o la oferta de posibilidades en otros, acaba por llevar muchas familias latinoamericanas a encontrar en la migración, formas de supervivencia. En busca de las promesas de los países desarrollados o con oferta de empleo, hombres y mujeres se lanzan y cambian de país dejando familias enteras en sus países de origen. Esta es una realidad cada vez más creciente para mujeres, en su gran mayoría, jefas de hogares que viviendo en situación de pobreza se exponen, mucho en función de la clandestinidad, a situaciones de vulnerabilidad extrema. (Castellanos, 2005:44) Para Instraw citando diferentes autores, la feminización de las migraciones no tiene exclusiva justificación en la realidad de los países de origen, si no que incluye un fuerte componente de los países de llegada con oferta de empleo en labores que los residentes no desean ocupar, son servicios para mano de obra barata. (Ramírez, 2005:9)
Las redes sociales de ciertas familias en los países de destino ocupan un doble rol de reclutar y apoyar a las migrantes. Según Jelin, este tipo de modalidad fue común en los años 30 y 40 y ahora sirve de soporte a la onda actual de migración. En los países de destino, el creciente mercado de trabajo para las mujeres locales sin redistribución de las tareas de cuidado y educación de la prole, cría la necesidad de que un tercero, en estos casos aún una tercera, asuma el trabajo “reproductivo” en los hogares. Siendo así mujeres migrantes de países menos favorecidos, llegan para cuidar de los hijos e hijas de las familias locales, tarea por la cual no eran pagas en sus países de origen.
Castellanos en su informe elaborado para CEPAL en 2005 habla de dos fenómenos emblemáticos, uno en la región de Centro América que lleva mujeres Nicaragüenses a Costa Rica y otro en la región Andina que lleva mujeres Peruanas, al trabajo en hogares Chilenos. En ambos casos, aunque con características propias, la migración separa madres de hijos o hijas que quedan en los países de origen a los cuidados de parientes, de hijos e hijas mayores o de terceros. Según nos apunta Castellanos, el 72 % de las mujeres Nicaragüenses que migra para Costa Rica tiene hijos, así como el 85 % de las Peruanas que migran para Chile, aunque es posible que este dato llegue a ser bien próximo de la totalidad de mujeres en el caso de las nicaragüenses, pues se desconoce informaciones del 27 % de las empleadas domésticas.
O sea para realizar la tarea reproductiva en casa de terceros, la mujer migrante ha dejado su propia prole en cuidados de terceros a los cuales remete gran parte de sus ganancias.
Según nos muestra el trabajo de Instraw (2005), “a nivel mundial las remesas se han convertido en la segunda fuente de financiación externa de los países en vía de desarrollo”. Siendo así es importante que se analice el fenómeno de la migración de mujeres en Latinoamérica considerando por lo menos 4 dimensiones: la de la mujer migrante, de los empleadores y empleadoras, de los países de origen – como receptores de remesas que aportan al desarrollo local - y por último, aunque no menos importante, la de la familia de origen, en especial de los niños, niñas y adolescentes que pierden la oportunidad de cuidado y proximidad con sus madres. Siendo así, es posible ver con mayor amplitud quienes ganan y que ganan y quienes pierden y que pierden con este fenómeno.

Nuevas configuraciones familiares

El aumento de la expectativa de vida con un consecuente aumento del tiempo posible de los matrimonios, el aumento progresivo de casamientos que terminan en divorcios, la ampliación de los hogares con jefatura femenina o con mujer como persona de referencia, las nuevas uniones que muchas veces hacen convivir en la misma casa proles de uniones diferentes e hijos e hijas en común, el aumento del número de ancianos y el de mujeres en las fuerzas laborales, son realidades crecientes en América Latina que ofrecen posibilidades, alternativas o no, de re-acomodación de roles dentro de las familias.
Las leyes de divorcio y de unión estable[2] dan legitimidad a nuevas formas de dejar de ser o ser pareja, aunque aún no se hable seriamente de normalizar parejas del mismo sexo. La fertilización asistida y la adopción de niños y niñas por personas solteras, ofrecen otras formas de ser madre o padre. Los nuevos casamientos permiten que un mismo niño o niña tenga hermanos, medio-hermanos y no-hermanos, ensayando relaciones fraternas bajo el mismo techo.
Arriagada (2002) destaca aún el progreso social que potencia las capacidades de los individuos – que se contrapone a la importancia dada a la familia, y el momento de “reflexividad” que lleva las sociedades a revisar sus patrones y normas a la luz del circular de información y conocimiento. Las “imposiciones religiosas” han perdido terreno para la ética individual, en especial en los derechos reproductivos y sexuales.
Por otro lado surgen nuevos retos. La violencia aumenta, no tanto en cantidad, pero en exposición, declaración y denuncia, punto vital para que se pueda enfrentar. La violencia de género ha ganado gradativamente mas espacios de acogimiento para ambas partes – víctima y azote – lo que la transforma en algo “del que hasta se puede hablar”. La violencia social, grupal y urbana, crece y se transforma con nuevos componentes y dimensiones.

Conclusiones: entrelazando los hilos de una tela compleja

En un tiempo donde “la globalización afecta las categorías básicas de nuestra percepción de la realidad y la reinventa bajo condiciones de aceleración exponencial” (Hopenhayn, 1999), la pérdida de referencias y la formación de nuevos referentes se transforma en algo cierto y constante.
En un mundo de consumo, urgencia, “inmediatismo” y volatilidad de las relaciones en la sociedad, el compromiso para con los/as otros/as de la familia se desarrolla bajo el signo del desenlace pasivo de la disolución de identidades perdurables. El miedo, la incertidumbre y la necesidad de multiplicarnos y transformarnos constantemente generan crisis en los ámbitos de pertenencia y referencia, lo que genera una experiencia de desamparo y vulnerabilidad.
Por otro lado como dice Hopenhayn “hoy más que nunca hay condiciones subjetivas y objetivas de afirmar la diferencia” en un terreno que permite oportunidades de ejercitar la empatía y enfrentar la negación originaria de la “cultura del otro”. La dialéctica de la configuración de roles de hombres y mujeres en la conyugalidad y parentalidad, tiene oportunidad de hacer terreno en el camino a la igualdad en las relaciones de género dentro de las familias.
Hay cambios también en la ocupación de los espacios públicos. Las mujeres amplían su participación en tomadas de decisión que generan impacto, en el liderazgo de comunidades, ocupando cargos públicos que van desde organizaciones civiles a intendencias y presidencias. El mercado de trabajo cada vez absorbe más mujeres en ocupaciones no tradicionalmente femeninas. Aquí vale una nota: aunque parezca que las mujeres han conquistado niveles de oportunidades semejantes al de los hombres, esta lista es mucho más una cuestión de repertorio que de justicia. Es largo aún el camino hacia la equidad.
La promoción de la libertad social e individual ha permitido ampliar la discusión y garantía de derechos individuales, aquí destacando los derechos de las mujeres, de los niños y niñas y el enfrentamiento del poder patriarcal con construcción de nuevas identidades. Nuevas sociedades se generan a partir de los procesos de aculturación decurrentes de las ondas migratorias.
El aumento del número de familias con jefatura femenina y de familias cuya persona de referencia es una mujer, lleva a la formación de redes de solidariedad femeninas. También crecen las familias de nuevas uniones y los grupos familiares con 3 generaciones bajo el mismo techo.
Sin sombra de dudas, los procesos de modernización han aportado nuevas configuraciones objetivas en las relaciones intrafamiliares. Las relaciones de poder en la conyugalidad y determinados cambios de responsabilidades en las tareas productivas y reproductivas, entre otros, interfieren en la división del tiempo y la configuración de los roles de hombres y mujeres. La modernidad ha impactado en las relaciones de género desencadenando un proceso de re-configuración de visiones, papeles y responsabilidades. Si por un lado la velocidad de la información corrobora con la disolución de identidades perdurables, por otro, es fuente de desarrollo y formación de nuevas formas de ser y ver. El reto será extender y democratizar su alcance para ampliar el desarrollo de la capacidad de discernir, la auto-estima y el liderazgo positivo, que pueden libertar dando poder equitativo de elección a las mujeres, a los hombres y sus familias.
Por fin, en una sociedad desigual, desconectada, volátil, cambiante, donde cada vez mas es la comunidad a dar respuesta a la pobreza, la identidad social y colectiva, el capital social y el desarrollo de la solidariedad ocupan un rol primordial en la construcción de una sociedad incluyente. Uno de los desafíos de la modernidad reside en la promoción de las capacidades de construir un “nosotros” que de cuenta de entrelazar un tejido social congruente capaz de respetar las diferencias, haciendo frente a la desigualdad, tanto en lo público, cuanto en lo privado.

Bibliografía

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[1] Las familias que conforman las zonas rurales también enfrentan cambios frutos de los tiempos modernos. El trabajo en el campo se moderniza e “industrializa” en busca de productividad y eficiencia. Las grandes propiedades y las culturas mecanizadas han “echado” y provocado éxodos y migraciones.
[2] Norma brasileña que otorga al compañero o compañera los mismos derechos y deberes que un marido o esposa, después de 3 años de comprobada vida en común a un hombre y una mujer.

Para referencia de este trabajo: Schreiner, Gabriela (2006). El impacto de la globalización en las relaciones de género dentro de las familias. Monografía presentada en el Seminario Virtual PRIGEPP: “Globalización y género: dimensiones económicas, políticas, culturales y sociales. Tensiones, reacciones y propuestas emergentes en América Latina”. PRIGEPP/FLACSO, Argentina